martes, 18 de agosto de 2015

DESDE EL BARRIO: La tiranía de las orejas

PACO AGUADO

Los periodistas taurinos vivimos sometidos a la tiranía informativa de las orejas. De unos años a esta parte, por aquello de la "objetividad" de lo numérico y de la falta de reposo que impone la inmediatez, hemos dejado de lado los buenos usos de antes a la hora de escribir de toros, ese afán por transmitir, con un cierto deje literario, las emociones vividas desde el tendido.

En ese proceso de “modernización” y velocidad periodística de última tecnología, que pasa incluso por hacer reseñas toro a toro con el ordenador sobre las piernas y distrae de la serena visión general del espectáculo en su conjunto, el resultado directo ha sido una progresiva degeneración de la crónica de toros. 

A caballo entre un lamentable uso del lenguaje, para el que algunos se  apropian hasta de la jerga ininteligible de los malos banderilleros, y una absoluta falta de cultura general y taurina, hemos ido malbaratando una labor que exige mucho más que la desmedida osadía y la nula dignidad que muestran las últimas docenas de arribistas, tuneleros e incautos que han desembarcado en los medios.

Pero, dejemos la ética y centrémonos en la estética, en esos trapaceros, rutinarios y vacíos titulares de hoy, plagados de “cómodas” alusiones a las orejas cortadas, a los triunfos "históricos", a las apoteósicas salidas a hombros que se basan sólo en datos y números que en nada reflejan la verdadera sustancia del toreo y sólo buscan el efecto "publicitario".

Entre otras cosas porque, como decía recientemente mi compañera Patricia Navarro en La Razón, la mayoría de esos cantados éxitos vienen provocados por faenas como en las tiendas "de todo a cien", trasteos que sólo se aplauden y se jalean al final de las tandas de muletazos y que únicamente se premian, como pasa en el rejoneo, si el toro cae de la primera estocada, sea cual sea su colocación.

Vivimos los cronistas taurinos de hoy -los que verdaderamente lo son, los que aspiran a serlo, y los que nunca lo serán por mucho que se ofrezcan a mal escribir gratis- presos del más burdo y vacío "resultadismo", como esos entrenadores de fútbol que sólo entienden su deporte como una continua revancha.

Por no atreverse a analizar y a matizar lo que vieron en la arena, en caso de que tengan suficientes conocimientos para hacerlo, son muchos los que se tapan detrás de los “goles”, del balance numérico de los festejos, para ejercer el periodismo de toros, si es que se puede llamar así, más vacío de toda su historia.

Y sucede que, por reiteración y multiplicación de titulares simplones y "orejeros", se ensalza la mediocre y monótona regularidad en la que están sumidas algunas figuras de hoy, mientras que se oculta y desdeña la genialidad, el arte, el buen gusto, el mérito del toreo más comprometido, esa emoción al margen de los números que es la única que le da contenido a este espectáculo por mucho que no se acompañe con el corte de orejas.

Claro que, para ser reflejada, esa trascendencia intrínseca al más hondo ejercicio del arte del toreo necesita del redactor un mínimo de talento. Y de un mucho de criterio, de valor y de independencia para poder y saber valorarla en sus textos por encima de otras circunstancias menores que con el tiempo hemos acabado por hacer fundamentales.

Después de tanto tiempo hablando sólo de orejas, que no de toros ni de toreo, y de perder horas de trabajo y un abundante espacio mediático en debates bizantinos sobre los merecimientos de su concesión, hemos convertido la crónica taurina en un ejercicio de contables, de notarios que enumeran orejas, puyazos, pases y pinchazos, pero no analizan ni se atreven a discernir el grano de entre la paja.

Pero el problema mayor es que, a estas alturas de la película, también los públicos y los aficionados se han acostumbrado a valorar así sus emociones: sobre la única referencia de las "pelúas", que decía Jesulín. Y los hay a miles que no salen de la plaza satisfechos si, aunque se hayan aburrido, no han pedido y conseguido al menos un par de ellas para premiar cualquier cosa, mejor o peor, que hayan hecho los protagonistas, sobre todo si ha habido movimiento continuo en las series de pases, algún alarde entre los pitones y una estocada efectiva.

En ese pérfido contexto puede pasar lo que en ésta feria de San Sebastián recién recuperada para el toreo, donde una faena del sabor, del calado, del mérito y de la honda y culta expresividad que Morante de la Puebla le hizo a un vulgar toro de Juan Pedro Domecq pasó prácticamente desapercibida tanto en la plaza como en la prensa.

Y todo porque,  por un simple pinchazo previo a una media lagartijera, la gente creyó que ya no había motivo para la petición ni la concesión de la manida oreja de los cojones, que hubiera sido, aun así, un premio muy secundario y de un injusto igualitarismo en comparación con otros trasteos, a todas luces insustanciales, que si que fueron orejeados esa misma feria donostiarra.

Lo triste es que, también la prensa se sumó a la corriente simplista y puso por delante los méritos de otras faenas menores ejecutadas esa misma tarde. Y ratificó así, una vez más, esa falta de criterio periodístico, y taurino que exalta el extendido toreo productivista pero ayuno de emoción y de contenido que no es el mejor argumento para esgrimir en defensa de la fiesta en estos duros momentos. Más bien, al contrario.

Así que dejemos de hablar de orejas en las crónicas de una puñetera vez, y pongamos nuestro empeño en destacar y ensalzar el talento y la brillantez para reeducar a un público que, como en tantos aspectos de la sociedad, ha ido perdiendo el gusto por la calidad y la esencia de las cosas. Tanto que ya no sabe verlas ni distinguirlas cuando las tiene ante sus ojos, como sucedió en Illumbe con el genio de la Puebla.

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