El torero clave de la generación
emergente debuta en Sevilla sin suerte. Lote deslucido, mucho valor, ideas
precipitadas. Ileso tras cogida tremenda. Dos buenos toros de Juan Pedro.
Desdibujado Manzanares.
Enrique Ponce |
BARQUERITO
Foto: EFE
SALTARON siete
toros de Juan Pedro Domecq. El cuarto claudicó nada más tomar engaño, apenas
cobró en varas, la gente de sol protestó, no está claro si Ponce quiso o no
mantenerlo en pie, del caballo salió luego derribado y fue devuelto. La
protesta venía coleando, pues el tercero
de la tarde, con el que debutaba en Sevilla Roca Rey en ambiente de picante
curiosidad, había asomado derrengado, estuvo a punto de sentarse varias veces y
renqueó desencuadernadito después de picado.
El palco apostó por el toro y lo salvó. Fragilidad
incurable, el toro reculando y resbalando como un equilibrista. Roca Rey trató
de hacerse sentir, tragó un parón debajo en una tanda con la zurda, no pareció
tan tranquilo como suele, se oyeron voces pidiendo que acabara y la cosa
terminó de estocada sobrada con fe algo desprendida.
El sobrero, cuarto bis, se estiró de salida con buen aire,
Ponce le dio capa y más capa antes de fijarlo, antes de llevarlo al caballo y
después de llevado y traído. Una sobredosis de lances de doma que restaron y no
sumaron. Después de banderillas, no podía el toro con su alma. Ponce pidió
paciencia a quienes reclamaban que tirara por la calle de en medio y entrara a
matar. Ni medias embestidas, todas rebrincadas, antes de pararse el toro y de
empeñarse Ponce en un trasteo de aparente riesgo pero fondo artificioso.
La idea de estar delante del toro casi en descaro provocó
una ruidosa división de opiniones. La batalla del público la ganaron los
defensores de la idea. Los cuatro primeros muletazos de trama fueron los cuatro
únicos que consintió el toro. Una estocada caída. Ponce salió a saludar hasta
la segunda raya después de arrastrado el toro. La cuadrilla le animaba a dar la
vuelta al ruedo. No coló. Era el último toro que Ponce mataba en el abono de
este año.
El primero de los dos de lote, colorado, redondito y
acucharado, con la cara de bueno que tanto retrata la que fue línea
predominante en la ganadería –el toro artista, sí, pero muy astifino también-,
se llevó su dosis masiva de capotazos de doma. Mansito en el caballo –dos
picotazos-, estuvo a punto de cascarse en banderillas y, mientras Ponce
brindaba al Rey Juan Carlos, se vino a tablas. No a acularse, pero sí a
refugiarse. Estuvo encogido muchas veces. Entonces y luego, pero tomó despacio
una primera tanda de muletazos medicinales. Excelentes dos a media altura con
la mano buena de Ponce, la derecha. Ligados los dos en un palmo, Una pausa y
otro toro: más entero de lo previsto, acaramelados viajes y suave trato de
Ponce, que no pudo resistir la tentación de abrir tanda, dos veces, con el
molinete protector tan de su concepto. La faena tuvo dos claves felices: el
general ajuste y la despaciosidad. Faltó toro, faltó mano izquierda y hubo, de
guinda, un postre de cuatro muletazos genuflexos rematados con un cambiado por
alto bien trazado. Una estocada con vómito.
También el segundo juampedro se apuntó al tambaleo general.
El penúltimo Juan Pedro Domecq solía quejarse de lo mucho que los corrales
exiguos de la Maestranza repercutían para mal en sus corridas. Las de los toros
artistas. De artistas vino casi al completo esta corrida del sábado de
preferia, una de las tres fechas mejores del abono. No le sobraron fuerzas al
segundo después de sangrar; tampoco arrestos a un Manzanares poco convencido.
Ni el generoso gesto de la banda –Cielo Andaluz, pasodoble predilecto de
Manzanares- terminó de animar la cosa. Muletazos sin terminar, esdrújulo
engaño, más de un final en el lomo. Una supina estocada.
El quinto trotó y casi gateó en vez de galopar de salida.
Fue el toro de la tarde. Se entregó en un primer puyazo tan severo como certero
de Pedro Chocolate y volvió a pelear en el segundo viaje. Roca Rey se fue a los
medios a quitar por saltilleras ceñidísimas, tres, y revolera. Quedó en claro
el son del toro, algo tardo pero de ir con todo. Manzanares abrió a lo grande:
de largo en los medios. Muy apaisada la muleta, abiertos los viajes, buena
cintura, pero. Toreo sin ritmo. Otra vez dio la banda un concierto: versión
sobresaliente del Martín Agüero. De regalar los oídos al torero, al toro y a
todos los demás. Faena a menos, pasos perdidos al intentar el toreo al natural.
Media estocada. Ocasión malograda.
Más de dos horas de festejo y luz artificial al saltar el
sexto, el más astifino de la corrida, colorado ojo de perdiz. Roca Rey lo
saludo con lances de capote vuelto y sueltos, atacó por delantales que cosió
con una chicuelina enganchada y un valiente revolera. Un galleo de frente por
detrás para llevar al toro al caballo. Se le salían las ganas al torero limeño.
Un brindis parsimonioso y una faena que iba a estar marcada por el afán
–siempre al ataque Roca, impávido en estatuarios y en los cites encimistas-
pero condicionada por la falta de celo del toro, que se fue parando poco a poco
pero hasta hacerlo en seco. Pesaban las dos horas y pico de corrida, y la
corrida toda, y la gente pidió a Roca que se fuera por la espada. Ni caso.
Terne en la cara del toro, tratando de sacárselo en la
suerte natural o por la espalda, y de pronto una cogida tremenda: el torero
empalado, y asido al pitón pero colgado de él durante instantes interminables.
La vuelta a la cara del toro como si nada fue premiada con una gran ovación de
reconocimiento. Igual que el ajuste de la media docena mejor de muletazos de
esa faena de tan angustioso final. Una estocada caída. El marte vuelve Roca Rey
a escena. La corrida de Cuvillo. Morante y El Juli.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Juan Pedro Domecq.
El cuarto, sobrero.
Enrique Ponce, una oreja y saludos.
José María Manzanares, saludos y silencio.
Roca Rey, saludos y vuelta.
Pedro Chocolate picó muy bien al quinto. Pares notables de Luis Blázquez.
Sábado, 9 de octubre de 2016. Sevilla. 8ª de abono. Lleno. Primaveral.
Dos horas y treinta y cinco minutos de función. El Rey Juan Carlos, en el Palco
del Príncipe, fue ovacionadísimo al aparecer. Las ovaciones se solaparon con
los compases de la Marcha Real. *** Los tres espadas le brindaron la muerte de sus
primeros toros. Brindis subrayados por nuevas ovaciones.
Postdata para los
íntimos.- Las estrelicias de la plaza del Cristo de Burgos están marchitas.
O esperando su momento. No se sabe. Los botánicos aficionados las llaman Aves
del Paraíso. Hay muchas en Madagascar. Hay heladerías que anuncian vainilla de
Madagascar. Normalmente, la especias perdían su aroma al cambiar de tierra. La
vaina de la vainilla es muy fina. Por eso el diminutivo. Los granitos negros
tienen una dulzura distinta. Ni empalagan ni dejan de. En la cocina andaluza de
toda la vida -o sea, de influencia romana y arábiga- ha uso variado de las
especias. La hierbabuena es o era la reina de los guisos de olla. Pero no solo.
En el Parque de María Luisa hay un frente de estrelicias formidable en primera
línea de fuego. La flor, casi inmortal, flora prehistórica, parece la cresta de
un pájaro exótico. La cresta y el pico a la vez. Sus colores púrpura y naranja
son muy distintivos. Como las túnicas de los monjes birmanos.
De vuelta al Mercado de Feria, pero solo para cruzarlo.
Detrás del mercado, el restauradísimo palacio de los Marqueses de la Algaba,
que fue el palacio de mayores volúmenes de la Sevilla renacentista y barroca.
Los marqueses eran Guzmán, guzmanes, los grandes señores de la Conquista
cristiana. El Centro Mudéjar de Sevilla se ha instalado allí, en dos de las
salas rehabilitadas. Un vídeo cuenta en detalle la historia del palacio. Buen
vídeo, buen relato.
En el siglo XIX el palacio, abandonado por los marqueses,
fue oKupAdo por vecinos sin techo. Las yeserías, las vigas y los canes, los
artesonados, los azulejos de los zócalos, los mármoles genoveses de casi todas
las columnas, los capiteles, los enlosados, o sea, casi todo el palacio salvo
los cimientos fue pasto del vandalismo y el saqueo. Hay fotos de los 1860 y
después que dan una idea del estado de la cosa. Siempre aparecen en las fotos
la torre de Ómnium Sanctorum y los remates abaluartados del mercado con sus
paredes encaladas. Lo gracioso es que en el patio mayor del palacio se instaló
un teatro permanente pero de feriantes. El teatro de Hércules. La Alameda está
cerca. La fachada del Palacio, dibujada a mediados del XIX por Joaquín Guichot
-un pintor académico pero exquisito-, es preciosa. Se considera al nivel del
palacio del Rey don Pedro en los Alcázares. No sé qué decir.
Una mañana preciosa para pasear por San Luis, mi preferida
entre las calles cinta de Sevilla. La iglesia de San Luis estaba cerrada a cal
y canto. Su cúpula se divisa desde la azotea del Palacio de los Algaba. No
tiene nada que ver con el barrio. Esa es la gracia. Nada de mudéjar ni almohade
ni judío. Barroco puro y duro. Me ha chocado que el ambiente del palacio -su
música de fondo, hilo musical- fuera Bach. El museíto del palacio tiene pocas
piezas pero buenas. Cuadros explicativos breves y claros. Muy elemental.
No sabía quién era López de Arenas, el nombre de una calle
por la que cruzo a diario al ir a los toros y al volver, y he descubierto que
fue un artesano de Marchena que escribió en 1633 el primer tratado de
carpintería conocido en este país. Compendio de toda la carpintería mudéjar. La
carpintería en blanco o de blanco, creo recordar. Un artista. Muy pequeña la
calle. No es la cinta de San Luis, donde nacieron casi a la vez el cantaor
flamenco Manuel Vallejo y el más importante dirigente comunista nacido y criado
en Sevilla, y muerto en Moscú en el exilio, en 1944: José Díaz.
Han reparado de maravilla la iglesia de Santa Catalina
entera. Una joya. La plaza de los Terceros, a tope. Una librería de lance
estupenda. He comprado una biografía de Ramón Carande escrita por su hijo
Bernardo Víctor, que, hombre culto, lo dejó un día todo por los toros. Por
seguir la temporada y hacer fotos. En blanco y negro. Y ya.
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