El torero de Barajas sella con un
costoso triunfo la primera de sus tres tardes de abono en Sevilla. Corazón,
entrega, faenas tobogán pero de menos a más. Y la suerte: los dos mejores toros
de la corrida de El Pilar.
López Simón |
BARQUERITO
LOS SEIS TOROS de El Pilar, de armoniosa cara, fueron muy
astifinos. Los dos últimos, cinqueños, los más serios. El cuarto, que apenas
superó la barrera de los 500 kilos, el de mejor condición, el de más codicia y
entrega, y el de mejor asiento también. Detalle mayor el asiento, porque la
cruz de la corrida fue su fragilidad. O lo irregular de su asiento.
Un primero que parecía prendido con alfileres y, sin
embargo, se sostuvo en una faena cadenciosa, templada y, ay, larguísima de
Castella. Un segundo que romaneó y hasta derribó en la segunda vara porque Tito
Sandoval se limitó a señalar el picotazo, y
López Simón no se decidió a bajarle la mano. Un tercero que perdió las
manos antes de ver caballo y metió los riñones en una primera vara que lo dejó
como anestesiado y sin fuelle.
Incluso el cuarto pareció desencuadernarse después de
banderillas. Falsa alarma. Llevaba dentro más carbón de lo presumido y aguantó
entera una faena tan larga como todas las demás. El quinto se afligió
repentinamente, amenazó con echarse una y dos veces, y lo acabó haciendo tres.
No el infarto que revienta un toro –y en Sevilla y en feria ha habido algún
caso- sino una insólita congestión porque el toro había pecado por celoso.
Y, en fin, un sexto que salió galopando pero también
trompicándose, que apenas sangró en varas, fue bravo en banderillas, se fue al
suelo al quinto viaje de muleta y terminó haciendo de todo un poco: pararse y
tardear y, al cabo, venir y repetir sumisamente. Este último fue el más largo
de los seis trasteos y a López Simón le mandaron un aviso cuando estaba
cuadrando al toro, el más sencillo de la corrida. Por sumiso.
Era más una corrida de dos espadas que un mano a mano
propiamente. Castella, sin nada que perder ni ganar pero obligado porque está
anunciado en el abono de Sevilla tres tardes, y en esta primera, con tres
toros. López Simón, con mucho más que ganar que perder porque la prueba de
Sevilla iba a tener bastante más peso que la de hace tres semanas en Valencia.
De manera que la rivalidad estaba difuminada antes de empezar el duelo.
Duelo sin dolor. Ni en quites, aunque López Simón salió en
los tres toros de Castella. Sin mayor gloria. El quite de la corrida,
imperfecto pero gracioso, fue el del sobresaliente, Fernández Pineda, sevillano
capitalino. Al sexto toro, en los medios. Tres chicuelinas de las que Morante
repescó del repertorio puro de su creador –Manuel Jiménez “Chicuelo”- y que son
lances infinitamente más complicados que las otras chicuelinas de diario,
convencionales, meras variantes del lance de costadillo. La media que cerró el
quite fue excelente. Castella renunció a quites. El saludo al primero de
corrida, con lacias y verticales verónicas bien encajadas, fue casi redondo.
Función sin competencia, pero en manos del azar, que puso en
manos de López Simón los dos toros de la corrida. Con el primero que mató
anduvo de partida muy acelerado el torero de Barajas. Abusó de torear no a la
voz sino de chillarles mucho a los toros. A ese segundo de la tarde, con el que
buscó antes de tiempo la distancia corta, y a los otros dos también. Toros
sorpresa, de dos faenas dentro de una. Mucho más brillantes las segundas partes
que las primeras. Un punto revolucionado el arranque del trabajo con el cuarto
–muletazos embraguetados- pero rica la solución de dar, a base de tenacidad,
con la mano izquierda del toro, que era un filón. Dos tandas severas, ligadas,
desplazando en una al toro pero enroscándose con él en una última que puso
caliente la cosa. Los momentos más rumbosos de la tarde. Los más felices. La
faena de reválida, porque, igual que Castella, López Simón tiene firmadas tres
tardes de abono en Sevilla.
La del sexto vino a ser una segunda reválida menos redonda
que la primera. Una faena algo caótica, muy chillona –y la acústica de la
Maestranza es muy chivata-, desigual en
todo –cites al hilo, cruces al pitón contrario- pero sellada por tres virtudes:
la ligazón, el ajuste y la entrega. Una manera medio desmayada cuando sintió al
toro casi en la mano y en tablas, que fue donde pasó lo gordo.
Castella, algo de paso, firmó una pulcra y caligráfica
primera faena, se atragantó a veces con las reacciones celosas del tercero, que
se aplomó luego, y solo pudo ser testigo impotente de la súbita aflicción del
quinto.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de El Pilar
(Moisés Fraile). Mano a mano:
Sebastián Castella, silencio tras un aviso, silencio y
silencio.
López Simón, silencio, una oreja y oreja tras un aviso.
Fernández Pineda, sobresaliente, aplaudido en un quite por
chicuelinas al sexto. Brillantes banderillas de Vicente Osuna, Domingo Siro y Jesús
Arruga, tercero de López Simón, que saludó en los tres toros.
6ª de abono. 7.000 almas. Primaveral. Dos horas y media de función.
Sebastián Castella |
No hay comentarios:
Publicar un comentario