lunes, 25 de abril de 2016

CURRO ROMERO - Hombre volcado hacia dentro

ANTONIO LUCAS
@Antoniolucas75
Diario ELMUNDO de Madrid

Curro Romero pertenece a la reducida estirpe de toreros que han detenido el tiempo con el temple de sus muñecas. A esa escogida dinastía que cabe en un taxi. Tiene fijeza cuando mira y cuando calla. Y en el primer tercio de tenerlo delante, el primer reto que marca es el de aprender a atravesar esas gloriosas cotas de impenetrabilidad de las que previenen los que le conocen. Es uno de esos hombres volcados hacia dentro de sí mismo. No exactamente amurallado, sino dotado de la timidez de los que se saben motivo de leyenda. Aunque si un día logras acercarte a su jurisdicción parece que es él quien está de paso por su propio mito, como de visita.

Curro Romero se hizo matador de toros en aquellos años en que al hambre le llamaban posguerra. Nació en Camas (Sevilla) en 1933. Habla con esa seriedad de estar seguro, pero no demasiado seguro. Es otra de las formas de su indiscutida autoridad. En su casa no hay rastro de taxidermia taurina. Ni cabezas de morlacos con la lengua expresionista asomando por debajo de la encía plastificada, ni carteles folclóricos, ni fotografías de las tardes de gloria, ni ningún avío de los que dan a los cortijos un aire seco y pinturero de tabernón catastrófico.

Hay algo en él tremendamente literario, pero lejos del folclorismo de cuché de los matadores de pasarela. Lo de Curro es más verdad. Es verdad a secas. Toreaba convirtiendo algo violento en algo bello. Fue sublime cuando tocó serlo, distinto a todo, alma de soleá que prolonga la estirpe de los Gallo, los Chicuelo, los Belmonte, los Pepe Luis, los pilares del toreo de Sevilla.

Ahora que hablar de toros empieza a ser un gesto delictivo, uno reivindica la elegancia de Curro Romero, un tipo que sabe bien la sobriedad de vivir que da el toro. Él que tanto encendió los entusiasmos, con un puñadito de verónicas al aire con el capotito chico, como si estuviera solo en medio de la turba, recogiéndose las manos en el hígado como una quemadura. Aquí va mi respeto, faraón.

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