La figura extremeña se muestra
pleno en su primera actuación tras conocerse los carteles de las principales
ferias del norte donde no está anunciado; Manzanares corta dos orejas con su
letal espada y Morante resulta abroncado sin suerte en su lote.
GONZALO I. BIENVENIDA
@GonIzdoBienve
Diario EL MUNDO de
Madrid
El mejor Alejandro Talavante apareció arreado en Segovia.
Los carteles de Pamplona, Bilbao y San Sebastián no recogen el nombre del
triunfador de San Isidro 2018. Además, su apoderado hasta hace un mes, Matilla,
organizaba esta corrida que levantó expectación recuperando el ambiente que tuvo
Segovia en tiempos no tan pretéritos.
Talavante resucitó la suerte del cairel creada por El Pana:
un rizo dibuja el capote entorno al torero mientras el toro galopa a su
encuentro de salida. El embroque se salva con el último vuelo que pasa entre el
tercio y el torero. Como un milagro hecho lance. El temple visitó cada detalle
de la actuación de Talavante. Hubo muletazos soberbios, en redondo, llenos de
pulso al mejor toro de los Núñez de Tarifa que hizo tercero. Ceñido en todos
sus encuentros, con gesto rebelde pero sin perder su particular serenidad.
En el que cerró la tarde, falto de recorrido dentro de su
nobleza, cuajó naturales sobresalientes. Antes había vuelto loca a la afición
segoviana al clavar en los tendidos su lacónica mirada en un pase de pecho monumental
(dos orejas y oreja).
José María Manzanares se reencontró en Segovia con un «Arrojado» que en pocas virtudes
coincidió con su tocayo de la ganadería hermana indultado en Sevilla hace siete
primaveras. Jabonero sucio, transmitió dentro de su genio. Manzanares lo había
recibido muy enfibrado. La faena tuvo una parte de abrir los caminos y otra de
mayor compromiso. Al toro le faltó clase, pero fue como un revulsivo de casta
en una corrida escasa de ella, además de mal presentada para una plaza de segunda.
La estocada sumó un premio más al que correspondía a la obra.
El impresentable novillote que hizo segundo se paró sin
opción posible (silencio y dos orejas).
El paso de Morante por Segovia se resumió en la evolución
del gesto de su rostro a lo largo de la tarde. De la sonrisa abierta al final
de cada tanda en su primer toro, al flequillo caído sobre la frente tras
resoplar ante el cuarto.
Las verónicas con las que recibió al precioso primero lo
compensaron todo. Una suavidad alada, un temple único, una expresión para la
historia. Imborrables fueron la serpentina al desfondado primero y una eterna
media al reservón cuarto bis, con el que pegó un sainete con la espada
(silencio y bronca).
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