Alberto Bautista
En la solapa de la blazer de Roberto García Yuste (Guadalix
de la Sierra-Madrid, 1980) una chapa con las consignas de «Sin toro no hay
nada» deja a las clara el aficionado con el que nos encontramos. El discurso de
este apasionado y representante de una de las asociaciones con mayor solera de
Madrid y abonado del tendido 7, atesora una pasión a la Fiesta que desborda lo
racional. Cree firmemente en el toro íntegro como fin a todos los problemas, y
se muestra escéptico de que el flamante empresario de Madrid sea el acicate
para solventar los males del espectáculo. Sufrimientos que tarde tras tarde, y
desde 1978 padece Faustino Herranz El Rosco (Guadalix de la Sierra-Madrid,
1949) que desde su asiento del 7 no encuentra reparos en bramar a los cuatro
vientos la injusticia de la que cree que profusa, y es que la Fiesta es la
pasión de la existencia para este constructor jubilado. El Rosco tiene trapío y
profundidad, como un toro de Santa Coloma y son pocas las veces que falta a su
cita en Las Ventas, a no ser que las corridas generales de Bilbao u otra plaza
de cierta entidad suponga un reclamo para este aficionado que tiene en los
toros un gran estímulo.
Ambos llevan la ortodoxia por bandera y desbordan pasión por
los cuatro costados, recuerdan faenas y las evocan como si pareciera que
estuviera ocurriendo en el momento, aunque pasen más de dos lustros de la faena
de El Cid a Guitarrero de Hernández Pla o del 18 de mayo de 1994 cuando Julio
Aparicio se encumbró ante el toro Cañero de Alcurrucén. Los dos forman un
tándem infalible, y les hace ser los
aficionados más exigentes de Madrid, y es que con sus defectos y sus virtudes,
se han convertido por méritos propios en el sector más revolucionario e
importante, dotando de exigencia a la Catedral del Toreo.
Sus comienzos en la Fiesta fueron hace ya algunos años.
«Tenía 7 años y fue en una de las primeras novilladas de la temporada; me llevó
mi padre con El Rosco, ya que ambos son amigos. El Rosco ha sido como mi
segundo padre, y quien más me ha enseñado de toros. Posteriormente, recuerdo
con cierta nostalgia el año 90, la presentación de Manuel Caballero en Las
Ventas junto a El Madrileño y Manolo Escribano, ya que me senté en el 7 al lado
del Rosco», recuerda Roberto. El Rosco, por su parte, subraya que sus inicios
en Las Ventas se acercan a la década de los 60: «Mi primera tarde fue el 20 de
mayo de 1964, con El Viti, César Girón y Serranito, con una corrida de Miura.
Recuerdo perfectamente que me senté en la andanada del 6, y que me llevó un
amigo de mi padre. Ya en 1966 asistí a la famosa corrida de Colmenar Viejo de
Tinín, Paco Camino y Miguel Márquez, y de forma paulatina fui asistiendo a
corridas hasta llegar a 1978, cuando obtuve mi primer abono».
Si una palabra resume para ambos lo que es la Fiesta, esa es
emoción. «En la Fiesta he encontrado emociones gracias al toro bravo y
encastado y que sabe lo que se deja atrás; y es que cuando veo a un toro fiero,
me pongo nervioso», confiesa El Rosco. Emoción que llegó a su extenuación por
última vez para Roberto con la corrida de Palha, «gracias a varios toros pero
destacando uno, Saltillo I; aunque también es verdad que hubo otras gestas como
los muletazos de Ureña, la reaparición de David Mora, la corrida de Baltasar
Iban y el gran Camarín, algún toro suelto de Victorino o El Puerto y la corrida
de Saltillo, por su emoción, peligro y riesgo, en la que además vimos una
brillante actuación de David Adalid». Para Faustino, las emociones más grandes
llegaron con saltillos y con dos toreros de plata, César del Puerto y David
Adalid.
Afición, forma de
vida, pero sobre todo pasión. Para estos dos aficionados los toros han
revolucionado sus vidas, y de ahí que hayan protagonizado insólitas hazañas con
el objetivo de asistir a una tarde de toros. Roberto, que este año ha estrenado
paternidad, subraya que, por ejemplo, «teniendo una niña con dos meses e
ingresada durante cinco días a consecuencia de un virus y yo con una cornada de
nueve centímetros después de un encierro, pedí permiso a mi mujer para que me
dejara ir a Las Ventas». Lo bueno, comenta, «es que es una afición que compartimos
los dos». Para El Rosco, su trabajo le ha supuesto en ocasiones algún que otro
quebradero de cabeza para poder asistir a lo que más ama, y así, «lo más
insólito que hice para ir a la plaza es estar trabajando en Somosierra durante
un San Isidro y venirme todos los días a Madrid para no perderme ningún
festejo».
La afición es un sector clave en la Fiesta, pero ambos
tienen claro que nada sería posible sin un toro en el ruedo y sin los de luces,
y es que tanto Roberto como Rosco saben que sus exigencias no caen en el olvido
para nadie. «Saben que somos un sector duro y exigente, pero cuando las cosas
se hacen bien somos los que más nos entregamos y más se lo reconocemos; somos
los más sensibles cuando un torero vuelve a nuestro coso después de un triunfo apoteósico
o un percance y somos los primeros en ovacionarle y sacarle a saludar», afirma
el presidente de la Asociación El toro de Madrid. El Rosco, fiel a sus ideas,
hace de la palabra lo más preciado: «A mí que me critiquen desde lejos, porque
si lo hacen cerca les voy a convencer».
La asociación a la que ambos pertenecen tiene al toro como
el gran protagonista. Les preguntamos sobre su torero predilecto y Roberto se
sincera: «Soy más de faenas que de toreros, aunque el que más me ha gustado ha
sido José Tomas; pero si me preguntas por El Juli o por Morante te diré: ¿Que
día?». Por su parte Rosco tiene en Paco Ureña su estandarte. «Hace el toreo
frontal», afirma.
En las corridas llamadas de clavel, el nivel de exigencia es
distinto que cuando torean los demás toreros del escalafón, un nivel que
debiera ser el mismo, porque si por algo se caracteriza la plaza de Las Ventas
es por el nivel de exigencia toree quien toree. Según Roberto, «a las figuras
les exigimos más, porque con su presencia en la plaza baja desgraciadamente el
trapío en Madrid, con el beneplácito de las autoridades apoyado por un público
triunfalista». Su compañero de tendido también tiene en cuenta que «cuando
llegan las figuras hay una pugna entre el apoderado, los empresarios y los facultativos
para bajarse los pantalones, y eso que las llamadas figuras no han visto nunca
un toro en Madrid».
El nivel de exigencia impuesto desde el tendido 7 hace que
ocasiones impere más lo negativo de las protestas, que lo positivo del
espectáculo. «Cualquier aficionado a los toros es un poco pesimista, y siempre
ha ocurrido a lo largo de la historia. Madrid debe ser una plaza exigente, y es
que lo que no puede ser es triunfalista, como pretenden muchos aficionados».
Además, Roberto recuerda que «siempre ha habido un sector crítico a lo largo de
la historia de la plaza, primero el tendido 3, luego la andanada del 8 y ahora
el tendido 7». Para El Rosco, «el público protesta lo que sabe, lo que no
protestan es porque no lo saben».
Algunos aficionados acusan al Rosco de ser el reventador de
la Fiesta y a Roberto de no disfrutar del espectáculo por sus continuas quejas.
Ambos se defienden: «No podemos gustar a todo el mundo, lo que más nos critican
son aficionados, aunque otros muchos reconocen que si no fuera por nosotros la
plaza de Madrid tendría menos exigencia», revela Roberto. El Rosco comenta que
«a la Fiesta le quedan dos afeitados, ya que los toreros que están arriba no
miran hacia atrás»; y añade que las figuras quieren «toro chico y billete
grande».
Para todos los que critican al sector más contestatario de
la plaza, ambos tienen un mensaje de confraternización, y es que «a veces nos
podemos equivocar, pero queremos mantener un nivel y empezamos con el toro, ya
que es en lo primero que nos fijamos». Lo que más les molesta «es que en las
tardes de las figuras muchos piensan que vamos predispuestos a la protesta», y
por eso Roberto deja claro que «los que protestamos somos aficionados de
temporada, que nos sentamos haga frío, llueva o truene». El Rosco pide a todos
los que le protestan «que vean una corrida a nuestro lado». Es más, en
ocasiones, «aunque los aficionados se enfrenten a nosotros durante el
espectáculo luego terminamos como amigos».
Tardes anodinadas y sin apenas contenido, donde la desidia,
la crispación y el aburrimiento animan al gran público no volver a la plaza, no
son tal para estos dos incombustibles aficionados. «A los toros no voy a
divertirme, sino a emocionarme. Soy consciente de que de 60 tardes no voy a
salir satisfecho en todas, pero siempre se aprende algo», apunta Roberto. Para
El Rosco, «el día que no ha ocurrido nada para el público en general, para
nosotros sí, que puede ser un par de banderillas, un quite artístico o
directamente una mansada, ya que todas las tardes ocurre algo».
La importancia de Madrid, como primera plaza del mundo, se
hace mayor si cabe al glosar la heroicidad a la hora de dar y quitar, y es que
para Roberto «Madrid da menos que antes pero también quita menos, porque el
circuito está mal montado, ya que a lo largo de la historia nunca habido tantas
figuras con tantos años de alternativa como las hay ahora». El Rosco difiere y
alega que «Madrid da menos que antes, pero no quita, porque está todo hecho».
El tendido 7 ha sido en muchas ocasiones pesadilla para
toreros, ganaderos e incluso empresarios, hecho que ha podido generar un mayor
respeto entre los diferentes estamentos. «Nunca hemos querido tener ningún tipo
de enemigo, respetamos a todos, y es que hay que tener en cuenta que todos los
que están en el ruedo viven a costa de nosotros, los aficionados», exige
Roberto. Para el inconformista Rosco, «a nosotros no nos respeta nadie; hay
tardes que se encaran con nosotros desde el tendido 8 y 9, y al vernos salir,
de la discusión se pasa a la foto. En realidad saben que cuando les hablo tengo
razón».
Desde hace unos años se dice que ahora se torea mejor nunca,
pero ambos lo niegan: «Ahora no se torea mejor que antes, ahora se torea mucho
más técnico, ya que el toro tiene mucha menos casta y transmite mucho menos
peligro. Ahora se dice que se quiere llevar a los toros muy largos, pero el
muletazo no tiene por qué ser largo, ya que como dijo Domingo Ortega, deberían
ser en redondo». El Rosco añade además que si se torea mejor que nunca es
porque «ahora el toro es más claudicante, tiene menos casta y es un animal
menos fiero y más dulce que antes». Aficionado desde hace 50 años, cree que «no
son comparables las faenas de antes con las de ahora, ya que el toro es más
grande ahora».
Para ambos la Fiesta necesita de emoción. «Los ganaderos
deben recuperar la casta, porque con ella hay peligro y emoción, que tiene que
trasladarse al que está en el tendido y de esa manera volverá a la plaza»,
exige Roberto. «En mis tiempos se estilaba el circo, y había una trapecista que
actuaba sin red y había mucha gente viéndola por la emoción que generaba»,
rememora El Rosco, que si algo tiene claro es que «hay que ver corridas de
toros que cuando salgan a la plaza impongan miedo al público».
La situación de la Fiesta no pasa por su mejor momento, y
Roberto entiende que la mejora pasa por los ganaderos, aunque principalmente
«debería haber un cambio en los toreros, ya que falta competencia y rivalidad.
El toro tiene que poner emoción, pero los toreros tienen que poner ese pique que
los demás no vemos, y es que las figuras deben abrir paso a gente joven». El
Rosco cree además que «los medios taurinos deben decir la verdad».
El aterrizaje de Simón Casas en Madrid puede suponer un
antes y un después. Tanto Roberto como El Rosco son escépticos aunque ambos dan
un voto de confianza a la gestión del francés. «Nos da miedo porque viendo las
plazas que lleva, su gestión se caracteriza por la bajada del trapío del toro y
por una afición triunfalista». Con todo, «le damos un voto confianza, porque
Taurodelta estaba quemada y todos sabemos que Simón viene con mucha ilusión, ya
que es el sueño de toda su vida». Ahora bien, «queremos que mantenga el toro de
Madrid, mejore los carteles y que los meses estivales cambie el rumbo». El
Rosco, sentencia: «Simón se va a complacer de las figuras cuando vengan, y se
plegará a sus exigencias. Yo creo que es más torerista que torista y en Madrid
se puede equivocar si intenta meter el animal escuálido y claudicante».
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