lunes, 24 de agosto de 2015

José Cubero "Yiyo", 30 años después su tauromaquia sigue viva en el recuerdo

Sin la tragedia de Colmenar también sería una gran figura
A veces nos preguntamos si hizo falta que ocurriera lo que ocurrió en Talavera, en Linares, o en Pozoblanco para que Joselito, Manolete y Paquirri entraran en los Anales imperecederos de la historia. Y la respuesta es clara: ninguna de aquellas tardes de drama hicieron falta porque las tres grandes figuras ya lo había hecho mucho antes. Lo mismo ocurre con José Cubero "Yiyo", que ya ocupaba un lugar de privilegio en el toreo cuando en su vida se cruzó "Burlero" en la plaza de Colmenar, ahora se cumplirán 30 años. De forma bien documentada Carmen de la Mata rememora en su reportaje aquella tarde de 1985, la tarde de su definitivo adiós, a la vez que sitúa en su lugar propio a la figura del gran torero madrileño.

CARMEN DE LA MATA ARCOS

En 1985 José Cubero era ya un precoz maestro del toreo. El relanzamiento de su carrera se había producido dos años antes en la feria de San Isidro, al pasear en cuatro tardes --incluida la Corrida de Beneficencia-- cinco orejas, logrando abrir la Puerta Grande de Las Ventas por primera vez desde que se hizo matador de toros en 1981. Su concepción de la Tauromaquia, clásica y pura, y la difícil facilidad que mostraba ante los animales, le hacían acreedor de las enormes expectativas que tenían depositadas en su persona los verdaderos aficionados. Sin embargo, “Burlero” se encargó de truncar para siempre esa brillante trayectoria.

Aquel 30 de agosto de 1985, “Yiyo” no tenía firmada ninguna corrida. El día anterior había hecho el paseíllo en la localidad riojana de Calahorra, regresando por la noche a Madrid en compañía de su padre, Juan Cubero, y de su apoderado, Tomás Redondo. De madrugada, recibieron el ofrecimiento por parte de la empresa de la plaza de toros de Colmenar Viejo de sustituir a Curro Romero en el festejo previsto la tarde siguiente. Ellos aceptaron la propuesta, compartiendo cartel con su admirado Antonio Chenel “Antoñete” y José Luis Palomar, en la lidia de ejemplares de Marcos Núñez.

Los espectadores cubrieron en más de tres cuartas partes el aforo del coso colmenareño aunque el ambiente en los tendidos estaba algo enrarecido por la ausencia del “Faraón de Camas”. Posteriormente, cuando se produjo la tragedia parte de los aficionados culparon de ella, injustamente, al torero sevillano. El 29 de agosto había toreado en la feria de Linares, donde al terminar con la vida de su primer oponente fue reconocido por los médicos, que le diagnosticaron una contractura cervical, recomendándole varios días de reposo. El mismo 30 de agosto por la mañana, ya en Sevilla, el doctor Francisco Trujillo emitió otro parte facultativo ratificando las lesiones sufridas por Curro Romero. Justamente en la jornada siguiente de lo acontecido en Colmenar Viejo, influido en gran medida por las acusaciones del público, tomó la decisión de cortar la temporada.

 El encierro de la divisa gaditana estuvo muy bien presentado y fue, en general, manejable, con un astado --corrido en segundo lugar-- muy protestado por el respetable por sus escasas fuerzas.

“Antoñete” firmó una importante faena al burel que rompió plaza, con pasajes de mucho empaque. Tras pasaportarlo, recorrió el anillo en vuelta al ruedo. El segundo de su lote le brindó menos posibilidades de lucimiento, por lo que todo quedó en palmas. José Luis Palomar no tuvo ninguna opción de triunfo con su primer antagonista debido, como ya se ha referido, a la limitada fuerza física del cornúpeta de Marcos Núñez. En cambio, el quinto de la tarde le permitió realizar un trasteo sobresaliente, concluido de una gran estocada. El conjunto de su actuación fue recompensado con una oreja.

Su última faena

José Cubero fue ovacionado al finalizar su primera lidia, demostrando firmeza y decisión ante un toro nada fácil del que logró extraer excelentes muletazos con ambas manos. El último ejemplar de la jornada estaba muy en la línea Villamarta de los Núñez, negro girón, con los pitones acodados, herrado con el número 24 y de nombre “Burlero”. Según el juicio emitido por los diversos periodistas presentes en la corrida, este burel fue, posiblemente, de los mejores que saltaron al redondel de la plaza madrileña ese día, pues desde el principio evidenció bravura y nobleza, contando además con la valiosa cualidad de ir siempre a más. La res llevó a cabo una buena pelea en varas, destacando la labor desde el caballo de Rafael Atienza.

El comienzo de faena de “Yiyo” sometiendo a “Burlero” por bajo y prolongando su embestida, fue fundamental para el devenir de la obra. Prosiguió toreando con la mano derecha en series de muletazos largos, templados, profundos, pasándose al toro de Marcos Núñez muy cerca. El diestro del barrio de Canillejas estaba totalmente entregado con el cornúpeta, resultando un trasteo de gran intensidad. Todo lo realizaba con absoluta firmeza, sin una duda, dejándole en todo momento al animal la muleta por delante y tirando hasta el final del viaje acompasadamente. Los medios informativos subrayan, de manera especial, los monumentales pases de pecho ejecutados por José Cubero. De igual forma, toreando con la mano zurda logró momentos notables, entre ellos los postreros naturales llenos de sentimiento.

Tras esto entró a matar al último astado del festejo, encontrando hueso en la primera entrada. Al segundo intento le recetó una extraordinaria estocada, pero el torero se quedó situado en los terrenos de adentro y el toro hizo por él. Entonces “Yiyo” trató de esquivar la embestida con la muleta, sin embargo “Burlero” lo volteó, intentando aún el espada en esa tesitura zafarse del animal girando sobre sí mismo repetidas veces. Todo resultó en vano, el ejemplar de encaste Núñez fijó su mirada en el torero y lo corneó certeramente en el costado izquierdo, infiriéndole una cornada que rompía en ocho centímetros la cavidad cardiaca. El burel apenas duró unos segundos en pie, mientras el matador era conducido a toda prisa hacia la enfermería, concediéndosele las dos orejas.

A pesar de los esfuerzos de los miembros del equipo médico, con Javier de la Serna a la cabeza, por reanimar al diestro madrileño, las lesiones producidas en el ruedo por “Burlero” eran irreversibles. En cambio, en los primeros instantes había informaciones contradictorias en la plaza, pues aunque desde el principio se observó la gravedad del percance llegaban noticias que apuntaban a que todavía era posible salvar la vida de José Cubero. Poco tiempo después, se confirmaron los peores presagios, “Yiyo” había dejado de existir aquella tarde de agosto en el coso de Colmenar Viejo. Todos los allegados al matador de Canillejas estaban destrozados, como también lo estaban sus compañeros de terna, “Antoñete” y José Luis Palomar.

El multitudinario adiós definitivo

Entrada ya la noche en la localidad de la sierra de Madrid y tras el levantamiento del cadáver por parte del juez, sacaron al torero en una camilla para trasladarlo en una ambulancia hasta su casa en la capital de España. La capilla ardiente se instaló en la iglesia de la Virgen del Camino, ubicada en el barrio donde vivía la familia Cubero, desfilando ante el féretro miles de personas.

El entierro de uno de “Los Príncipes del Toreo” --los otros fueron Julián Maestro y Lucio Sandín-- fue multitudinario, la misa se ofició en la mencionada parroquia de Canillejas el día 31 de agosto por el sacerdote titular de la misma, Eloy Pérez, junto con otros tres clérigos. Una vez finalizado el funeral, al que asistieron gran número de espadas, el vehículo con los restos mortales de “Yiyo” se dirigió por la calle Alcalá hacia la plaza de Las Ventas. Allí dio su última vuelta al ruedo en hombros de familiares y compañeros, entretanto el público que ocupó en más de tres cuartos los tendidos de la monumental madrileña no cesaba de aplaudir y de gritar “¡torero, torero!”. Para concluir fue sacado por la Puerta Grande, de la que pendían grandes crespones negros.

La distancia que separa el coso venteño del cementerio de Nuestra Señora de la Almudena fue recorrido por el cortejo fúnebre a pie, siendo llevado por gran parte de los toreros presentes en el entierro. En el campo santo aguardaban unas 10.000 personas, llegadas expresamente desde diversos puntos de la ciudad y también desde otros lugares del país para despedir a José Cubero.

En el camino de la maestría

La capital de España rindió un merecido homenaje póstumo a quien se había hecho hombre y torero en su seno tras llegar con corta edad desde Burdeos. Muy pronto ingresó en la Escuela Taurina de Madrid donde junto a los anteriormente mencionados Maestro y Sandín participó en innumerables festejos hasta llegar al debut con picadores al comienzo de la temporada de 1980 en San Sebastián de los Reyes. Con un gran ambiente entre la afición, acrecentado después de abrir la Puerta Grande de Las Ventas en el serial isidril de 1981, se anunció su alternativa para el 30 de junio de ese mismo año en Burgos.

Todo lo bueno que había apuntado desde niño quedó totalmente ratificado en la primavera de 1983, pues a pesar de no figurar inicialmente en los carteles de la feria madrileña, terminó haciendo el paseíllo hasta en tres ocasiones, ocupando el puesto que habían dejado respectivamente Roberto Domínguez, “Espartaco” y Paco Ojeda, saliendo a hombros en la segunda de ellas y proclamándose triunfador del ciclo en el aludido año.

A base de los repetidos éxitos cosechados en los ruedos de España, Francia y América, logró hacerse un hueco entre los espadas más destacados del escalafón, siendo considerado ya en 1985 como una firme realidad. Sus grandes conocimientos sobre el toro y sobre la profesión por una parte y su claridad de ideas para aplicarle a cada res la lidia adecuada por otra, hacían de “Yiyo” un auténtico maestro del toreo. Estaba en posesión, sin duda, de las virtudes más preciadas --valor, temple, inteligencia, sentimiento, elegancia, ambición de triunfo…-- que le iban a permitir mantenerse en lo más alto durante un largo espacio de tiempo. Por desgracia “Burlero” terminó bruscamente con esas esperanzas.

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