Un presidente generoso, una banda
de música muy regalosa y el propio afán del torero jerezano, entregado, firme y
temperamental con dos toros de discreta nota de Fuente Ymbro.
BARQUERITO
Fotos: EFE
ESTUVIERON acondicionando el piso y parcheando el albero
durante casi media hora. Cayó en Sevilla un chaparrón antes de los toros,
estaba previsto que dejara de llover a las siete de la tarde, los toreros
acordaron torear fuera como fuera, ni suspensión ni aplazamiento ni nada. A las
siete en punto soltaron el primero de los seis toros de Fuente Ymbro. Uno de
los cinco castaños de la corrida. Los cuatro primeros, casi idénticos. Solo que
el que partió plaza salió baldado del caballo, hundió las manos en la arena
muelle, claudicó, tardeó. Cortos viajes, un punto revoltoso. O sea, un toro muy
deslucido.
Finito lo toreó de capa con gusto y criterio: dos lances a
pies juntos en el recibo, otros dos a compás abierto enseguida, dos verónicas
sueltas y alguna cosita más porque ya se anunciaba toro frágil. Una faena de
bello arranque –bandera, pases de horma- pero preludio de un fatigoso trasteo.
No se empleó el toro en una sola embestida boyante. Un cabezazo, un desarme, un
susto. Estaba posada en la arena una parda paloma perdida, que entonces, cuando
el desarme, remontó el vuelo. Un pinchazo, una estocada baja.
Padilla se fue a porta gayola – que en la Maestranza es en
realidad un par de metros más allá de la segunda raya-, se santiguó varias
veces, tardó el toro en asomar, y su coda: una larga cambiada de rodillas,
apurada, pero con su carga de tensión. Otra larga en el tercio a renglón
seguido, dos delantales, un par de sedicentes chicuelinas, una revolera. Gran
jaleo.
El público de los sábados de feria en la plaza de toros de
Sevilla no tiene nada que ver con el del resto de la semana. El fenómeno no es
nuevo, la fecha es fácil, hay quien regala la entrada, hay quien la vende, y
hay quien la saca en taquilla sin más. En un tendido de sol y sombra, entre la
música y la puerta de toriles, se dejó sentir desde el principio un grupo de
unos mil y pico seguidores de Padilla. Del Rincón de Cádiz serían. El resto del
sol pareció público de aluvión. Hubo quien se asustó tanto como la paloma
perdida.
Padilla decidió no lidiar el toro y descargó en Daniel
Duarte. Hubo que cazar al toro con la vara, pues se asustaba al ver el caballo
tanto como la paloma, que ya no estaba. Le dieron al toro capa y más capa.
Padilla quitó por sedicentes chicuelinas. Morante puso el viernes el listón de
las chicuelinas de Chicuelo a tal nivel que las comparaciones se hicieron
inevitables. Tres pares de banderillas del propio Padilla, tercio morosísimo
porque el toro esperó pero arreó. Y una faena de dos o tres partes. Primero, de
rodillas por alto, tanda concluida con desarme. Luego, la muleta al hocico, una
serie en redondo de limpia técnica. Se arrancó inesperadamente la banda de
música, que ya no paró. Un segundo tramo de discretas soluciones. Y un tercer
capítulo con circulares, un cuerpo a cuerpo, manoletinas –no de las mejores- y
una estocada. Solo al quedar cuadrado el toro calló la música, que nunca en
esta feria había regalado tanto una faena. Ni siquiera las de Manzanares, el
gran consentido de la banda.
El Fandi esperó al tercero en tablas: dos largas cambiadas
de rodillas, lances de imán por delante y por los vuelos sin soltar toro, y
media de remate espléndida. Dos puyazos. Un quite de lances de costadillo,
media verónica de rodillas y los palos aquí para cuartear El Fandi con sus
portentosas facultades, su puntería, su valor y su ajuste al reunirse y
cuadrar. Fue un delirio. Sobre todo cuando Fandila se adornó corriendo por
delante al toro, jugando con él. El toro fue la decepción, sin embargo. Se
arrepentía a medio viaje, se había quedado sin aire, se paró casi en seco. En
la suerte contraria una estocada.
El último de los cuatro castaños casi idénticos, cuarto de
corrida, se pegó dos estrellones de salida contra dos burladeros y, tal vez
resentido, fue incierto al tomar capote: apretó o se frenó. Aire brusco. Lo
picó con ganas Germán González, lidió perfecto Álvaro Oliver. Toro sin fuelle,
estaba rendido enseguida. Lo trató con mimo Finito. Buenos muletazos de tanteo,
dos tandas en redondo de bello dibujo, templadas, mano baja, lindo encaje. No
duró más el toro, ya ajeno a la pelea cuando Finito se echó la muleta a la
izquierda.
Padilla se hincó de rodillas en la segunda raya frente a
toriles para recibir al quinto, el toro más alto de todos, pero el de más justo
trapío. Brochito. Salida distraía, ataque a destiempo, Padilla tuvo que tirarse
en plancha mientras largaba capa. Otra larga en el tercio, lances algo
desmantelados, dos medias, un revolera espumosa. Se celebró el invento. Dos
puyazos al relance, un quite de El Fandi por navarras, una carrera de Padilla
hasta el mismo platillo para brindar tres pares de banderillas de desigual
acento, clavadas caídas. “¡Viva la madre que te parió, Huan Hosé…!”, gritó una
señora con acento de Sanlúcar, donde la jota se aspira como una hache inglesa.
Brindis de faena al gentío. De rodillas, el toro de largo en
carrera sin gobierno, cuatro muletazos sin aire, dos de pecho. ¡Y la música! La
música, el Martín Agüero del maestro Franco, que aquí no casaba, porque es
pasodoble solemne. Y de faenas largas. Esta de Padilla, muy afanosa, tuvo por
virtud la brevedad. No descolgó el toro, pero no paró de moverse. Algún
trallazo. Padilla y su experiencia: circular en molinillo con su circular de
vuelta, toma, zumba, daca, una con la izquierda, un molinete de rodillas, donde
fuera y como fuera. Luz artificial. Pararon los músicos, ya era hora. Se
perfiló de largo Padilla con la espada en la suerte contraria, el brazo por
delante, atacó el toro, gran estocada. Profusión de pañuelos. Una oreja.
Tardaron el cortarla mucho tiempo. Y más en lacear el toro y prenderlo de las
mulillas. Presión ruidosa para que el palco cediera y con una segunda oreja se
abriera la ilustre Puerta del Príncipe. Cedió el presidente. Le habría gustado
el trabajo tanto como a la señora de Sanlúcar. Muchos abrazos a gente del
callejón durante la larga y emocionada vuelta al ruedo de Padilla.
Era de noche al soltarse el sexto. A porta gayola El Fandi.
Toro mansito en el caballo, deslumbrado, pero de atacar de bravo en
banderillas. No dejó a El Fandi redondear sus juegos florales. Una seria faena
de poder y habilidad. Una buena estocada. Y una salida nocturna por la Puerta
del Príncipe con la que nadie contaba.
La vara de medir las calidades del toreo de capa se había
fundido después de las dos últimas tardes de Morante. Y la de medir el sentido
de la lidia, tras la resolución siempre sucinta y capital de El Juli, también.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Fuente Ymbro
(Ricardo Gallardo).
Finito de Córdoba, silencio en los dos.
Juan José Padilla, una oreja y dos orejas. A hombros por la
puerta del Príncipe.
El Fandi, silencio y una oreja.
Sábado, 16 de abril de 2016. Sevilla. 15ª de feria. 7.500 almas.
Nublado, fresco. Dos horas y media de función.
El paseo se hizo con media hora de retraso.
Postdata para los
íntimos.- Muchos de los tesoros de Sevilla están escondidos en los
conventos. Hay conventos ricos y pobres. La venta de dulces por el torno, que
llegó a ser en su día una costumbre en desuso, se ha convertido en patrimonio
industrial y no solo culinario. Los dulces de Sevilla gozan de prestigio
supremo. Las yemas de San Leandro, por poner el ejemplo más ilustre. Hay que
reservar, como en los restaurantes de lujo.
Es fantástico el catálogo de delicadezas del Convento de la
Madre de Dios, en la calle de su nombre, que baja desde la Candelaria a las
traseras de Pilatos y San Agustín. Convento de dominicas. Dice uno que conoce
ese mundo bien y mejor que las magdalenas de Madre de Dios son, digamos, pecado
mortal. La magdalena de Proust sería por comparación un humilde bollito de
leche. He visto esas magdalenas en su bolsa de plástico con un atadijo azul
celeste y solo con la mirada me he comido la mitad de una de ellas. Ya había
pasado la hora del desayuno. De la cocina, cerca del torno donde se despachan
las magdalenas, llegaba un aroma de dulce harina molida y pasta de huevo batido
y leche. Los moldes de las magdalenas se patentaron en la Flandes de Carlos V.
Sin molde no hay magdalena. Además, se ofrecen hasta casi veinte variedades de
pastas de toda clase, todas hechas en esa cocina donde los ángeles del cielo
amasan a diario dulces de nuez y almendra, y muchas ricuras más.
Una magdalena no es un tesoro escondido. Pero el retablo de
San Juan Bautista en la iglesia del convento es una de las más lindas
maravillas que he visto en esta ciudad. La Virgen y el Niño del altar mayor,
una talla muy bien iluminada, es obra maestra, pre barroca y tan lograda que
ella sola cuestiona el sentido de la expresión tan artificioso del barroco. El
retablo del Bautista es tan complejo, está tan lleno de cosas, historias y
personajes -reyes judíos, paisajes bíblicos, historias de la vida de Cristo-
que uno de puede estar horas contemplando y estudiando las piezas, no menos de
cincuenta, del retablo. La talla del Bautista es magistral. Los conventos
pobres, como este mismo, tienen la ventaja de su pureza: los suelos viejos, la
azulejería remendada, las lápidas funerarias intactas, los artesonados
arcaicos, la luz más pobre que clara, y eso acentúa el misterio.
El coro es de otra época. A un lado y otro del altar mayor,
los sepulcros en alabastro de la esposa y la hija de Hernán Cortés. Una Zúñiga.
En San Bartolomé he rendido culto a los Montoto. Y el bar de Manué, en la
plazuela de SAn Leandro, nos hemos tomado mi amigo el de los tesoros y yo una
manzanilla mientras sonaba un cante bueno. A las dos de la tarde. Nada hacía
presagiar la que se venía encima. El autobús de Sanlúcar y tal.
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