jueves, 7 de abril de 2016

FERIA DE ABRIL EN SEVILLA – QUINTA CORRIDA: Reválida de López Simón

El torero de Barajas sella con un costoso triunfo la primera de sus tres tardes de abono en Sevilla. Corazón, entrega, faenas tobogán pero de menos a más. Y la suerte: los dos mejores toros de la corrida de El Pilar.
López Simón
BARQUERITO

LOS SEIS TOROS de El Pilar, de armoniosa cara, fueron muy astifinos. Los dos últimos, cinqueños, los más serios. El cuarto, que apenas superó la barrera de los 500 kilos, el de mejor condición, el de más codicia y entrega, y el de mejor asiento también. Detalle mayor el asiento, porque la cruz de la corrida fue su fragilidad. O lo irregular de su asiento.

Un primero que parecía prendido con alfileres y, sin embargo, se sostuvo en una faena cadenciosa, templada y, ay, larguísima de Castella. Un segundo que romaneó y hasta derribó en la segunda vara porque Tito Sandoval se limitó a señalar el picotazo, y  López Simón no se decidió a bajarle la mano. Un tercero que perdió las manos antes de ver caballo y metió los riñones en una primera vara que lo dejó como anestesiado y sin fuelle.

Incluso el cuarto pareció desencuadernarse después de banderillas. Falsa alarma. Llevaba dentro más carbón de lo presumido y aguantó entera una faena tan larga como todas las demás. El quinto se afligió repentinamente, amenazó con echarse una y dos veces, y lo acabó haciendo tres. No el infarto que revienta un toro –y en Sevilla y en feria ha habido algún caso- sino una insólita congestión porque el toro había pecado por celoso.

Y, en fin, un sexto que salió galopando pero también trompicándose, que apenas sangró en varas, fue bravo en banderillas, se fue al suelo al quinto viaje de muleta y terminó haciendo de todo un poco: pararse y tardear y, al cabo, venir y repetir sumisamente. Este último fue el más largo de los seis trasteos y a López Simón le mandaron un aviso cuando estaba cuadrando al toro, el más sencillo de la corrida. Por sumiso.

Era más una corrida de dos espadas que un mano a mano propiamente. Castella, sin nada que perder ni ganar pero obligado porque está anunciado en el abono de Sevilla tres tardes, y en esta primera, con tres toros. López Simón, con mucho más que ganar que perder porque la prueba de Sevilla iba a tener bastante más peso que la de hace tres semanas en Valencia. De manera que la rivalidad estaba difuminada antes de empezar el duelo.

Duelo sin dolor. Ni en quites, aunque López Simón salió en los tres toros de Castella. Sin mayor gloria. El quite de la corrida, imperfecto pero gracioso, fue el del sobresaliente, Fernández Pineda, sevillano capitalino. Al sexto toro, en los medios. Tres chicuelinas de las que Morante repescó del repertorio puro de su creador –Manuel Jiménez “Chicuelo”- y que son lances infinitamente más complicados que las otras chicuelinas de diario, convencionales, meras variantes del lance de costadillo. La media que cerró el quite fue excelente. Castella renunció a quites. El saludo al primero de corrida, con lacias y verticales verónicas bien encajadas, fue casi redondo.

Función sin competencia, pero en manos del azar, que puso en manos de López Simón los dos toros de la corrida. Con el primero que mató anduvo de partida muy acelerado el torero de Barajas. Abusó de torear no a la voz sino de chillarles mucho a los toros. A ese segundo de la tarde, con el que buscó antes de tiempo la distancia corta, y a los otros dos también. Toros sorpresa, de dos faenas dentro de una. Mucho más brillantes las segundas partes que las primeras. Un punto revolucionado el arranque del trabajo con el cuarto –muletazos embraguetados- pero rica la solución de dar, a base de tenacidad, con la mano izquierda del toro, que era un filón. Dos tandas severas, ligadas, desplazando en una al toro pero enroscándose con él en una última que puso caliente la cosa. Los momentos más rumbosos de la tarde. Los más felices. La faena de reválida, porque, igual que Castella, López Simón tiene firmadas tres tardes de abono en Sevilla.

La del sexto vino a ser una segunda reválida menos redonda que la primera. Una faena algo caótica, muy chillona –y la acústica de la Maestranza  es muy chivata-, desigual en todo –cites al hilo, cruces al pitón contrario- pero sellada por tres virtudes: la ligazón, el ajuste y la entrega. Una manera medio desmayada cuando sintió al toro casi en la mano y en tablas, que fue donde pasó lo gordo.

Castella, algo de paso, firmó una pulcra y caligráfica primera faena, se atragantó a veces con las reacciones celosas del tercero, que se aplomó luego, y solo pudo ser testigo impotente de la súbita aflicción del quinto.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de El Pilar (Moisés Fraile). Mano a mano:
Sebastián Castella, silencio tras un aviso, silencio y silencio.
López Simón, silencio, una oreja y oreja tras un aviso.
Fernández Pineda, sobresaliente, aplaudido en un quite por chicuelinas al sexto. Brillantes banderillas de Vicente Osuna, Domingo Siro y Jesús Arruga, tercero de López Simón, que saludó en los tres toros.
6ª de abono. 7.000 almas. Primaveral. Dos horas y media de función.
Sebastián Castella

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