viernes, 26 de agosto de 2016

ASTE NAGUSIA – QUINTA CORRIDA: Tremendo guerrero Garrido

El extremeño firma una soberbia tarde de toros premiada con una sola oreja entre el palco y la espada con la dura corrida de Torrestrella. *** López Simón sufre una crisis de ansiedad e ingresa en la enfermería tan sólo matar dos de su lote, bronca sin precedentes en el paseíllo a la gestión de la no sustitución de Roca Rey.
López Simón
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario ELMUNDO de Madrid
Foto: EFE

Amaneció la tarde en un formidable estado de cabreo. Una bronca sin precedentes inundó Vista Alegre. En ella viajaban López Simón, los Chopera y la Junta. Las imposiciones y la bajada de pantalones. Respectivamente.

La gestión de la no sustitución de Roca Rey cayó como una cerilla en alcohol. La peña anda quemada. Cuidado con la prepotencia. Había un hueco en la feria de la juventud que les han vendido y un tío como Javier Jiménez con una Puerta Grande de cinco días. Y dejan un mano a mano absurdo. Háganselo mirar.

En semejante ambiente hostil se presentó José Garrido con el machete en los dientes aunque la guerra no fuera con él. Para sacar a la postre las castañas del incendio. Rodilla en tierra y seguidamente en pie cuajó un extraordinario saludo a la verónica. Barroco, expresivo, muy en Antonio Ferrera, su maestro. El torrestrella tocado arriba de pitones soltaba la cara. El prólogo de faena alumbró un trincherazo como un fogonazo. Y un cambio de mano la mar de torero. Emprendió la faena por la derecha muy encajado, la distancia generosa, la muleta por abajo. De eso se trataba. Sonó la música al compás de una tanda bárbara. Tres fueron lidiando y ajustando las desigualdades del toro, siempre acinturado el torero. Ni siquiera respondió así la embestida al natural. Ni un renuncio de Garrido, que ante un recorrido cada vez más quedo se arrimó como una fiera. Ofrecido el medio pecho. Valor de ley. Lástima que la espada no lo fuera. Al segundo envite una estocada trasera. Lenta muerte. Adiós a una oreja de peso.

Durante la faena López Simón sufrió un ataque de ansiedad en el callejón. Mucha presión sobre sus hombros, y ese apoderado al lado que es la versión zafia del sargento de hierro. La suerte no había sonreído con el complicado torrestrella de apertura. Constantemente la testa por encima del palillo de la muleta, la guasa por el izquierdo, el tesón de la pretendida quietud como herramienta, la intención de taparle la cara a su altura por el derecho, un par de desarmes, la espada al chocazo y el descabello que voló como una flecha contra el tendido. Por esto se inventó la cruceta.

Tampoco sirvió el inválido tercero, cuando Simón afrontó su labor derrotado de ánimo. Y para colmo Garrido sin perdonar un quite en sus turnos, por aladas chicuelinas en un toro y por ceñidas gaoneras en otro. Mientras LS caminaba hacia la enfermería a medicarse entre lágrimas, el extremeño se las veía con un cinqueño áspero, de buida cornamenta y escasa humillación. Guerrero Garrido, capaz, muy capaz. Tanto que por momentos casi metió en la muleta al torrestrella que se salía de ella, que no acaba de viajar, que reponía. Las bernadinas pusieron el corazón de Bilbao en un puño. Los pitones engancharon las hombreras en terroríficos trances. Como balas que silbaban la cabeza. Un espadazo algo contrario y la presidencia obtusa en la negación de un trofeo ganado con testosterona.

Como Simón no regresaba, se corrió turno. Un tío de 599 kilos y casi cinco años a falta de pocos días volvió a probar el pulso de acero de José Garrido. ¡Cómo estuvo ese hombre con la mano izquierda ejerciendo el poder! Cuando un derrote a poco no le vuela la sien, le presentó la zurda y rompió al toraco por abajo. Crujía la embestida como la plaza en cada natural despedido allí atrás, ligado, profundo. Como si de pronto se hubieran corregido todos los defectos del toro, su caminar agazapado, su instinto mordido. Qué emoción desatada. Cuánta verdad. Qué tres tandas de muleta a rastras, qué fuego en las zapatillas, qué hondura al torear. Un estoconazo empujado con el alma. Ahora no había más bemoles que claudicar ante lo incontestable. Fue una oreja de una importancia tan brutal que podían haber sido dos. Clamorosa la vuelta al ruedo, la rendición de Bilbao.

Otra vez. A Simón ya lo habían medicado y trasladado con una "crisis de ansiedad". José Garrido se había quedado solo. Si no lo estaba ya. Y marchó a portagayola con su soledad a cuestas. Una ovación trepó por Vista Alegre como un alud invertido. El ensabanado sexto salió como una exhalación y saltó por encima del cuerpo a tierra de Garrido. Como la luz del rayo. Corrió José para tirarle en el tercio la larga cambiada que no había librado. Aquella fuerza atronadora del torrestrella desapareció en la lidia; quedó un toro desagradecido en su corto recorrido. Apagado bajo su sangrada piel.

No hubo caso para otra gesta. Sólo los deseos de un torero sentando en el estribo. Una obertura de torería. Poco más. Como si la tarde de toros (duros) que ofreció hubiera sido poco. Una lección de hombría. Tremendo, sencillamente tremendo, Garrido.

TORRESTRELLA | López Simón y José Garrido
Toros de Torrestrella, serios en sus diferentes hechuras y remates; salvo el inválido 3 y el apagado 6, dura corrida.
López Simón, de negro y plata. Pinchazo, estocada contraria muy baja y cuatro descabellos. Aviso (pitos). En el tercero, estocada baja (silencio).
José Garrido, de nazareno y oro. Pinchazo y estocada trasera. Aviso (saludos). En el cuarto, estocada contraria. Aviso (petición y vuelta al ruedo). En el quinto, estocada honda (oreja). En el sexto por López Simón, dos pinchazos y dos descabellos. Aviso (gran ovación de despedida).
Plaza de toros de Vista Alegre. Viernes, 26 de agosto de 2016. Séptima de feria. Media entrada.
PARTE FACULTATIVO | López Simón: Alcalosis respiratoria con cuadro vasovagal. Requirió de asistencia ventilatoria y ansiolítica. Pronóstico leve que le impide continuar la lidia.

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