FERNANDO FERNÁNDEZ
ROMÁN
@FFernandezRoman
En Bilbao, el torero Alberto López Simón se ha desmayado. O
casi. Según las informaciones que llegaban de la enfermería, ha sido atacado
por una crisis de ansiedad, un aparatoso bajón anímico que afecta a sus
constantes vitales y, por tanto, ha tenido que abandonar las tareas de la
lidia. En lenguaje coloquial y de andar por casa, le ha dado un yuyo, que es
como, aquí en España, se suele denominar al síncope, esparaván, epilepsia u otros
zamarrazos que le dejan a uno desmoronado en un santiamén. Como si, de pronto,
se hubiera tragado una mala hierba, de las que abundan en Hispanoámerica.
El desencadenante de la crisis anímica y la alcalosis
respiratoria que los médicos advirtieron en Alberto fue la sonora pita que el
público le dedicó, tanto a él como a su compañero de ocasión, José Garrido, por
haberse quedado solos en el cartel, tras la forzosa baja de Andrés Roca Rey,
todavía convaleciente del palizón que le propinó un toro en La Malagueta. Un
vis a vis urdido entre bastidores que, se mire por donde se quiera, no tiene
justificación alguna, ni el más mínimo interés para el aficionado a los toros,
si acaso, el interés derivado del aumento de capital en el apartado de
honorarios para los toreros y las colaterales bonificaciones de sus adláteres
correspondientes, motivo por el cual, el público montó en cólera y abucheó a
los cabeza de turco que tenía más a mano: los toreros del mano a mano.
El tema de los carteles duales forzados y esperpénticos ya
lo he tratado en otras ocasiones, con la irritabilidad que corresponde. No se
puede tolerar que se siga repartiendo el pastel de los ingresos de una corrida
de toros en la mesa camilla que rodean los organizadores del festejo y los
apoderados (a veces, una misma persona o ente “de razón”) de algunos toreros en
cuanto se produce la menor contingencia o se barruntan conveniencias de
estricta rentabilidad. Por fortuna, aquellos mano a mano que últimamente se
prodigaban entre dos figuras sin el menor atisbo de rivalidad parece que iban
remitiendo; pero en Bilbao, se ha vuelvo a reproducir el hecho, supongo que
atendiendo al supuesto relanzamiento de dos jóvenes emergentes. Y la Junta
Administrativa, traga.
Ellos, los miembros de la Junta Administrativa, debieron ser
los destinatarios de la silba atronadora. Ellos, los de esa entidad apoltronada
y respaldada por el Ayuntamiento de la ciudad, pero plenipotenciaria en el
asunto taurino, son quienes debieron impedir que la ausencia forzosa de un torero
nuevo, máximo atractivo de esta temporada, se restañara a la baja y no al alza,
como en otros añorados tiempos. Porque antes, cuando un cartel cojeaba por la
causa que fuere, el empresario lo reforzaba, no lo mutilaba. Así nacieron las
corridas de ocho toros que tanto proliferaron hace algunas décadas.
Mira que lo tenían fácil: se cae del cartel su máximo
atractivo, pues se cubre el hueco con otros jóvenes que tienen mucho que decir…
y no les dejan. Qué cara habrán puesto, por ejemplo, Javier Jiménez o Román,
que acaban de pegar un serio aldabonazo en Madrid, cuando sus respectivos
apoderados llamaran a la puerta de Vista Alegre y le dijeran que el tema ya
estaba resuelto: mano a mano.
El público de Bilbao tenía razón en la sonora pitada, pero
erró la dirección del tiro. Los destinatarios de la sonora reprobación no se
alineaban en el desfile multicolor, vestidos de luces, sino en el confortable
burladero del callejón.
Sin embargo, lo que más me entristece es el golpe bajo que
supuso para la sensibilidad de un torero como López Simón sentirse blanco de
las iras de una muchedumbre encolerizada en una plaza de tanta responsabilidad,
entes de enfrentarse al llamado toro de Bilbao, el más aparatoso y agresivo que
sale al ruedo de una plaza de toros. ¿Por qué a mí?, pensaría el torero
mientras caminaba cabizbajo sobre la arena cenicienta de esta Plaza. Pues
porque a juicio del publico que abucheaba era, de los dos (Garrido es más
nuevo, más virgen en estos rifirrafes), el responsable más directo. ¿El torero
responsable? Los responsables serán, en todo caso, su apoderado, el empresario
y los más o menos neguríticos de la citada Junta Administrativa; pero el pobre
Alberto acusó el golpe bajo y entró en fase depresiva… vamos, lo más idóneo
para ponerse delante de un torazo con dos pitones descomunales. Los doctores,
con buen criterio, decretaron su retirada de la lidia, mientras López Simón
lloraba en el callejón por el doble padecimiento de infortunio e injusticia.
La lamentable situación posibilitó la intervención de José
Garrido en un destajo imprevisto, y le valió para pedir a voz en grito un
puesto entre los grandes, a pesar de que, una vez más, el sujeto que ocupa la
presidencia de Vista Alegre dictó sentencia sumarísima ateniéndose a la norma
reglamentaria que faculta el ejercicio de su insufrible la parcialidad para
conceder el segundo trofeo de un mismo toro, pedido en esta ocasión por
abrumadora mayoría. Menos mal que lo arregló en la posterior actuación del
muchacho.
El caso es que, antes de que su compañero José Garrido
disfrutara de un legítimo triunfo, mermado por la citada parcialidad del juez
de Plaza, a Alberto López Simón apenas le llegaba el aire a los pulmones, un
nudo en la garganta presionaba su pecho y apenas podía contener las lágrimas.
La pitada había superado su fortaleza física y mental. Estaba derrotado
prematuramente. ¡Qué poco se identifican los públicos con la sensibilidad de
quienes van a jugarse la vida al sol de una tarde de toros! ¡Qué poco entienden
de su vulnerabilidad! Pero, sobre todo, ¡qué injusto es culparles de los
tejemanejes de quienes les organizan la vida y, quizá, la muerte!
Escribo de estas cosas cuando apenas faltan cinco horas para
que López Simón se vista de luces y reaparezca, al parecer ya recuperado del
yuyo de Bilbao en San Sebastián de los Reyes para enfrentarse a ¡seis toros! en
solitario. O sea, que el muchacho acaba de salir de un bajón anímico y le meten
en un sobresfuerzo físico y mental tremendo, a las puertas de Madrid.
Le deseo toda la suerte del mundo, pero me parece un
despropósito descomunal. Ojalá triunfe, pero poner al límite las constantes
sicosomáticas de un enfermo recién dado de alta es, como poco, una temeridad.
Por si acaso, habrá que poner este domingo alguna vela más
al Cristo de los Remedios, titular de esta feria taurina y devoción oficial del
Sanse madrileño…, pero ¡qué barbaridad!
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