sábado, 1 de agosto de 2015

DESDE EL BARRIO: Las Ventas toca fondo

PACO AGUADO

Parece ser que lo del domingo pasado en Las Ventas resultó bochornoso, y no sólo por el calor asfixiante que castiga estos días todos los rincones de la Península Ibérica. Cómo debió ser la cosa que hasta los plumillas más complacientes de los medios domésticos no han tenido otro remedio que denunciar de una puñetera vez la situación de declive por la que atraviesa la que dicen primera plaza del mundo.

Para poder constatar ese bochorno, hay que ponerse brujulear por internet en busca de algunas imágenes del recital de incapacidad de ese presunto novillero vestido en azabache de "artista", ya que ni la gente de la propia empresa de la plaza se ha atrevido a incluirlas en el video resumen que se cuelga en la red tras cada festejo.

Lo que sí se ve, en cambio, en las imágenes "oficiales", y sin que eso les produzca tanto pudor, es la lidia de un auténtico caballón armado con dos pitacos marcado con el hierro de la "afamada divisa" madrileña de El Cabra, perdón, de don José María López, que, tanto como el anuncio de dicho novillero, habla muy a las claras del criterio y del desembolso ganadero con que se está afrontando en Madrid la temporada de verano.

La cuestión es que ha sido a raíz de la actuación indecorosa e impropia de ese veterano aspirante de 27 años –el nombre del incauto "pecador", en este caso, es hasta lo de menos– cuando por fin han saltado las tardías alarmas de emergencia de una decadencia que viene forjándose desde hace varias temporadas pero que en este 2015 ha alcanzado ya sus cotas más hondas.

Y es que, al margen de San Isidro y de la feria de Otoño, la plaza de Las Ventas, como venimos avisando en esta misma columna desde hace tiempo, se ha convertido año a año en un improductivo desierto taurino.

El verano de Madrid es ahora mismo un triste remedo de la Monumental de Barcelona anterior a la prohibición, una tópica anécdota para guiris sonrosados y orientales con cámara cuya programación, obligada por pliego en lo numérico pero no en su calidad, le importa un carajo a la propia empresa Taurodelta, como resulta evidente.

Porque, aunque ahora haya cundido el alarmismo, lo cierto es que ese supuesto novillero del petardo, recomendado por alguno de los taurinillos y banderilleros malos que merodean el despacho venteño en busca de una pulgosa comisión, no es el primer indocumentado que ha hecho últimamente el paseíllo en una plaza de esta categoría.

Son ya unos cuantos "aspirantes" de ese tipo los que, rozando ese nivel de incapacidad, han entrado cada año en la cartelería del verano, y de la primavera, de Las Ventas, para provocar la paulatina deserción del aficionado madrileño, mientras que a la empresa sólo le interesan esos mil y pico de turistas a los que, cada tórrida tarde de domingo y como paso previo al tablao, se sitúa en las localidades más caras, siguiendo el modelo de cualquier película pícara de Toni Leblanc.

Pero, al respecto de tales novilleros, no se trata tanto de señalar a quienes los proponen como a quienes los ponen, a esa empresa Taurodelta que saca sustanciosa tajada de los abonos mayores pero que ha ido dejando al pairo el rumbo de la temporada madrileña y pervirtiendo la categoría de una plaza que, hoy más que nunca, debería ser el buque insignia de la fiesta de los toros: como soporte y plataforma de lanzamiento y como espejo de buena organización de cara al futuro.

Quizá antes de citar a profesionales, aficionados y periodistas a esa reciente "mesa de trabajo" para mejorar el desarrollo del espectáculo en Madrid, los responsables de la empresa, que varían según hayan de ser los carteles, deberían haberse preguntado si lo que necesita realmente una mejora es la propia programación de la temporada.

Claro que ese aspecto de su responsabilidad no necesita consultas ni trabajo de mesa sino de campo, de un seguimiento serio y profesional de matadores, novilleros y ganaderías susceptibles de entrar en los carteles con visos de éxito, en vez de la cómoda y displicente aceptación de recomendaciones ratoneras.

Así que, antes de ponerse a redactar el nuevo pliego de condiciones de Las Ventas para 2017, los asignados políticos de la Comunidad de Madrid –entre ellos el nuevo, y dicen que ilusionante, director gerente del Centro de Asuntos Taurinos– tendrían que replantearse muy seriamente los objetivos que esperan ver cumplidos en esta plaza de su propiedad… y responsabilidad.

Y el más primordial de todos –ya que San Isidro tiene fuerza por sí mismo y aporta muy sobrados beneficios para poder hacerlo– es devolverle a la temporada de la primera plaza del mundo el prestigio que nunca debió perder.

Para eso hay que exigir a la empresa adjudicataria que invierta en atraer de nuevo al público local a los tendidos, a través de una seria y obligada campaña de promoción que hasta ahora ha sido inexistente pero que también es necesaria para volver a incluir los toros entre las ofertas de ocio de una ciudad en la que, desde hace ya varios años, su rastro ha desaparecido.

Y si esas deben ser las formas, más importante ha de ser el fondo de esa nueva política que ilusione al aficionado con carteles de interés durante todo el año y que, sobre todo lo demás, fomente la proyección de futuro tanto de los novilleros como de los matadores, nuevos y veteranos, que son relegados por el sistema y que han visto como se reducen sus oportunidades en los cosos menores.

Sobre la fuerza y el eco inmenso de esta monumental que soñó Gallito, se trata de desterrar para siempre ese acomodado vicio de las programaciones cerradas a dos meses vista y, como sucedía no hace tanto, de buscar la repetición de los triunfadores con encierros de garantías y de un trapío sensato. Sólo así la ilusión y la verdadera afición acabarán por imponerse al desánimo, a la mezquindad y a la desgana que ha llevado a la plaza más importante del mundo al mismo borde de la decadencia absoluta.

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