Se ha desenganchado del
smartphone; el retorno al tú a tú de un hombre que sabe mirar de frente al
miedo.
PATRICIA NAVARRO
Diario LARAZON de Madrid
Habla recién despertado de una siesta a deshoras. Ha llegado
de madrugada a Francia y está en plena ruta. Torea hoy, mañana, pasado... La
vida de un torero. Al revés que la mayoría y en ese proceso eterno de seguir
reinventándose para no perder la onda. En la cima «también necesitas los
triunfos, aquí no vale venir a pasar el rato». Cuenta con 11 años de
alternativa y conoce bien lo que es el éxito y los momentos duros. Y más en el
camino de la independencia. En ese difícil equilibrio se desenvuelve.
–¿Todos los días
tiene el cuerpo igual para jugarse la vida?
–Qué va. Y de ahí que se insista tanto en la preparación, en
la mentalización... Para intentar lograr el mayor número posible de ocasiones
que tu cuerpo esté al servicio del toreo.
–¿Cómo se superan
tantos viajes sin morir en el intento?
–Pues es curioso, pero al principio de temporada están las
ferias más distanciadas pero ahora que vas empalmando una con otra, a mí me
hace ilusión hacer la maleta y saber que los próximos quince días voy a estar
de aquí para allá, aunque a veces sean viajones los que nos pegamos. Al final
coges la rutina y sabes que toreas en una plaza, te duchas, comes algo y
emprendes camino. Llegas de madrugada e intentas dormir como puedes. Yo tengo
suerte y consigo dormir en el coche.
–¿Alguna vez en ese
descontrol no ha sabido ni dónde estaba?
–Pocas pero alguna vez ocurre que te despiertas de madrugada
y necesitas un tiempo para saber dónde estás. De pronto, tienes la ventana al
lado contrario que el día anterior.
–¿Cuál es ese momento
en el que el miedo es más difícil de llevar?
–Para mí los previos a salir el toro. Cuando ya te va a
tocar tu turno. Es una sensación extraña, porque es cuando el miedo es más
intenso y a la vez estás deseando salir y tener contacto con el animal.
–¿Y una vez que sale
se le pasa?
–Ya has puesto la cabeza a funcionar y ves las condiciones
del toro para bien y para mal.
–¿Se pasa más miedo
ahora o en los comienzos?
–Yo creo que hay un poco de todo. Al principio la ilusión te
mueve y quizá ahora sea la experiencia la que te hace sobreponerte.
–¿Nunca le ha ganado
la partida?
–Eso será el indicativo de que hay que irse. Todavía no ha
llegado el momento en el que el miedo me pese de verdad y me cueste hacer el
esfuerzo de salir de casa.
–¿Se lleva más cuesta
arriba jugarse la vida siendo padre?
–Antes de serlo yo veía a mis compañeros y me daba cuenta de
que no les afectaba. Ahora lo puedo decir: no, es al contrario. Es lo que ayuda
a estar más feliz, más ilusionado... Eso sí, se tienen más ganas de volver a
casa.
–¿Se sufre mucho
cuando hay que dar un paso más y arriesgar para diferenciarse del resto?
–Depende. Cuando uno está en sazón sale casi de manera
natural; el esfuerzo te cuesta menos y además te hace sentir positivo.
–¿Y cuando no se
está?
–Entonces, el toro regular es malo y todo es un muro
inmenso.
–¿Y cuando el día se
convierte en racha?
–Ahí se pasa muy mal. Hay baches que no te embisten los
toros y eso te acaba afectando anímicamente y hace que te sea más difícil
superar las complicaciones. Y si encima encadenas una mala etapa con la
espada...
–¿Una figura depende
también del triunfo?
–También lo necesita para mantenerse. Hay que llevar a cabo
una reafirmación diaria de quién eres y dónde estás. No se puede salir a la
plaza a pasar el rato o esperar a que el toro embista.
–¿Cómo se celebra un
triunfo?
–Salvo en plazas muy importantes como Madrid, Sevilla o
Bilbao no hay mucho lugar a la celebración. Pero los triunfos que son tan
sufridos por lo deseados que son y porque ocurren pocas veces a lo largo de la
carrera, entonces sí que los celebro como algo especial. El resto ayuda a que
la cena sea más alegre y el viaje más llevadero.
–¿Busca la soledad
después de un fracaso?
–Intento estar solo. Por eso los días de corrida procuro no
hacer planes para después. Si las cosas no han salido bien, igual el ánimo no
está para mucho.
–Pero así está
supeditado a los resultados del día a día.
–Es verdad que, aunque mi vida depende del toro, no se debe
llevar hasta los extremos; en realidad, hay que entender que las cosas pueden
salir bien o mal... Pero no siempre se consigue.
–¿Qué duele más la
cornada o una bronca?
–La cornada es la cornada. Es físico y muy doloroso. La
bronca no la quiere nadie, pero las cornadas tampoco, aunque las asumimos como
parte de la profesión.
–Entonces, a pesar de
que dicen que son de otra pasta, duele.
–Ponemos el umbral del dolor muy alto, excesivamente arriba,
porque a veces nosotros mismos le restamos importancia, precisamente por esos
gestos de amor propio, de hombría...
–A estas alturas de
la vida, ¿por qué se la juega?
–Por vocación. Es el sueño de niño. Soy feliz cuando me
visto de torero y haciendo lo que hago. Necesito sentirme así para estar feliz
en mi vida diaria como padre, amigo, marido... No entiendo la vida sin esta
profesión a pesar de todos los temores.
–¿Qué está pasando
con los toros y la política?
–Nos hemos dejado, confiados en la grandeza del espectáculo
en sí, y hemos cometido el error de que se utilicen los toros como arma
política. Y por eso a algunos que están en contra de la Fiesta se les ocurre la
brillante idea de suprimirlos sin pensar en la gente a la que le gustan, la que
vive de esto o el impacto socioeconómico que genera al Estado.
–¿Entiende a un
antitaurino?
–Entiendo a alguien al que no le gusten los toros. Pero no
entiendo el radicalismo, ese estás conmigo o contra mí.
–¿Y como profesional
se siente agredido?
–Sí, y estamos desamparados. Cuando se manifiestan en tu
cara y encima con insultos, eso ya no es una manifestación sino una
provocación.
–¿Y a un animalista?
–No van a venir a contarme qué es querer a un animal. En mi
casa tengo vacas, caballos, siete perros, cochinos y es un paraíso para los
animales...
–¿Qué le da más miedo
el toro o la política?
–La política, sin duda.
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