Con un noble toro de Cuvillo, una
faena memorable del torero de la Puebla vivida como una fiesta mayor. El Juli,
raza de figura, herido en una arriesgada réplica. Valor y genio de Roca Rey.
BARQUERITO
Fotos: EFE
Corrida de dos mitades. La segunda borró a la primera, que
fue de solo toros colorados. Anovilladito un primero tan sin fuelle que, luego
de emplearse en varas, a los diez viajes ya estaba pegando pequeños taponazos,
de querer pero no poder embestir. Morante lo había toreado de capa
cumplidamente en el saludo. Dos lances de prueba y un manojo de siete severas
verónicas ligadas por las dos manos y el remate de media que más que medía fue
un cuarto. Una faena diligente, breve, sin pausas ni apenas nada más.
Nubes de Huelva, viento de poniente, cielos cerrados cuando
saltó el segundo. Parecía el hermano mayor del primero. Astifino, como toda la
corrida. Un derribo en la primera vara, caballo herido y Diego Ortiz ileso pero
atrapado en la refriega bajo el peto. Un picotazo de Salvador Núñez, de trámite
por orden de El Juli. Salió Roca Rey a quitar. Ruidosa salida. Dos tafalleras y
dos caleserinas y una revolera. Ninguno de los cinco lances tuvo más valor que
el del gesto. El gesto del desafío. De la revolera salió el toro maltrecho, los
pitones enterrados en la arena, un volatín completo. El Juli se dio por aludido
y decidió replicar. De largo: tres chicuelinas vertiginosas, de latigazo, dos
medias y la revolera. Se celebró el invento. Y más que el invento, el gesto.
A la hora de la pelea, un toro aplomado y remolón. El Juli
abrió con cuatro muletazos genuflexos muy ajustados y el del desdén, y se salió
al tercio. Sería por impaciencia, por no esperar al toro o por provocarlo. El
viento no dejó elegir terreno ni distancia. Un trasteo sin relieve: ni baches
ni vuelo. Una certera estocada al salto. El tercero, acapachado, hechuras más
redondas que las de los dos primeros, fue el mejor de los tres. Estiradas de
salida, son del bueno. Larga cambiada de rodillas en el tercio de Roca Rey para
abrir boca, delantales, media y la revolera. En un quite Roca repitió el mixto
de tafallera y caleserina, con la guinda de dos saltilleras. No hubo quórum.
Galopadas del toro en banderillas, brindis al público y
enseguida una faena de mayúsculo aguante, imperturbable firmeza, valor del
seco. Solo que el viento se puso a levantar tales remolinos que ni los
papelitos se posaban. No se le fue un pie a Roca. Un cambio de mano con un
natural redondo ligado con el de pecho. ¡Música! Y a tragar quina cada vez que,
descubierto, estuvo a tiro del toro, muy asustada la gente. Arrucinas,
bernadinas de ajuste formidable, grandes pases de pecho. Una estocada
desprendida. Y una oreja que el torero limeño agarró como un tesoro.
La segunda mitad fue memorable: Morante, tocado por las
musas y los dioses, en una faena de calidad suprema y singular sello. De las de
dibujar a pulso de pincel y mano alzada el risueño toreo en redondo que en el
canon moderno representa la idea misma del clasicismo. La figura dormida,
suelto el brazo, encajado el cuerpo en la suerte cargada en todas las bazas,
absolutamente todas. Tandas de cuatro ligados y abrochados con el cambiado por
alto; un farol antes de ponerse con la izquierda para torear con la misma calma
pero no el mismo ritmo.
Y la vuelta a la mano de firmar antes de enroscarse en un
molinete de magia: se le había caído la muleta en un remate –de llevarla tan
prendida de los dedos- y del suelo la recogió para envolverse en ella y dejar
el cuadro pintado casi del todo con un raro relámpago. Casi. Porque antes de
cuadrar, toreó con la zurda a pies juntos –la escuela gallista antigua- y a la
igualada se llegó con un sutil juego de manos. La banda acompañó el concierto
con esa versión tan sinfónica del Amparito Roca –la percusión apagada, el
pífano en solos- que parece patentada, nueva y otra. Una estocada, muerte lenta
del toro, colorado, que, noble a rabiar, fue de los de llevárselos envueltos a
casa como un postre de manteca. Dos orejas. Un clamor indescriptible. Se había
vivido la faena de Morante como una verdadera fiesta, rubricado y subrayado
cada uno de sus tiempos y celebrado como una monumental comunión pagana. Llegó
a calmarse el viento al comienzo de faena.
Los dos últimos cuvillos, negros, más armados que los demás,
salieron agrios y difíciles. Y en particular el quinto. Torear después de los
registros celestes de Morante era como echarle un pulso al demonio. Viento.
Toro de cuerna arremangada, expresión de genio, un trote nada halagüeño, punteo
del capote de El Juli, se volvió a buscar al dueño de la capa ya entonces, un
segundo puyazo lo hizo rodar. Roca Rey estaba como el bicho que picó al tren:
salió a quitar, con las vueltas del capote, el toro no consintió.
El Juli apostó por el toro. Una apuesta carísima, porque
ahora se había puesto el toro gazapón –venía al paso y midiendo- y adelantaba
por las dos manos. Todo paciencia en esta baza El Juli. Con la voz, más alta de
lo que se entiende por hablarle a un toro, se fue convenciendo a sí mismo. No
era sencillo. Hasta que después de una docena de opacos muletazos con la
diestra, Julián se echó la muleta a la zurda, le pisó al toro su terreno, lo
aguantó y le pegó una soberbia tanda de tres y el de pecho. Y enseguida, otra
todavía mejor abrochada con temerario cambio de mano.
Entró la gente en faena. Imponente la respuesta de El Juli.
Y más después de una cogida vivida como un sobresalto. Lo cazó el toro en un
regate en corto, le hizo un boquete en la taleguilla a la altura del glúteo y
lo buscó en el suelo, y lo tuvo entre los cuernos hasta tres veces. El Juli se
zafó del acoso, se llegó hasta la barrera cojeando y sin demora pidió las armas
de nuevo. Una ovación de trueno cuando de nuevo estuvo puesto donde los toros
hieren. Una tanda más con la izquierda, se arrancó la música, el clamor no
dejaba ni escucharla. Dos pinchazos, una
estocada. Al salir a saludar hasta el tercio, sonó la ovación más cerrada de
toda la tarde.
El sexto, la cara por las nubes, ninguna fuerza,
reservonería defensiva solo consintió a Roca Rey un arrimón descomunal, de los
de intercalar en el toreo en la suerte natural con el cambiado por la espalda
en terrenos y distancias inverosímiles. Cabezazos del toro, ni un temblor de
Roca. Tremendo, no tremendista. Dos pinchazos. Toro afligido antes de doblar.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Núñez del Cuvillo.
Morante de la Puebla, silencio y dos orejas.
El Juli, saludos y gran ovación recogida en el
tercio y clamorosa en el callejón camino de la enfermería.
Roca Rey, una oreja y ovación.
Picó perfecto al tercero Manuel
Molina. Notables en brega y banderillas Álvaro Montes y José María
Soler.
Viernes, 15 de abril de 2016. Sevilla. 14ª de abono. Lleno de No hay
billetes. Nubes y claros, ventoso. Dos horas y veintidós minutos de función.
El Juli, intervenido en la enfermería de la plaza de una cornada de 15
cms. en el glúteo derecho de pronóstico grave.
Postdata para los
íntimos.- En los viajes a Sevilla y Cádiz se recomienda comer una vez
al día una racioncita de coquinas. En La Trastienda las preparaba Juan el
cocinero con ajito y aceite, y pan de mollete para rebañar. No todos los días
se rastrea ni puede traerse la coquina desde la costa. Ni todos los días las
hay. Diminutas almejas, se dejan paladear y parecen encontrar en el cuenco de
la boca la misma nota salina del mar batido. Para que en la arena de playa o
cala aparezca la coquina es imprescindible que el mar haya batido y dejado de
batir. No es un mirlo blanco la coquina, sino una almeja diminuta y nada más.
De tan pálido color parece transparente. Con un reborde de filete anaranjado. Y
un puntito negro que es como el carné de identidad. Ayer escuché en el Sol y
Sombra que habían llegado coquinas. Recién llegadas. Pero yo ya me había
rebañado la cazuelita de merluza con sus filetes de ajo y no me cabía ni una
sola coquina. Hoy fui a cumplir con el voto anual de la ración de coquinas. No
hay medias raciones. La entera es generosísima. He leído en una entrada de
google que en 100 gramos de coquinas entran dosis masivas de vitaminas B, B3 y
B9, y de hierro, ácido fólico, potasio, selenio, calcio y yodo. No hay quien dé
más. ¿Caras? No son baratas. La ración del SyS, doce euros, sale a un céntimo
la coquina. Nada.
Hay un cartel de una novillada en la Feria de Jerez de la
Frontera de 1930 que, mientras saboreas el gusto de mar de una fuente de
coquinas, te hace dar vueltas a todo. Novillos de Pedrajas y una terna
rarísima: el barcelonés Gil Tovar, el norteamericano Sidney Franklin y el
navarro Saturio Torón. Ya era empresario de Jerez entonces Eduardo Pagés, a
quien los estudiosos del comercio del toreo deben un libro completo porque sin
Pagés no estaríamos ahora comiendo coquinas. Ni Sidney Franklin le habría
soplado al oído todas las maldades deslizadas en ese libro por lo demás
espléndido que es Death in the afternoon. Muerte en la tarde. En Arles, donde
los toros de Pascua alimentan una estupenda feria anual de libros taurinos, he
visto este año que se está reeditando en traducciones nuevas al francés toda la
obra taurina de Hemingway. Sidney Franklin no entendió la revolución de
Chicuelo y sobrevaloró toreros de segunda fila. Pero advirtió que el toro de
los años 30 era el más grande y bravo de todos los tiempos. Hasta entonces.
Saturio Torón murió en la guerra civil peleando en el frente. Era de Tafalla.
El único otro torero tafallés de cierto vuelo se apoda todavía Chicuelín. Gil
Tovar murió en el olvido.
San Telmo y la Fábrica de Tabacos son dos obras maestras de
la arquitectura civil sevillana. La Fábrica, escenario argumental de la Carmen
de Bizet y Merimée, se transformó en recinto universitario hace sesenta años y
eso fue la salvación del edificio, preservado como si lo hubieran terminado de
hacer ayer. Entre patios hay una exposición de vaciados de yeso de esculturas
clásicas, romanas y griegas. En una vitrina se exponen las últimas
publicaciones de la Universidad de Sevilla. Se ponen los dientes largos.
El ficus plantado entre la Fábrica y San Telmo es un árbol
de excepcional porte, de copa podada y redonda. Vale la pena esperar la parada
del 21. De espaldas al Hotel Alfonso XIII, que es, comparado con sus vecinos,
un edificio cargado de pretensiones estéticas. El jardín será bueno. El 21
empieza en la Plaza de Armas y termina en
Antioquía, Damasco y Jerusalén, que son nombres de otras tantas calles
periféricas.
Oh, las bombas de chocolate de la Confitería de La Victoria,
de Moguer, Huelva, con sucursal en San Pablo. Bombas de chocolate. Ni hierro ni
selenio.
Roca Rey |
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