El torero murciano vuelve a
acreditar su maestría con los toros de Zahariche. Dos cumplidas y redondas
faenas con un lote propicio. Castaño, tratado en Sevilla con cariño y respeto
muy particulares.
Rafael Rubio “Rafaelillo” |
BARQUERITO
Fotos: EFE
EL MIURA MÁS en Miura, es decir, el toro más complicado y de
reñir con él fue el quinto, cinqueño, 550 kilos, hechuras armónicas, muy serio.
Antes de él saltaron cuatro miuras de llamativa nobleza. De espléndida lámina
el tercero, cárdeno, coletero y cinchado, ancho y corto de manos. Muy bien
rematados los otros tres también. Al descararse de salida –sello Miura- fue muy
ovacionado el primero, zancudo pero de ágil y elástico cuello. Esos cuatro
toros galoparon en banderillas. El galope propio del toro bueno de la casa: un
tranco acompasado. El bueno que no se distrae ni mide ni reniega ni sorprende
con cambios de temperamento inesperados.
De la violencia clásica del miura en el segundo tercio no
hubo noticia hasta que no llegó la hora del quinto, que esperó por las dos
manos, hizo hilo con quien pasó en falso y pretendió atizar estopa. En los
medios Fernando Sánchez le puso un par más que notable. Con ese quinto tocó
sufrir pero no tanto como otras veces. En la distancia corta protestó el toro,
que se empleó en el caballo con tanta entrega como el que más.
Todos, empezando y terminando por ese quinto, fueron prontos
en varas, pero cada uno de los cuatro primeros peleó de una manera. Singular el
detalle del largo y alto segundo, que cabeceó el peto en la primera puya –los
cuernos por las nubes- pero salió del castigo casi planeando. Muy entregado el
primero de todos, de particular fijeza. Hubo quien protestó por la dureza del
primer puyazo –estupendo picador Esquivel- pero se enceló el toro al ser
herido. Y un miura encelado en un peto con el caballo atrapado contra las
tablas no atiende a razón.
Ese primer toro fue, sumando todo, el toro de la corrida. Y, luego, el cuarto. A los dos les dio fiesta mayor Rafaelillo, consagrado ya como maestro consumado en la especie Miura, no importa el género. A los violentos y a esos dos de esta última tarde de feria de Sevilla también. O al toro aquel del último San Isidro, que fue, dentro de las de su género, la mejor faena del abono. No coser y cantar, porque ante el toro de Miura se siente siempre un íntimo recelo, pero sí una facilidad, una resolución y una claridad de ideas sobresalientes. Y firmeza, y recursos, y listeza, y adivinar la intención de cada uno de esos dos toros sin dejarse sorprender ni en una sola baza. Sin miedo: el primero de la tarde, dolido de la divisa, cabeceó con ese nervioso dolor de los toros de magro cuello, y el torero murciano lo vio, sin embargo, claro. La calma de principio a fin; la colocación; la administración de los tiempos, distancias y terrenos; la ligazón y el temple, que fueron arma decisiva. Y el salero, que no es nuevo en Rafael pero ha ido ganando enteros.
El salero genuino y no impostado: los cambios de mano por
delante en los cuartos muletazos de tanda antes de abrochar con espléndidos pases
de pecho de los de verdad. Calma, además, cuando se empezó a apagar y hasta a
pensárselo ese primer toro. Un soberbio desplante. Con el ambiente volcado, no
entró la espada. Un pinchazo, media ladeada, tres descabellos, un aviso. Una de
las grandes ovaciones de la semana y de la feria. Y fiesta de parecido calibre
con el cuarto, que brindó a Javier Castaño. A ese cuarto lo esperó de rodillas
más cerca de los medios que del terreno propio de la porta gayola, lo libró con
larga científica y lo templó con lances seguros y poderosos. Faena de las de
alegrar con la voz al toro, de tragarle dos recaditos en el momento justo, de
traerlo en distancia sin obligar pero sin dejar de gobernar. Al hocico la
muleta por la mano izquierda, una tanda mixta de tres y tres naturales, una
hermosa salida al paso. La gracia mayor de una trinchera en el mismo platillo
para abrir una tanda en redondo de mano
baja y el dibujo en semicírculo. Un desarme por abusar, pero solo por eso. Una estocada
soltando el engaño. Una oreja muy cara.
Javier Castaño |
Recién salido de un severo tratamiento de quimioterapia –se
ha sabido ahora que en otoño se le detectó un cáncer en un testículo- Javier
Castaño tuvo arrestos para aceptar el siempre desafiante compromiso de una
corrida de Miura. Lo resolvió con suficiencia. Ni siquiera el a veces incierto
aire del quinto llegó a incomodarle. Al segundo lo toreó con gusto y despacio,
por alto en una apertura clásica, por bajo con las dos manos, y en línea, en el
tramo grueso y algo largo de la faena, que puso a prueba la entereza del torero
leonés, su sabio oficio. A los dos toros los mató por arriba Castaño. La gente
lo trató con un cariño y un respeto imponentes.
El último toro de la corrida y la feria, casi 650 kilos, muy
destartalado fue tan grande como menguante: buenos comienzos, deslucido final
ya vacío de fuerzas, reculadas, bufidos, algún cabezazo, monumental desgana. El
tercero, en cambio, sin estar sobrado de poder, humilló de verdad, fue pronto y
tuvo fijeza. A uno y otro se fue Escribano a saludarlos a la zona mixta entre
la porta gayola, que es el umbral de toriles, y el tercio. Dos largas de gran
seguridad, toreo de capa por debajo de muchos quilates y bello acento. Tres
pares de banderillas para cada toro: Escribano y sus pausas exageradas entre par
y par. El abuso de tiempos muertos, que son en el toreo tiempos vacíos, y
privan a la faena que sea de la emoción propia. Eso pasó en tiempo de bonanza
–el tercer toro, al que se tiró un espontáneo- y más todavía en el toro del
triste final.
FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Miura.
Rafael Rubio “Rafaelillo”, gran ovación tras un aviso y una oreja.
Javier Castaño, saludos y silencio tras un aviso.
Manuel Escribano, saludos y silencio.
Buenos puyazos de Juan José
Esquivel, Chicharito y Alberto
Sandoval. *** Notable brega de Álvaro
Oliver y Lipi. *** Brillantes
pares de Pepe Mora y Fernando Sánchez. Dos quites a punto de
Jaime Padilla.
Sevilla. 17ª de abono. 8.500 almas, tres cuartos largos. Primaveral.
Dos horas y veinticinco minutos de función. Sacaron a saludar a Javier Castaño después de romperse
filas.
Postdatapara los
intimos.- Entonaré primero la palinodia: la guía de ayer, con el
itinerario del Convento de la Madre de Dios, era un absoluto desbarre. Le di
vueltas en la cama al disparate: pero cómo vas a bajar a la Puerta de Carmona
desde la calle de Madre de Dios...! No. Olvidé mencionar la calle Vírgenes,
donde vive Carmen Laffón, pintora muy de mi gusto -de la melancolía sin duelo,
los suaves colores, la Sevilla transparente- y decir, de paso, que los eruditos
sospechan que en esa calle estuvo el teatro romano de Híspalis. Eso y más me
contó mi impagable cicerone. Un paseo por la Alfalfa y su entorno prueba. Hoy
lo he repetido por sacarme del error. No he podido parame en el Bar Pastor,
donde sirven buenos coloniales -conservas portuguesas, queso de Azeitao- y
rioja gran reserva de Azpilicueta a precio ridículo. El bar tiene un mirador
para contemplar tres o cuatro puntos clave de la Alfalfa: el Candilejo, con su
curvita de ballesta, la plaza de la Alfalfa ya sin pájaros, la torre de San
Isidro y Casa Manolo. La tienda de los calentitos no se ve desde la terraza.
Hoy estaba cerrado.
La estación de autobuses del Prado es, en mi opinión,
bastante más graciosa que la nueva de Plaza de Armas. Los murales de la sala de
taquillas son interesantes. Se han reducido las líneas. Pero todavía funcionan
Los Amarillos y Comes. Con destinos a Arahal, a Paradas, a Marchena y a toda la
costa de Cádiz entre Cádiz y Algeciras. Buenos destinos. En la Hostería de la
estación, una carta suculenta: Pringaíta de La Algaba, el mantecaíto, el capote
de melva, el caballito de jamón, los tomates de Los Palacios, la ardoría
(salmorejo) de Osuna, el paé ibérico de Constantina al oloroso. Y arroces,
porque Sevilla es la primera provincia de España en la producción de arroz. En
las cristaleras de la hospedería y su terraza aparecen grabados los nombres de
casi todos los pueblos de la provincia. Siempre hay que separar Sevilla
provincia y Sevilla capital. Y Triana, por donde he paseado sin mayor
sobresalto. He encontrado algo apagada la zona de Pureza y Betis.
La estatua menos hermosa, digamos, de Sevilla se encuentra,
¡vaya por Dos!, en la Alfalfa, en la Cuesta del Rosario. Es una alegoría
ridícula de Clara Campoamor, la ilustre feminista que tan nervioso ponía a don
Manuel Azaña. Porque era una pelmazo importante. Bastante gente por los
Jardines de Murillo. Muy bonito el recorrido del Circular desde República
Argentina al Prado. Me da pereza salir de Sevilla. Se me pasará.
Manuel Escribano |
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