JORGE ARTURO DÍAZ REYES
A distancia pero con minuciosidad sigo los acontecimientos
en “La Maestranza”, una de las primeras grandes estaciones de la temporada
mundial, que ha entrado en ella con mucho vapor y carga pesada.
Desde acá, viendo pasar el tren me pregunto si todos
deberíamos olvidar ya el conflicto de dos años con los del vagón VIP. Su veto,
las ominosas condiciones impuestas, el armisticio (rendición), las secuelas, y
en aras de no reactivarlo, contemporizar y callar.
Quizá sería lo más prudente, sin embargo esta pregunta de la
voz interior llama otras...
¿Obviamos el hecho de que 12 de los 14 encierros para
corridas de a pié son de sangre Domecq?
¿Tragamos el malestar expresado por afición y crónica
respecto al trapío y casta del ganado, que algunos califican como desastre?
¿Es dato leve que a Morante, contando “resurrección”, se le
anuncie cuatro tardes, como a Curro en tiempos de su pontificado y ferias mucho
más largas?
¿Omitimos el relegamiento a cartel menor (preferia) del
primer espada de América Joselito Adame?
¿Ignoramos el incierto y amistoso alzamiento de los nuevos?
¿Pasamos por alto que prensa y medios en general conceden
cada vez menos atención a la antes insoslayable feria?
¿Desestimamos la creciente distancia entre público general,
(casi todo), y la feneciente afición?
¿Saltamos por encima de que en las más de las corridas, las
12.000 localidades hayan estado solo a media acupación?
¿Desdeñamos el costo de las entradas?
¿Nos privamos de pensar si esta feria, “la más cara de la
historia”, según el empresario Ramón Valencia, montada a gusto y capricho de
las figuras, está justificando su precio?
El cuestionario se alarga tristemente. Sí, una pregunta trae
la otra y quizá para todas haya respuesta. Pero la más apremiante, es la que
todos los pasajeros al comenzar un viaje nos hacemos: ¿Por este camino
llegaremos a buen fin?
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