El malagueño vuelve a cuajar otra
tarde buen toreo ante una corrida de Martín Lorca bien presentada y de nulo
juego. Galán da una vuelta al ruedo.
CARLOS CRIVELL - Málaga
Diario ELMUNDO de Madrid
Era una corrida de toros para tres malagueños con toros de
un ganadero malagueño. No fue suficiente para que los paisanos se volcaran en
La Malagueta. El desarrollo de la corrida se centró en la labor de Salvador
Vega, torero de corte elegante, ya con doce años de matador de toros. Su figura
fina y esbelta tapa esa veteranía que ya atesora a estas alturas. Es ahora un
torero curtido que siempre parece nuevo. Será que el toreo de buen gusto
siempre parece nuevo.
El lote de reses de Martín Lorca lució tanta presentación
como falta de casta. Casi todos los toros lucieron hechuras bien rematadas, morrillos
lustrosos, culatas fornidas, pitones buidos y badanas respetables. Con esas
hechuras cumplió en parte el ganadero. Respecto a la bravura y la casta,
suspenso absoluto. La nobleza del cuarto fue una luz en la oscuridad entre
animales parados y sin vitalidad.
Decíamos que Salvador Vega volvió a dejar sobre el albero de
La Malagueta la huella de su toreo de eterno aroma. Si no ha prosperado más en
su ya dilatada trayectoria habrá que pensar que no dio el paso adelante en
momentos puntuales. Sigue siendo un placer verlo con el capote, bien en el
toreo a la verónica, ya en las chicuelinas, en los delantales o en el ramillete
de medias con el que selló el saludo al cuarto.
El que abrió plaza fue un toro basto con viaje corto y bien
asentado sobre el albero. Vega toreó con sentido y buen estilo las pocas veces
que el animal se dignó embestir.
Su triunfo llegó en el cuarto, toro más noble, al que
dosificó en una faena algo larga pero repleta de muletazos de bello corte y
elegancia suma, que llenaron la plaza del mismo aroma de las biznagas
malagueñas. Tanto por la derecha como por la izquierda dibujó pases excelentes,
para acabar rodilla en tierra con ayudados, siempre con el denominador de la
elegancia. La oreja cayó a plomo. Otro año más, como si el tiempo no pasara,
este torero se justificó de sobras. Si no torea más y mejor, esa ya es otra
historia.
El segundo fue un aspirante a toro de Guisando. David Galán
anduvo bullidor y porfión, casi siempre con el compás muy abierto, aunque todo
con más voluntad que acierto. Se pegó una vuelta al ruedo por su cuenta y
riesgo.
El quinto tuvo más vitalidad en la primera parte de la
faena. David volvió a poner de relieve su afán, al tiempo que sus limitaciones.
El toro duró poco, acabó rajado, aunque Galán no acertó a llevarlo con mayor
mando y temple. De nuevo muy despatarrado, Galán solventó su tarde sin altos ni
bajos.
Fernando Rey tropezó con otro animal reservón, un prodigio
de falta de casta y movilidad, en el primero de su lote. Además, fue muy
blando. Rey lo intentó con denuedo sin lograr nada destacado. De los pases sin
ligar pasó a los circulares antes de tiempo. Para colmo, la espada debía estar
oxidada.
El sexto fue un compendio de todo lo negativo que puede
encerrar un toro de lidia. Parado y rebrincado por sus pocas fuerzas, el toro
completó un mal lote para el joven matador. Se la puso por los dos pitones sin
que surgiera la luz del toreo de emoción, algo imposible ante semejante
regalito. Le quedó la voluntad. Y dejó muy claro que no era su mejor día con la
espada.
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