El grave riesgo de ir
languideciendo poco a poco
La experiencia de las Corridas
Generales de 2016 no ha hecho más que ahondar en la crisis que viene de atrás.
Los alicientes que ofrecen al gran público no son suficientes para atraerlos en
el número necesario a los tendidos. Siempre sobre lo base de mantener el
prestigio y la ideosincracia taurina de la capital vizcaína. La realidad es
cabezona, viene pidiendo cambios en profundidad, pero el tratamiento de la
enfermedad se sigue queriendo centrar en una aspirina. El cambio necesario es
mucho más profundo, de personas, de ideas, de propuestas. A nuevos tiempos,
nuevos remedios, no más de lo mismo.
Se anunció como la feria del optimismo y del cambio, pero ha
acabado de forma bastante controvertida. Y no ya por los incidentes del mano a
mano del día 26, que al final no dejarán de ser una triste anécdota; sino por
el tono general del desarrollo del abono y por la escasa respuesta del público
bilbaíno.
Después de las Corridas Generales que acabaron este domingo,
volver a desembarcar en las orillas de nueva primavera para la fiesta de los
toros en una plaza de tanto abolengo como Bilbao no será una propuesta cómoda
ni fácil para los protagonistas de su gestión, pero se ha hecho indispensable.
Podemos alargar esta agonía decadente, que ya dura demasiado, pero acabará por
imponerse la realidad, si se quiere la Fiesta siga ocupando el papel que
siempre mantuvo en la vida de la Villa.
La realidad bilbaina
Guste o no guste recordarlo, la realidad del Bilbao taurino
viene marcada en los últimos años por
una continuada y preocupante trayectoria descendente en cuanto se refiere a la
asistencia a la Corridas Generales. El gran esfuerzo que se realiza por mantener
a este abono en la primera línea no resulta luego correspondido.
Pese a los miles de abonos que se han regalado --uno por
cada abono pagado--, las entradas reales durante la pasada semana han quedado
muy lejos de lo que la organización esperaba. Un casi lleno, siquiera fuera
solo uno, ha quedado lejísimo de la realidad. Ni con las grandes figuras, ni
sin ellas. Es cierto que al abono han faltado dos toreros que hoy tienen tirón:
Alejandro Talavante y José María Manzanares. Incluso cabría objetar que figuras
tradicionalmente muy bilbaínas --Ponce y El Juli-- sólo han estado una tarde.
Pero sólo estas ausencia no justifican tan las malas entradas, cuando se repite
de forma continuada.
Sin embargo, cuando se comprueba ese decaimiento año tras
año, que nadie niega, una cosa parece importante y condicionante: la feria se
agosto no puede generar pérdidas. En una plaza de propiedad semipública, con la
nueva distribución de fuerzas municipales, lo que de verdad pone en riesgo el
futuro no son las corrientes antitaurinas, sino los número rojos. Ahí es donde
les van a machacar los predican lo anti.
Cuando los números canten
Por eso la noticia más importante que puede esperarse para
los próximos días, cuando se haga el primer balance, no radica en que nos digan
si se ha producido y en cuanto un incremento en las entradas; lo relevante es
conocer el comportamiento de lo ingresos reales.Si vamos a los números pasados,
las entradas durante 2015 se situaron en torno a un 53% del aforo, con una
media de 500 entradas vendidas de menos cada día. Todo por junto, lo ingresado
en caja se situó en 3.224.668 euros, con un retroceso de 447.767 euros con
respecto a 2014 y unas pérdidas finales de 153.346 euros, multiplicando por
diez los números rojos del año anterior.
Ahora, en 2016, con mayor motivo será la contabilidad, cada
año un poco más opaca que el anterior, la que tenga la última palabra, la que
en el fondo fuerce a tomar las decisiones de futuro, que por su complejidad no
serán cosa de un día.
Y en este sentido, junto a los ingresos de taquilla y de
derechos de TV, un número trascendente será el correspondiente a los gastos de
gestión y mantenimiento, la partida que desequilibró por completo las pasadas
cuentas. Recordemos que a esta partida Bilbao tuvo que dedicar en 2015 un total de 542.810 euros; esto es:
el 16,77% de lo ingresado. En realidad,
para haber empatados los números, esta partida de gastos debía haberse quedado
en el caso más favorable por debajo del 15%.
El riesgo del “gratis total”
En el caso de 2016 ha sido notorio el impacto que ha tenido
la medida promocional de regalar un abono de galería a quienes adquirieran otro
de los tendidos. Ha tenido un efecto directo en el número de asientos que
quedaban libres. Y era un efecto lineal: los tendidos con más localidades
ocupadas --básicamente el 1 y el 2-- se correspondían con las galerías
prácticamente llenas.
Pero fuera de los efectos estéticos, que no hay por qué
despreciar, lo importante es valorar sus efectos reales en los ingresos. No
tenemos datos precisos pero sí más de un testimonio de cómo algunos grupos de
amigos han adquirido la mitad de los abonos previstos, mientras la otra mitad
utilizaba los gratuitos de galería; así turnándose por días: un día unos arriba
y otros abajo y al siguiente a la inversa. Si de ese estudio, que resulta muy
necesario, sale que este tipo se fórmula de compartir abonos tuviera un cierto
grado de generalización, sería el momento de volver a repensar semejante
oferta.
En el mundo del toro está comprobado que el regalo de las
entradas resulta poco prudente. Funcionaba a la perfección cuando eran las
empresas las que adquirían paquetes completos de localidades, para luego
atender sus compromisos sociales. Cuando la crisis obligó a las empresas a
reducir sus gastos, pocos de los beneficiarios por el regalo se acercaron por
si mismos a la taquilla. Solo así se explica, por ejemplo, el continuado
retroceso del número de abonados en Madrid: más de cinco mil en unos pocos
años.
En sus tiempos más boyantes, en Bilbao también regía esta
costumbre. Con los datos históricos que tengan en el archivo, resultaría del
máximo interés estudiar su impacto en comparación la fórmula actual del “gratis
total”. A lo mejor resulta que la bien intencionada medida de promoción tiene
más efectos negativos que positivos.
Marcar un nuevo rumbo
Por otro lado, resultaría totalmente impropio aplicar al
mundo del toro esos criterios de los dirigentes al uso sobre la nueva y la
vieja política, los nuevos y los viejos políticos, que constituye una generalización
carente de toro rigor. La fecha de nacimiento no condiciona la valía de nadie.
Pero, en cambio, es lo cierto que la excesiva permanencia en un cargo, en
cualquier cargo de responsabilidad público o privado, lastra bastante hasta la
imaginación; de modo natural, se vuelven a repetir comportamientos por la
fuerza de la costumbre.
Bilbao lleva demasiadas décadas en las mismas manos, sin que
se haya producido el mínimo relevo natural de las generaciones. Muy
probablemente no sea prudente modificar la forma institucional de gestión, no
se trata de un caso fácil, por su
singularidad. Pero habría que pensar despacio si no es hora de una renovación
profunda, para ajustarnos a la nueva realidad y a lo que propiamente establecen
los reglamentos de la plaza.
Un ejemplo: los padres fundadores de la vieja Vista Alegre
--sobre la que se levantó la actual tras el incendio-- establecieron que la
Junta Administrativa estaría regida por cuatro vocales de cada una de las
instituciones propietarias y por otros cuatro vocales --en su época llamados
“extraños”-- en representación de la afición. Es cierto que si se repasa la
historia de los años 40 a nuestros días, en pocas etapas se ha cumplido en
sentido estricto esta cláusula. Ahora, desde luego, los vocales “extraños” en
realidad se cubren ampliando, con alguna puntual excepción, el área de influencia
de los otros dos tercios institucionales.
¿Qué consecuencia tiene esta realidad? Pues que cuando no
impera la participación ciudadana y la transparencia, la institución gestora
pierde el contacto real con la sociedad a la que sirve. Como además los que
gobiernan la institución no son nada dados a atender las sugerencias externas
que reciben de las organizaciones taurinas bilbaínas –que han sido muchas y
ninguna les valió--, acaban por encapsularse en su propia burbuja. El efecto
final acaba en la taquilla, a la vista está.
Toa esta historia nos
recuerda a aquella situación que
describía Steven Spielberg en su película “Salvar al soldado Ryan”. Cuando los
momentos se vuelven críticos --el cineasta lo situaba en el desembarco de
Normadía de las tropas aliadas-- , no queda otra salida que o plegarse a la
derrota, o hacerle frente con decisión, aunque eso suponga sacrificar
propósitos y sillones personales, una medida que nunca puede ser dulce,
sino dura; pero en algunas ocasiones no
queda otro remedio. La situación actual del Bilbao taurino es una de ellas.
Cambiar de política
Con cambios personales --que sería lo más prudente-- o sin
ellos alrededor de la mesa de las decisiones, lo evidente es que el esquema de
las Corridas Generales se ha quedado anquilosado y necesita de una
reformulación, sobre todo pensando en atraer de nuevo al publico del propio
Bilbao. Bastaba en estos días visitar los hoteles bilbainos para comprobar que
los foráneos siguen siendo fieles, incluso en este año con el efecto que ha
tenido la gran Semana Grande programada en San Sebastián, que quiérase o no ha
quitado visitantes. Aquí lo facha es el público local.
Hacen falta otra cosa, no ese más de lo mismo en el que se
lleva anclados desde demasiados años, y que ha colocado a la Semana Grande en
la situación actual. Al final, la mucha duración en los cargos, también en los
taurinos, acaban convirtiendo a los gestores en deudores de los compromisos y
dependencias adquiridas en el pasado, que impiden, o al menos dificultan, hacer
algo distinto. Y sin embargo, resulta necesario hacerlo.
No se trata de algo privativo de Bilbao: ocurre en todas las
plazas. Las que han cambiado a mejor, ha salido adelante; las que no,
restringen su programación y siguen perdiendo espectadores. Rellanando los días
con esa entelequia de la “clase práctica”, por ejemplo, se aligera el
presupuesto, pero no se genera ingreso alguno. Y esta claro: los ajustes
presupuestarios pueden necesarios, pero si por delante no se buscan las
fórmulas poara aumentar los ingresos, el resultado al final se quedará en
negativo.
Nuevos aires, nuevas ideas, nuevas gentes, nuevas fórmulas.
La recuperación de las Corridas Generales exige todo eso y mucho más; si no
fueran unos términos tan pedantes, la naturaleza del cambio tiene que ser
estructural. Y hay que intentarla, con
valentía, con determinación y con
prudencia; pero hay que hacerlo antes
que todo se anquilose. El añorado Torcuato Fernández Miranda patentó aquello de
la “de la ley a la ley”. Pues algo parecido: la regeneración de los gestores
llevada a cabo desde la propia Junta, propiciando refrescar la nómina y las
ideas en profundidad, sin contemplaciones ni paños calientes.
En la situación actual, conviene escarmentar en cabeza
ajena: precisamente por aferrarse al pasado, en Barcelona pasó lo que pasó, más
allá de la manipulación política. No nos engañemos, a la Monumental barcelonesa
no la llevó al corredor de la muerte la clase política;
al menos, no la llevó en solitario. Estaba ya alojada allí como consecuencia de
la dejación prolongada semana tras semana de una gestión taurina que fue
echando a las gentes de los tendidos y que le volvió la espalda a la propia
sociedad barcelonesa.
Aunque las circunstancias bilbaínas sean tan diferentes, lo
importante es que no ocurra al final en la capital vizcaína lo sucedido en
Barcelona: que la fiesta vaya languideciendo año tras año, día tras día, y al
final un día desaparezca por muerte natural: por inasistencia, por desinterés
ciudadano, porque la calle le de la espalda. Por eso resulta tan crucial que
quienes tienen capacidad para ello salgan al rescate global de las Corridas
Generales. Apoyos externos no le van a faltar.
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