PACO AGUADO
Resulta desoladoramente injusto que se esté acusando
únicamente al toro del mediocre nivel de lo que llevamos visto hasta hoy en la
feria de Sevilla. Pero, curiosamente y sin que sirva de precedente, tanto
toristas como toreristas, esos aficionados que sólo se quedan con una de las
dos mitades de lo que ven en la plaza, coinciden en echarle las culpas al
empedrado.
Si en algo ambos bandos llevan razón es que a la mayoría de
las corridas les ha faltado fuerza, en mayor o menor medida, y que a muchos
toros apenas se les ha castigado en la suerte de varas. Claro que ninguno se ha
preguntado si, al ser un defecto tan extendido, quizá habría que pensar en que
existe alguna causa común.
Y es así como a tantos "expertos" en ganaderías,
tan urbanitas y tan desconocedores del campo como los propios animalistas, se
les debería explicar que, como ha pasado a lo largo de toda la historia del
toreo, el clima siempre ha sido decisivo en el juego de los toros. Y que este
año el invierno tan tardío que hemos padecido en España, y que aún mantiene el
frío y el agua en las fincas, ha hecho que los toros no hayan acabado aún de
rematarse de forma natural.
Pero no entremos en profundidades demasiado complejas para
la media de conocimientos ganaderos de estos semi-aficionados que sólo ven
media corrida, tanto los toristas que perdonan a sus ganaderías predilectas
todos los defectos que han señalado en los "comerciales", como los
toreristas que prefieren ver en los toros las carencias que en realidad tienen
los toreros.
Porque, con más o menos fuerzas, toros para torear, y bien,
han salido al albero sevillano más de veinte, a pesar de esa ignorante tabla
rasa de desprecio que se ha hecho con todas las ganaderías que han pasado hasta
ahora por la Maestranza. Y basta sólo con enumerarlos para justificar las
"exageraciones" de este juntaletras a contracorriente.
Hasta la tarde de ayer, lunes, hay reseñados dos salvables
en la más fea y deslucida corrida de Tornay; tres en la fina y
"hechurada" de Torrestrella; otros tantos en la también bien hecha de
Las Ramblas; casi los seis de la baja corrida de El Pilar; dos, e importantes,
en la más desigualada de Victoriano del Río; uno bravísimo y tres de mucha
clase pero poco brío en la de Juan Pedro Domecq; y tres bravos, estos sí con
fuerzas, en la cornalona de Daniel Ruiz de ayer mismo. O sea, esos
veintitantos.
Hemos sido pocos los que hemos reparado e incidido en esta
clamorosa evidencia –en ese sentido, son más que recomendables las ilustrativas
crónicas de Álvaro Acevedo en su blog de "Cuadernos de Tauromaquia"–
a lo largo de estos diez días de toros que llevamos en Sevilla, ya que la
mayoría ha preferido echar balones fuera, o quizá ni se ha enterado, ante el
verdadero problema que esta feria está dejando al descubierto: la obtusa o
inexistente capacidad lidiadora generalizada del actual escalafón.
Tanto jóvenes como veteranos han desplegado sobre el albero
una variada gama de defectos técnicos y conceptuales que les hacen torear
contra el toro. Más que pensar y dar a cada enemigo lo que necesita y mejora,
se han prodigado, casi siempre injustificadamente, en una larga serie de burdas
artimañas defensivas que les han impedido aprovechar las buenas cualidades de
casi toda esa veintena larga de ejemplares.
Y, lo que es peor, además han hecho pasar a esos maltratados
animales, de cara al público y a la prensa más liviana, por bastante peores de
lo que no fueron, al potenciar los defectos y ocultar las virtudes con el mal
toreo.
De tal forma, la nobleza, la clase, el recorrido y la
profundidad en las embestidas que también han tenido todos esos toros –virtudes
para claro un triunfo sin gran esfuerzo cuando se cuenta con una suficiente
capacidad técnica y artística– se han ido por el sumidero en tantas tardes sin
orejas y, lo más grave, sin una tauromaquia de calidad.
Con muy contadas excepciones –y entre ellas la de la madura,
inteligente y templada actuación del joven Javier Jiménez con los
"torrestrellas"– esta feria de Abril, hasta la mañana de hoy, martes 12,
está desmontando así, tarde tras tarde, los cantos de sirena que hace sólo unas
semanas proclamaban la llegada de una nueva edad de oro de la tauromaquia.
Es decir, que por mucho que se intente desviar la atención
con análisis superficiales y tópicos en defensa de otros intereses y del
supuesto "bien de la Fiesta", la realidad nos dice bien a las claras
que el escalafón necesita urgentemente de un ERE justiciero que separe de una
vez el grano de la paja. Y dejémonos de culpar siempre al toro, que no tiene
quien lo defienda.
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