domingo, 17 de abril de 2016

FERIA DE ABRIL EN SEVILLA – DECIMOCUARTA CORRIDA: Una sorpresa: Padilla, por la Puerta del Príncipe

Un presidente generoso, una banda de música muy regalosa y el propio afán del torero jerezano, entregado, firme y temperamental con dos toros de discreta nota de Fuente Ymbro.
Finito de Córdoba
BARQUERITO
Fotos: EFE

ESTUVIERON acondicionando el piso y parcheando el albero durante casi media hora. Cayó en Sevilla un chaparrón antes de los toros, estaba previsto que dejara de llover a las siete de la tarde, los toreros acordaron torear fuera como fuera, ni suspensión ni aplazamiento ni nada. A las siete en punto soltaron el primero de los seis toros de Fuente Ymbro. Uno de los cinco castaños de la corrida. Los cuatro primeros, casi idénticos. Solo que el que partió plaza salió baldado del caballo, hundió las manos en la arena muelle, claudicó, tardeó. Cortos viajes, un punto revoltoso. O sea, un toro muy deslucido.

Finito lo toreó de capa con gusto y criterio: dos lances a pies juntos en el recibo, otros dos a compás abierto enseguida, dos verónicas sueltas y alguna cosita más porque ya se anunciaba toro frágil. Una faena de bello arranque –bandera, pases de horma- pero preludio de un fatigoso trasteo. No se empleó el toro en una sola embestida boyante. Un cabezazo, un desarme, un susto. Estaba posada en la arena una parda paloma perdida, que entonces, cuando el desarme, remontó el vuelo. Un pinchazo, una estocada baja.

Padilla se fue a porta gayola – que en la Maestranza es en realidad un par de metros más allá de la segunda raya-, se santiguó varias veces, tardó el toro en asomar, y su coda: una larga cambiada de rodillas, apurada, pero con su carga de tensión. Otra larga en el tercio a renglón seguido, dos delantales, un par de sedicentes chicuelinas, una revolera. Gran jaleo.

El público de los sábados de feria en la plaza de toros de Sevilla no tiene nada que ver con el del resto de la semana. El fenómeno no es nuevo, la fecha es fácil, hay quien regala la entrada, hay quien la vende, y hay quien la saca en taquilla sin más. En un tendido de sol y sombra, entre la música y la puerta de toriles, se dejó sentir desde el principio un grupo de unos mil y pico seguidores de Padilla. Del Rincón de Cádiz serían. El resto del sol pareció público de aluvión. Hubo quien se asustó tanto como la paloma perdida.

Padilla decidió no lidiar el toro y descargó en Daniel Duarte. Hubo que cazar al toro con la vara, pues se asustaba al ver el caballo tanto como la paloma, que ya no estaba. Le dieron al toro capa y más capa. Padilla quitó por sedicentes chicuelinas. Morante puso el viernes el listón de las chicuelinas de Chicuelo a tal nivel que las comparaciones se hicieron inevitables. Tres pares de banderillas del propio Padilla, tercio morosísimo porque el toro esperó pero arreó. Y una faena de dos o tres partes. Primero, de rodillas por alto, tanda concluida con desarme. Luego, la muleta al hocico, una serie en redondo de limpia técnica. Se arrancó inesperadamente la banda de música, que ya no paró. Un segundo tramo de discretas soluciones. Y un tercer capítulo con circulares, un cuerpo a cuerpo, manoletinas –no de las mejores- y una estocada. Solo al quedar cuadrado el toro calló la música, que nunca en esta feria había regalado tanto una faena. Ni siquiera las de Manzanares, el gran consentido de la banda.

El Fandi esperó al tercero en tablas: dos largas cambiadas de rodillas, lances de imán por delante y por los vuelos sin soltar toro, y media de remate espléndida. Dos puyazos. Un quite de lances de costadillo, media verónica de rodillas y los palos aquí para cuartear El Fandi con sus portentosas facultades, su puntería, su valor y su ajuste al reunirse y cuadrar. Fue un delirio. Sobre todo cuando Fandila se adornó corriendo por delante al toro, jugando con él. El toro fue la decepción, sin embargo. Se arrepentía a medio viaje, se había quedado sin aire, se paró casi en seco. En la suerte contraria una estocada.

El último de los cuatro castaños casi idénticos, cuarto de corrida, se pegó dos estrellones de salida contra dos burladeros y, tal vez resentido, fue incierto al tomar capote: apretó o se frenó. Aire brusco. Lo picó con ganas Germán González, lidió perfecto Álvaro Oliver. Toro sin fuelle, estaba rendido enseguida. Lo trató con mimo Finito. Buenos muletazos de tanteo, dos tandas en redondo de bello dibujo, templadas, mano baja, lindo encaje. No duró más el toro, ya ajeno a la pelea cuando Finito se echó la muleta a la izquierda.

Padilla se hincó de rodillas en la segunda raya frente a toriles para recibir al quinto, el toro más alto de todos, pero el de más justo trapío. Brochito. Salida distraía, ataque a destiempo, Padilla tuvo que tirarse en plancha mientras largaba capa. Otra larga en el tercio, lances algo desmantelados, dos medias, un revolera espumosa. Se celebró el invento. Dos puyazos al relance, un quite de El Fandi por navarras, una carrera de Padilla hasta el mismo platillo para brindar tres pares de banderillas de desigual acento, clavadas caídas. “¡Viva la madre que te parió, Huan Hosé…!”, gritó una señora con acento de Sanlúcar, donde la jota se aspira como una hache inglesa.

Brindis de faena al gentío. De rodillas, el toro de largo en carrera sin gobierno, cuatro muletazos sin aire, dos de pecho. ¡Y la música! La música, el Martín Agüero del maestro Franco, que aquí no casaba, porque es pasodoble solemne. Y de faenas largas. Esta de Padilla, muy afanosa, tuvo por virtud la brevedad. No descolgó el toro, pero no paró de moverse. Algún trallazo. Padilla y su experiencia: circular en molinillo con su circular de vuelta, toma, zumba, daca, una con la izquierda, un molinete de rodillas, donde fuera y como fuera. Luz artificial. Pararon los músicos, ya era hora. Se perfiló de largo Padilla con la espada en la suerte contraria, el brazo por delante, atacó el toro, gran estocada. Profusión de pañuelos. Una oreja. Tardaron el cortarla mucho tiempo. Y más en lacear el toro y prenderlo de las mulillas. Presión ruidosa para que el palco cediera y con una segunda oreja se abriera la ilustre Puerta del Príncipe. Cedió el presidente. Le habría gustado el trabajo tanto como a la señora de Sanlúcar. Muchos abrazos a gente del callejón durante la larga y emocionada vuelta al ruedo de Padilla.

Era de noche al soltarse el sexto. A porta gayola El Fandi. Toro mansito en el caballo, deslumbrado, pero de atacar de bravo en banderillas. No dejó a El Fandi redondear sus juegos florales. Una seria faena de poder y habilidad. Una buena estocada. Y una salida nocturna por la Puerta del Príncipe con la que nadie contaba.

La vara de medir las calidades del toreo de capa se había fundido después de las dos últimas tardes de Morante. Y la de medir el sentido de la lidia, tras la resolución siempre sucinta y capital de El Juli, también.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo).
Finito de Córdoba, silencio en los dos.
Juan José Padilla, una oreja y dos orejas. A hombros por la puerta del Príncipe.
El Fandi, silencio y una oreja.
Sábado, 16 de abril de 2016. Sevilla. 15ª de feria. 7.500 almas. Nublado, fresco. Dos horas y media de función.  El paseo se hizo con media hora de retraso.

Postdata para los íntimos.- Muchos de los tesoros de Sevilla están escondidos en los conventos. Hay conventos ricos y pobres. La venta de dulces por el torno, que llegó a ser en su día una costumbre en desuso, se ha convertido en patrimonio industrial y no solo culinario. Los dulces de Sevilla gozan de prestigio supremo. Las yemas de San Leandro, por poner el ejemplo más ilustre. Hay que reservar, como en los restaurantes de lujo.

Es fantástico el catálogo de delicadezas del Convento de la Madre de Dios, en la calle de su nombre, que baja desde la Candelaria a las traseras de Pilatos y San Agustín. Convento de dominicas. Dice uno que conoce ese mundo bien y mejor que las magdalenas de Madre de Dios son, digamos, pecado mortal. La magdalena de Proust sería por comparación un humilde bollito de leche. He visto esas magdalenas en su bolsa de plástico con un atadijo azul celeste y solo con la mirada me he comido la mitad de una de ellas. Ya había pasado la hora del desayuno. De la cocina, cerca del torno donde se despachan las magdalenas, llegaba un aroma de dulce harina molida y pasta de huevo batido y leche. Los moldes de las magdalenas se patentaron en la Flandes de Carlos V. Sin molde no hay magdalena. Además, se ofrecen hasta casi veinte variedades de pastas de toda clase, todas hechas en esa cocina donde los ángeles del cielo amasan a diario dulces de nuez y almendra, y muchas ricuras más.

Una magdalena no es un tesoro escondido. Pero el retablo de San Juan Bautista en la iglesia del convento es una de las más lindas maravillas que he visto en esta ciudad. La Virgen y el Niño del altar mayor, una talla muy bien iluminada, es obra maestra, pre barroca y tan lograda que ella sola cuestiona el sentido de la expresión tan artificioso del barroco. El retablo del Bautista es tan complejo, está tan lleno de cosas, historias y personajes -reyes judíos, paisajes bíblicos, historias de la vida de Cristo- que uno de puede estar horas contemplando y estudiando las piezas, no menos de cincuenta, del retablo. La talla del Bautista es magistral. Los conventos pobres, como este mismo, tienen la ventaja de su pureza: los suelos viejos, la azulejería remendada, las lápidas funerarias intactas, los artesonados arcaicos, la luz más pobre que clara, y eso acentúa el misterio.

El coro es de otra época. A un lado y otro del altar mayor, los sepulcros en alabastro de la esposa y la hija de Hernán Cortés. Una Zúñiga. En San Bartolomé he rendido culto a los Montoto. Y el bar de Manué, en la plazuela de SAn Leandro, nos hemos tomado mi amigo el de los tesoros y yo una manzanilla mientras sonaba un cante bueno. A las dos de la tarde. Nada hacía presagiar la que se venía encima. El autobús de Sanlúcar y tal.

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