El sevillano remonta una corrida
torcida por el escaso juego de los toros de Paulo Caetano; Los momentos de
mayor emoción estuvieron concentrados en el homenaje a Curro Romero.
GONZALO I. BIENVENIDA
@GonIzdoBienve
Diario EL MUNDO de
Madrid
Lisboa (Portugal)
Los restaurantes ubicados bajo los arcos neomudéjares de
Campo Pequeño estaban completamente llenos horas antes de la corrida nocturna.
Un ambientazo en el entorno de la plaza que se materializó en un lleno en los
tendidos. Más de 8.000 almas unieron su admiración hacia la figura de Curro
Romero. Una placa de mármol conmemorará para siempre su histórica actuación en
1958. Desde un palco agradecía el Faraón las muestras de cariño de la afición
que no ha dejado de soñar con su toreo.
Morante regresaba a Campo Pequeño tras haber firmado una
actuación mágica en solitario hace dos veranos al compás del Cigala. Con sus
patillas dieciochescas, su puro encendido y con gestos de buena gana llegó a
Lisboa el cigarrero. La sonrisa aparecía espontánea en el rostro del sevillano
durante la 'formación' portuguesa que equivale a nuestro paseíllo. Matadores yo
banderilleros forman una hilera dibujando media luna en el redondel, mientras
los forcados forman por delante y el rejoneador aparece y desaparece en dos
medias vueltas al ruedo.
Tras la emoción contenida del homenaje a Curro Romero llegó
la escalera descendente de presentación y juego de los toros de Paulo Caetano.
El primero de Morante abría la cara y estaba hecho cuesta arriba. Morante quiso
torear con el capote desde el principio pero el toro se quedaba por debajo sin
entrega. El intento de quite por chicuelinas se convirtió en delantales en los
que el toro se coló y remató con arrebato
Tras las banderillas, en Portugal ni se pica ni se estoquea
al toro, Morante inició un trasteo lleno de sabor agarrado a la tablas. Hubo
detalles de otro tiempo. Un abaniqueo, un kikirikí, algunos naturales...
Siempre asentado y decidido.
El segundo de su lote no le dio opción alguna por su rajada
condición, embestía a arreones. Se dobló con torería.
El rejoneador Joao Telles dio una vuelta al ruedo en cada
toro con los Forcados de Aposento da Chamusca. El primero acortó el viaje en los
encuentros con los caballos de Telles pero protagonizó una gran pega. El cuarto
tuvo una movilidad que fue bien aprovechada por Telles, esta vez los forcados
tuvieron que porfiar hasta lograr la pega en el cuarto encontronazo.
Dado el rumbo de la noche, decidieron regalar un sobrero de
la misma ganadería. Morante lo espero en el ruedo, en la distancia media entre
dos burladeros. Apoyado. Voló el capote a una mano para recoger y fijar la
embestida. Humilló este toro. Manzanares, que había encontrado la suerte en
contra con un primero manso y un segundo reservón, se arrebató por chicuelinas
propias de su compás único. Remató con una media de rodillas. La réplica de
Morante fue por tafalleras muy acompañadas y una media verónica que sigue
siendo coreada por el eco de Campo Pequeño. Morante extrapoló de nuevo a la
afición en el tiempo con un arranque por ayudados por altos preñados de
torería. Cada pase por alto acompañado con todo el pecho fue un monumento. Dos
tandas aguantó el toro. Pero qué dos tandas. No se puede torear ni más
despacio, ni más encajado, ni más sentido. Después, la decepción por el freno
de mano echado, el abaniqueo entre el dominio y la desgana, el cambio del
estoque simulado por la banderilla con gavilanes y el desencanto de un público
que siempre quiere más. Pero la noche ya la había salvado Morante in extremis
con su eterna inspiración.
FICHA DEL FESTEJO
Toros de Paulo Caetano, de
desigual presentación y escaso juego.
Joao Telles Jr: Vuelta al ruedo en sus dos turnos.
Morante de la Puebla, de nazareno y oro: Saludos, palmas y
saludos en el sobrero de regalo.
José María Manzanares, de azul marino y oro: Saludos y silencio.
Plaza de toros de Campo Pequeño. Jueves, 5 de julio de 2018. Lleno.
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