martes, 23 de agosto de 2016

ASTE NAGUSIA – SEGUNDA CORRIDA: Ponce en el funeral de la bravura

El torero de Chiva corta la única oreja de una tarde espesa y anegada por la vacía corrida de Domingo Hernández. *** Debutó el Rey emérito en Vista Alegre con su visita relámpago a Bilbao.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario ELMUNDO de Madrid

Debutaba el Rey (emérito) en Vista Alegre para realce e importancia de las Corridas Generales. Que falta hace. Una ilusión concebida desde mayo, cuando por San Isidro y por lo bajini anunció la intención a Javier Aresti. Y por testigo silencioso el periodista. Hasta hoy. Dentro de todos los elogios que en el almuerzo en Azurmendi vertió el viejo Monarca sobre el nuevo Bilbao, el recuerdo al llorado Azkuna se sintió en la mesa con especial cariño. Y de ahí sin complejos a los toros, esa fiesta de sonidos antiguos y hondas raíces que se hunden en los siglos. 

Desde aquellos afamados matatoros norteños de la Cantigas de Alfonso X el Sabio a los idolatrados Ponce y Juli en el Bocho, el abismo de la Tauromaquia en forja y expansión por España. El maestro de Chiva ya pasa de los 60 paseíllos en Bilbo: 62 exactamente.

Para abrir su enésima tarde saltó al ruedo oscuro un toro negro de Domingo Hernández, buena cara y la permanente condición de soltarla y soltarse desde los inicios. Enrique lo tapó todo. Desbrozó el camino en las dobladas. Y lo siguió despejando sobre la mano derecha. A su altura. A su velocidad. Siempre las telas por delante. En favor del toro el recorrido. Redondos sin solución de continuidad aparecieron tras la mata de dos molinetes. Y un elegante cambio de mano que dio más cuerda a la noria.

Si será mago Ponce de tapar defectos que se tapa hasta los suyos. Pero la incertidumbre del pitón izquierdo se escapaba de la muleta, se salía de ella con áspero estilo. La faena se desarrollaba cerrada entre las rayas y las tablas. Porque el toro no quería los medios y EP jugaba con las querencias y los obligados de pecho a la hombrera contraria. Igual que el prologó genuflexo escribió el epílogo. Cuando cazó la estocada, el garcigrande de Domingo Hernández partió de najas hacia tablas y dejó como despedida una coz, pues eso era. La muerte pronta se celebró con una oreja.

Juli, como antes Ponce y luego Simón, cumplimentó a Don Juan Carlos. Un toro engatillado, tocado arriba de pitones y hechurado que no sacó nota alguna en los tercios previos y muchos menos en el último. Gazapón, sin entrega y a la defensiva, no sólo no se iba sino que además derrotaba. El palillo de la muleta de Julián sonó varias veces. Como un choque de maderas huecas. Hasta un desarme desapacible.

López Simón debutaba en Bilbao al lado de los dos veteranos más curtidos y admirados en esta tierra. El toro de su presentación metió la cara en el capote volado a pies juntos y a medio compás. Espejismo que el escaso aliento y el pobre poder dejaron atrás. López lo cuidó en el caballo con esperanzas. Más el celo del garcigrande de Domingo se sentía por su ausencia cada vez más. El torero de Barajas quiso acoplarse con desigual pulso a aquellas embestidas que no terminaban de humillar tampoco. Hasta que se pararon y le buscó el pitón contrario al natural imposible. No había causa. En esta ocasión su forma de perfilarse con la espada tan en largo no contó con la ayuda mínima, y con los pinchazos vino un aviso para coronar el extenso denuedo. Y el toro se echó...

De la lidia del cuarto sólo el saludo capotero de Enrique Ponce desprendió cierta vida y vibración, con Chicuelo incorporado a las verónicas, tan a la moda. El toro se dolió con su trémulo esqueleto titubeante nada más tocar el caballo. Como dañado. Ni fuerza ni poder. Ponce lo mimaba en la muleta pero a cambio apenas halló algunas respuestas y unos tantos fogonazos. Metraje paciente y prorrogado más allá de la paciencia poncista. Agarró hueso además con la espada y la agonía insolucionable de una estocada de muerte lenta se eternizó.

Al castaño quinto le pesaron los adentros desde que pisó el ruedo. Como su noble existencia mortecina a su ser. El Juli se puso laborioso. Para tratar de aportarle chispa y tramo al viaje que se dormía. Por una y otra mano. Faenar, que dijo aquél. Trabajoso el empeño. Garcigrande completaba su semana negra tras el fiasco de Málaga. Saludó Juli una ovación ganada como el jornal.

Traía los apoyos reblandecidos el colorado sexto, los menudillos de gelatina, el alma bondadosa y sin burbujas. López Simón sacó su empeño; su técnica es otra cosa. Superado un derrumbe en toque o tirón, el toro se tragaba los pases a puñaos, amontonados, atropellados, sin despegarse. Le ovacionaron al debutante el minutaje y la voluntad. Dos horas y 28 minutos de función. O funeral.

DOMINGO HERNÁNDEZ | Ponce, El Juli y López Simón
Toros de Domingo Hernández, serios, 2 y 5 más lavados de expresión; de pobre fondo, triste poder y escaso empleo; el 1 fue agradecido por el pitón derecho aun soltando la cara.
Enrique Ponce, de pizarra y oro. Estocada (oreja). En el cuarto, dos pinchazos y estocada rinconera (silencio).
El Juli, de nazareno y oro. Estocada trasera y cuatro descabellos (silencio). En el quinto, media estocada tendida y dos descabellos (saludos).
López Simón, de azul marino y oro. Dos pinchazos y descabello. Aviso (silencio). En el sexto, estocada. Aviso (saludos).
Asistieron el Rey emérito y la Infanta Elena.
Plaza de toros de Vista Alegre. Martes, 23 de agosto de 2016. Cuarta de feria. Tres cuartos de entrada.

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