El extremeño firma una soberbia
tarde de toros premiada con una sola oreja entre el palco y la espada con la
dura corrida de Torrestrella. *** López Simón sufre una crisis de ansiedad e
ingresa en la enfermería tan sólo matar dos de su lote, bronca sin precedentes
en el paseíllo a la gestión de la no sustitución de Roca Rey.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario ELMUNDO de
Madrid
Foto: EFE
Amaneció la tarde en un formidable estado de cabreo. Una
bronca sin precedentes inundó Vista Alegre. En ella viajaban López Simón, los
Chopera y la Junta. Las imposiciones y la bajada de pantalones.
Respectivamente.
La gestión de la no sustitución de Roca Rey cayó como una
cerilla en alcohol. La peña anda quemada. Cuidado con la prepotencia. Había un
hueco en la feria de la juventud que les han vendido y un tío como Javier
Jiménez con una Puerta Grande de cinco días. Y dejan un mano a mano absurdo.
Háganselo mirar.
En semejante ambiente hostil se presentó José Garrido con el
machete en los dientes aunque la guerra no fuera con él. Para sacar a la postre
las castañas del incendio. Rodilla en tierra y seguidamente en pie cuajó un
extraordinario saludo a la verónica. Barroco, expresivo, muy en Antonio
Ferrera, su maestro. El torrestrella tocado arriba de pitones soltaba la cara.
El prólogo de faena alumbró un trincherazo como un fogonazo. Y un cambio de
mano la mar de torero. Emprendió la faena por la derecha muy encajado, la
distancia generosa, la muleta por abajo. De eso se trataba. Sonó la música al
compás de una tanda bárbara. Tres fueron lidiando y ajustando las desigualdades
del toro, siempre acinturado el torero. Ni siquiera respondió así la embestida
al natural. Ni un renuncio de Garrido, que ante un recorrido cada vez más quedo
se arrimó como una fiera. Ofrecido el medio pecho. Valor de ley. Lástima que la
espada no lo fuera. Al segundo envite una estocada trasera. Lenta muerte. Adiós
a una oreja de peso.
Durante la faena López Simón sufrió un ataque de ansiedad en
el callejón. Mucha presión sobre sus hombros, y ese apoderado al lado que es la
versión zafia del sargento de hierro. La suerte no había sonreído con el
complicado torrestrella de apertura. Constantemente la testa por encima del
palillo de la muleta, la guasa por el izquierdo, el tesón de la pretendida quietud
como herramienta, la intención de taparle la cara a su altura por el derecho,
un par de desarmes, la espada al chocazo y el descabello que voló como una
flecha contra el tendido. Por esto se inventó la cruceta.
Tampoco sirvió el inválido tercero, cuando Simón afrontó su
labor derrotado de ánimo. Y para colmo Garrido sin perdonar un quite en sus
turnos, por aladas chicuelinas en un toro y por ceñidas gaoneras en otro.
Mientras LS caminaba hacia la enfermería a medicarse entre lágrimas, el
extremeño se las veía con un cinqueño áspero, de buida cornamenta y escasa
humillación. Guerrero Garrido, capaz, muy capaz. Tanto que por momentos casi
metió en la muleta al torrestrella que se salía de ella, que no acaba de
viajar, que reponía. Las bernadinas pusieron el corazón de Bilbao en un puño.
Los pitones engancharon las hombreras en terroríficos trances. Como balas que
silbaban la cabeza. Un espadazo algo contrario y la presidencia obtusa en la
negación de un trofeo ganado con testosterona.
Como Simón no regresaba, se corrió turno. Un tío de 599
kilos y casi cinco años a falta de pocos días volvió a probar el pulso de acero
de José Garrido. ¡Cómo estuvo ese hombre con la mano izquierda ejerciendo el
poder! Cuando un derrote a poco no le vuela la sien, le presentó la zurda y
rompió al toraco por abajo. Crujía la embestida como la plaza en cada natural
despedido allí atrás, ligado, profundo. Como si de pronto se hubieran corregido
todos los defectos del toro, su caminar agazapado, su instinto mordido. Qué
emoción desatada. Cuánta verdad. Qué tres tandas de muleta a rastras, qué fuego
en las zapatillas, qué hondura al torear. Un estoconazo empujado con el alma.
Ahora no había más bemoles que claudicar ante lo incontestable. Fue una oreja
de una importancia tan brutal que podían haber sido dos. Clamorosa la vuelta al
ruedo, la rendición de Bilbao.
Otra vez. A Simón ya lo habían medicado y trasladado con una
"crisis de ansiedad". José Garrido se había quedado solo. Si no lo
estaba ya. Y marchó a portagayola con su soledad a cuestas. Una ovación trepó
por Vista Alegre como un alud invertido. El ensabanado sexto salió como una
exhalación y saltó por encima del cuerpo a tierra de Garrido. Como la luz del
rayo. Corrió José para tirarle en el tercio la larga cambiada que no había
librado. Aquella fuerza atronadora del torrestrella desapareció en la lidia;
quedó un toro desagradecido en su corto recorrido. Apagado bajo su sangrada
piel.
No hubo caso para otra gesta. Sólo los deseos de un torero
sentando en el estribo. Una obertura de torería. Poco más. Como si la tarde de
toros (duros) que ofreció hubiera sido poco. Una lección de hombría. Tremendo,
sencillamente tremendo, Garrido.
TORRESTRELLA | López Simón y José Garrido
Toros de Torrestrella,
serios en sus diferentes hechuras y remates; salvo el inválido 3 y el apagado
6, dura corrida.
López Simón, de negro y plata. Pinchazo, estocada
contraria muy baja y cuatro descabellos. Aviso (pitos). En el tercero, estocada
baja (silencio).
José Garrido, de nazareno y oro. Pinchazo y estocada
trasera. Aviso (saludos). En el cuarto, estocada contraria. Aviso (petición y
vuelta al ruedo). En el quinto, estocada honda (oreja). En el sexto por López Simón,
dos pinchazos y dos descabellos. Aviso (gran ovación de despedida).
Plaza de toros de Vista Alegre. Viernes, 26 de agosto de 2016. Séptima
de feria. Media entrada.
PARTE FACULTATIVO | López
Simón: Alcalosis respiratoria
con cuadro vasovagal. Requirió de asistencia ventilatoria y ansiolítica.
Pronóstico leve que le impide continuar la lidia.
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