PACO AGUADO
Parece ser que lo del domingo pasado en Las Ventas resultó
bochornoso, y no sólo por el calor asfixiante que castiga estos días todos los
rincones de la Península Ibérica. Cómo debió ser la cosa que hasta los
plumillas más complacientes de los medios domésticos no han tenido otro remedio
que denunciar de una puñetera vez la situación de declive por la que atraviesa
la que dicen primera plaza del mundo.
Para poder constatar ese bochorno, hay que ponerse brujulear
por internet en busca de algunas imágenes del recital de incapacidad de ese
presunto novillero vestido en azabache de "artista", ya que ni la
gente de la propia empresa de la plaza se ha atrevido a incluirlas en el video
resumen que se cuelga en la red tras cada festejo.
Lo que sí se ve, en cambio, en las imágenes
"oficiales", y sin que eso les produzca tanto pudor, es la lidia de
un auténtico caballón armado con dos pitacos marcado con el hierro de la
"afamada divisa" madrileña de El Cabra, perdón, de don José María López,
que, tanto como el anuncio de dicho novillero, habla muy a las claras del
criterio y del desembolso ganadero con que se está afrontando en Madrid la
temporada de verano.
La cuestión es que ha sido a raíz de la actuación indecorosa
e impropia de ese veterano aspirante de 27 años –el nombre del incauto
"pecador", en este caso, es hasta lo de menos– cuando por fin han
saltado las tardías alarmas de emergencia de una decadencia que viene
forjándose desde hace varias temporadas pero que en este 2015 ha alcanzado ya sus
cotas más hondas.
Y es que, al margen de San Isidro y de la feria de Otoño, la
plaza de Las Ventas, como venimos avisando en esta misma columna desde hace
tiempo, se ha convertido año a año en un improductivo desierto taurino.
El verano de Madrid es ahora mismo un triste remedo de la
Monumental de Barcelona anterior a la prohibición, una tópica anécdota para
guiris sonrosados y orientales con cámara cuya programación, obligada por
pliego en lo numérico pero no en su calidad, le importa un carajo a la propia
empresa Taurodelta, como resulta evidente.
Porque, aunque ahora haya cundido el alarmismo, lo cierto es
que ese supuesto novillero del petardo, recomendado por alguno de los
taurinillos y banderilleros malos que merodean el despacho venteño en busca de
una pulgosa comisión, no es el primer indocumentado que ha hecho últimamente el
paseíllo en una plaza de esta categoría.
Son ya unos cuantos "aspirantes" de ese tipo los
que, rozando ese nivel de incapacidad, han entrado cada año en la cartelería
del verano, y de la primavera, de Las Ventas, para provocar la paulatina
deserción del aficionado madrileño, mientras que a la empresa sólo le interesan
esos mil y pico de turistas a los que, cada tórrida tarde de domingo y como
paso previo al tablao, se sitúa en las localidades más caras, siguiendo el
modelo de cualquier película pícara de Toni Leblanc.
Pero, al respecto de tales novilleros, no se trata tanto de
señalar a quienes los proponen como a quienes los ponen, a esa empresa
Taurodelta que saca sustanciosa tajada de los abonos mayores pero que ha ido
dejando al pairo el rumbo de la temporada madrileña y pervirtiendo la categoría
de una plaza que, hoy más que nunca, debería ser el buque insignia de la fiesta
de los toros: como soporte y plataforma de lanzamiento y como espejo de buena
organización de cara al futuro.
Quizá antes de citar a profesionales, aficionados y
periodistas a esa reciente "mesa de trabajo" para mejorar el
desarrollo del espectáculo en Madrid, los responsables de la empresa, que
varían según hayan de ser los carteles, deberían haberse preguntado si lo que
necesita realmente una mejora es la propia programación de la temporada.
Claro que ese aspecto de su responsabilidad no necesita
consultas ni trabajo de mesa sino de campo, de un seguimiento serio y
profesional de matadores, novilleros y ganaderías susceptibles de entrar en los
carteles con visos de éxito, en vez de la cómoda y displicente aceptación de
recomendaciones ratoneras.
Así que, antes de ponerse a redactar el nuevo pliego de
condiciones de Las Ventas para 2017, los asignados políticos de la Comunidad de
Madrid –entre ellos el nuevo, y dicen que ilusionante, director gerente del
Centro de Asuntos Taurinos– tendrían que replantearse muy seriamente los
objetivos que esperan ver cumplidos en esta plaza de su propiedad… y
responsabilidad.
Y el más primordial de todos –ya que San Isidro tiene fuerza
por sí mismo y aporta muy sobrados beneficios para poder hacerlo– es devolverle
a la temporada de la primera plaza del mundo el prestigio que nunca debió
perder.
Para eso hay que exigir a la empresa adjudicataria que
invierta en atraer de nuevo al público local a los tendidos, a través de una
seria y obligada campaña de promoción que hasta ahora ha sido inexistente pero
que también es necesaria para volver a incluir los toros entre las ofertas de
ocio de una ciudad en la que, desde hace ya varios años, su rastro ha
desaparecido.
Y si esas deben ser las formas, más importante ha de ser el
fondo de esa nueva política que ilusione al aficionado con carteles de interés
durante todo el año y que, sobre todo lo demás, fomente la proyección de futuro
tanto de los novilleros como de los matadores, nuevos y veteranos, que son
relegados por el sistema y que han visto como se reducen sus oportunidades en los
cosos menores.
Sobre la fuerza y el eco inmenso de esta monumental que soñó
Gallito, se trata de desterrar para siempre ese acomodado vicio de las
programaciones cerradas a dos meses vista y, como sucedía no hace tanto, de
buscar la repetición de los triunfadores con encierros de garantías y de un
trapío sensato. Sólo así la ilusión y la verdadera afición acabarán por
imponerse al desánimo, a la mezquindad y a la desgana que ha llevado a la plaza
más importante del mundo al mismo borde de la decadencia absoluta.
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