FERNANDO FERNÁNDEZ
ROMÁN
@FFernandezRoman
@FFernandezRoman
Ha salido el Pliego y, como de costumbre, ha estallado la
tormenta. El Pliego es, naturalmente, el de Condiciones
Económico-Administrativas que han elaborado los técnicos de la Comunidad de
Madrid para sacar a licitación la gestión de la Plaza de Las Ventas por los
próximos cuatro años, más uno prorrogable.
Primera consideración: elaborar un Pliego de esta
naturaleza, en el que se aborda la gestión de la plaza de toros más influyente
del mundo –al menos así está considerada– y la más golosa desde el punto de
vista económico, lleva implícita la crítica acerada no solo de los hipotéticos
licitantes, sino de la mismísima crítica taurina. No faltará quien considere
que esto último, analizado desde el punto de vista estrictamente profesional,
se sale de su campo de acción o de su incumbencia, pero es obvio que cuando las
cosas afectan directamente al estado de la cuestión, es saludable que todos
aquellos que nos sentimos vinculados a la causa –o somos hijos del Cuerpo, como
decía Manzanares—nos arranquemos a entrar en valoraciones previas, siempre y
cuando se haga con una mínima objetividad y no se entrevea en ello el ascua que
cada cual arrima a su sardina.
Segunda consideración: aquí, al firmante, lo que de verdad
le importa es la calidad e integridad del espectáculo no el cómo se manejan o
reparten los dineros que genera. Y algunos me dirán, ¿cómo, pues, va a tener
calidad e integridad si no se reducen los costes de producción? Pues…
teniéndolas, que para eso están los empresarios, cuyo código empírico y básico
se funda en ofrecer un buen producto y obtener la mayor rentabilidad.
Expuestas ambas consideraciones, a modo de preámbulo, me
permito aportar la principal conclusión que se extrae de la lectura de tan
farragoso documento: la Comunidad de Madrid, se lava las manos y le traslada al
ganador del Concurso la patata caliente de todo lo que pudiera a oler a
subvención de la fiesta de los toros. No solo eso, sino que no emplea ni un
solo euro en el mantenimiento de un inmueble que, por cierto, reporta pingües
beneficios. Quizá, para disimular, hará retoques de pintura o retejado, pero
echar sobre la cartera del empresario taurino las obras de reforma y
consolidación de los corrales o del tendido 2 y ponerle las peras a cuarto
sobre cualquier otro asunto que afecte a cuestiones taurinas o no taurinas, me
parece una descarada inmersión en la labor empresarial, una fiscalización
impertinente, una galerada política, un brindis al sol innecesario.
Más aún: la señora Cifuentes, doña Cristina, se tiró en su
día el nardo de rescatar la Escuela de Tauromaquia de Madrid, defenestrada por
la señora Carmena, doña Manuela. En aquél momento, entre la ignominiosa
zancadilla y la generosa mano tendida para su incorporación la cosa no tuvo
color. Ovación de gala de la gente del toro, incluso beneplácito de los no
aficionados. Todos con Cifuentes, hasta la izquierda más recalcitrante. Pero no
contábamos con la huéspeda, o sea, con la jugada política. Más dinero para la
Escuela –bastante más—, pero su sostenibilidad y la de las Escuelas colaterales
del entorno geográfico –que pueden crecer a gogó– no va con cargo al
presupuesto de la Comunidad, sino del bolsillo del empresario, y para tapar la
jugada, se rebaja el Canon. Así, cualquiera. Me gano el cielo con una
exhibición de filantropía, pero a costa del vecino.
Pues bien, así y todo, ya verán cómo proliferarán las
ofertas para ganar un Pliego en el que los jueces supremos comunitarios –por
mucho que lo quieran disimular– habrán de interpretar su papel de clásicos
subasteros y pronunciar la famosa frase, ¿hay quién dé más? Y allí estarán
alzando la mano un nutrido grupo de aspirantes, máxime en este caso, en el que
se pueden presentar empresarios de divisiones inferiores a la clásica Champions
taurina, encastrados en el artilugio de la UTE (Unión Temporal de Empresas),
contra la cual no tengo que oponer absolutamente nada.
Todo ello, bajo al milagroso paraguas de la televisión;
porque sin televisión de pago no estaríamos hablando de estas cosas, ni
analizando menudencias, ni entrando y saliendo en tiquismiquismos. El dinero de
la televisión codificada es, desde hace más de veinte años, el doble manguito
que permite mantener a flote la fiesta de los toros en este país, tanto para
subvencionar sus desmesurados gastos de producción como para fomentar – o, al
menos, mantener en candelero en la medida de su campo de acción– su difusión.
Le quitas la tele de pago al ganador del Pliego de Las Ventas y le entra a
Cifuentes una temblaera que para qué les cuento. Por ello, digo yo que los
licitantes incluirán en sus ofertas este menoscabo.
No ocurrirá tal acaso, por fortuna. Así, pues, doña Cristina
puede tener la seguridad de cumplir con la Ley 10/2015 de 26 de mayo que insta
a los poderes públicos a garantizar la protección y, a su vez, desarrollar las
medidas de fomento de la fiesta de los toros, incuestionable patrimonio
cultural español, según dicha Ley; una Ley que la señora Camena se pasó por el
forro de la enagua, si es que la usare.
Dicho todo esto, saco la conclusión de que a Cristina
Cifuentes le da miedo el toro, ese toro que le mira desde la oposición con
aviesas intenciones. No quiere meterse en los berenjenales de la escena
política por la cosa taurina, El toro-fantasma de la subvención a la Fiesta, le
debe horrorizar. No es torero, como su homónima Sánchez. Mientras la
Cristina-torero se la va a jugar –no una interpelación en la Asamblea, sino la
vida– dentro de unos días en Cuenca por una buena causa, sin pedir nada a
cambio, la Cristina-política no expone un alamar. Se ha metido en el burladero
(del verbo burlar).
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