FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
En este bendito país, decir agosto es mentar al toro. Sin
toro, el octavo mes del calendario no sería más que una hoja caliente que nos
transporta a los españoles de tierra adentro lejos de nuestra residencia
habitual, en busca del frescor del mar o la montaña. Agosto en España es ocio,
vacación, asueto generalizado. Se para la Administración Pública –hasta se
vacía el Parlamento–, y se reducen a casi nada otros perentorios servicios. Te
pones malo en agosto y se te encoge el corazón, se te apoca el ánimo. ¿Estará
de vacaciones el especialista en los males que te aquejan? Lo está, pero
siempre hará guardia la fortuna y encontraremos unas manos providenciales.
Unas manos como esas parece que han operado con éxito en
Salamanca a Saúl Jiménez Fortes, a quien ayer le destrozó el cuello un toro en
la Plaza de Vitigudino. Otra vez el cuello de Fortes parece ser diana
predilecta del pitón. En Madrid, feria de San Isidro, salió medio degollado del
ruedo de Las Ventas, y en el pueblo de El Viti, más de lo mismo… pero en un
pueblo. Las cogidas en los pueblos siempre son de temer. Las uvis móviles son
un recurso sanitario, una emergencia imprescindible, pero sus quirófanos no son
sino recintos rodantes de estabilización del enfermo y poco más, mientras que
la dotación de las enfermerías en los cosos rurales –si las hubiere—están bajo
mínimos, en todos los sentidos. En Peñafiel, a poco más de 50 kilómetros de
Valladolid, mi querida ciudad, donde suelo pasar gran parte del verano,
anteayer un toro corneó a un joven del vecino pueblo de Traspinedo, le partió
la femoral y se desangró camino del hospital –magnífico, por cierto—
falleciendo en la mesa de operaciones. El toro de agosto es mortífero, sobre
todo el toro que sale por las calles en los festejos populares. Ya llevamos
varios casos de luctuosos sucesos durante la chicharrera del verano.
Lo de Jiménez Fortes es el colmo de la desgracia, el rigor
de las desdichas. Parece que las veleidades del Destino estuvieran empeñadas en
arruinar su carrera taurina. Un toro de Salvador Domecq le metió el cuerno en
la parte derecha del cuello en el mes de mayo y tres meses después uno de
Alberto Orive, de la misma procedencia, le provoca otro desaguisado en la misma
zona anatómica, pero en el lado izquierdo, produciendo enormes destrozos en la
cavidad bucal y, por supuesto, una considerable pérdida de sangre. ¡Santo
cielo! ¿Cómo se pueden concatenar tantas circunstancias adversas? ¿Qué espíritu
maligno se ha apoderado de este espigado y valentísimo torero?
Cuando escribo estas líneas, Saúl está estabilizado, con
respiración asistida, en la UVI del Hospital Clínico salmantino, después de más
de cuatro horas de intervención quirúrgica. Ojalá se recupere física y
mentalmente, ya que estas brutales cogidas se instalan en la mente de por vida.
Son las llamadas cornadas de espejo, porque es el espejo quien le recuerda al
torero las consecuencias de la actividad que se ha empeñado en practicar.
Cuando Jiménez Fortes se ponga bueno y se disponga a afeitarse en el aseo
cotidiano, estirará en cuello para pasar la cuchilla del rasurado y la piel le
mostrará el múltiple garabato que los toros le han dejado en tan delicada parte
de su cuerpo. ¡A ver quién es el guapo que aguanta semejante tortura!
Lo tengo claro: solo un torero es capaz de superar estas
circunstancias, de no encogerse en situaciones límite. Hace pocos días
Francisco Rivera Ordóñez, Paquirri, tuvo la serenidad de meterse él mismo
dentro de la cavidad abdominal las tripas que un toro le había echado fuera, y
solo se le ocurrió pensar: esto es serio. Y tan serio. El torero, así
formalmente considerado, sea cual fuere su concepto del arte y el escenario en
que se encuentre, es un héroe, no les quepa la menor duda.
Esta es la cuestión que muchos se empeñan en ignorar,
principalmente, los que, presumiendo de afición y entendimiento, ven al torero
como un petimetre que escatima el riesgo. La grandeza del arte del toreo es la
evidencia de que el riesgo siempre, siempre, siempre, está presente en el
ruedo. Por eso, lo mínimo que se le debe exigir a quienes presencian la
actuación de un torero es la deferencia del respeto. Después, que emitan el
juicio de valor pertinente, pero nadie olvide que la muerte anda rondando
cuando un toro hincha los ollares y emprende la arrancada, sea cual fuere el
lugar en que se encuentra.
Jiménez Fortes se echó de rodillas para torear a la verónica
a un toro de hierro poco conocido, en una Plaza de pueblo y salió entrampillado
contra las tablas, donde recibió el dramático viaje del pitón. Ya no le queda a
Saúl más cuello por estrenar. Solo cabe esperar que salga con bien de tan
dramática tesitura.
Muy fuerte, lo de Fortes.
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