Una faena de temple y cerebro
sobresalientes del torero de Arles –y una estocada soberbia- y cuatro toros
distintos pero de buena nota los cuatro de sangre Santa Coloma.
Juan Bautista |
BARQUERITO
LA CORRIDA DE ANA
ROMERO trajo un cuarto toro fuera de tipo, badanudo y embastecido.
Protestado de salida por acalambrado o renco, se recostó en el caballo de pica
para cobrar solo un picotazo. En un sucinto quite de Juan Bautista –una
verónica y media preciosa- el toro se dejó ver. Y en el capote de brega de
Rafael González también. Brindis al público, protestado, pero a los diez muletazos
el toro estaba empapado en la muleta y embebido en el buen torear de Juan
Bautista.
Faena ligada, ni un enganchón, ni un tirón, solo un desarme
accidental –un pisotón de muleta-, de suavidad particular y ritmo creciente.
Todo ese compás pareció seducir al toro, de nobleza extraordinaria. La banda de
música había estado demasiado reticente con el torero de Arles en el primer
turno y, cuando se arrancó ahora, Juan Bautista la mandó callar en un gesto de
torera soberbia. La música la puso el torero, que llegó a enroscarse toro por
las dos manos, a abundar en los cambios de
mano y a adornarse con desdenes bien discurridos. Y el fin que corona la
obra: al segundo intento, una estocada recibiendo que entró por el hoyo de las
agujas y tumbó al toro sin puntilla. Trabajo de gran distinción. La facilidad
cerebral y cordial de Juan Bautista.
El toro que rompió plaza, elástico, muy en Buendía, no fue sencillo sino todo lo
contrario: la cara arriba en el caballo, y en la muleta después. Listeza, falsa
entrega, acabó reculando, pensándoselo y hasta yéndose a tablas, y fue el
único. Como la música se resistió, Juan Bautista se pasó de faena, pero no pasó
con la espada. Los tres arreones del toro en las reuniones con la espada fueron
fieros.
Tuvieron el festejo en vilo y lo sostuvieron a modo cuatro
de los seis toros de Ana Romero. Tres de ellos –segundo, tercero y quinto-, en
el tipo clásico, infalible del encaste Buendía. La rama más y mejor fijada del
encaste Santa Coloma. Las pintas inequívocas: cárdenos los tres, caribellos
–rizos canosos en testuz-, bragados, meanos. Las hechuras: bajos de agujas,
finos de cañas, redondas culatas, cuellos cortos, cabezas más chicas que
grandes, afilados pitones. No fueron tres gotas de agua.
El quinto, cumplidos los cinco años, llevaba la edad marcada
en porte y gesto, no solo en el brazuelo. Más cuajo, aire algo felino, más
músculo. 530 kilos, que podrían ser un exceso en su encaste. Pero no en este
caso. Ni el segundo ni el tercero pasaron la frontera de los 490 kilos y cumplieron
con la ley del toro en peso y en tipo: se movieron con ganas los dos. El
segundo de corrida, con prontitud, son codicioso y alegre galope. Toro
templado, ganoso y nervioso. El tercero, ligeramente montado, cornicorto pero
veletito, fue el que más y mejor se empleó en el caballo, el de más largo y
brioso recorrido, el más ágil también. Y el más duro de manos a la hora de
morir.
Morir resistiéndose y defendiendo territorio, que es una
señal propia del encaste. Un detalle: con la espada dentro –no siempre en el
lugar preciso- no se echó ninguno de los toros. No pudieron con ellos ni las
ruedas de capotazos de peones, que el público de Azpeitia censura de siempre.
Manuel Escribano se llevó el lote de Santa Coloma puro, mucho más claro y
sencillo el segundo toro que el quinto. A manos del mexicano Arturo Macías el
bravo y temperamental tercero, para el que se pidió la vuelta al ruedo. Si no
coincide el arrastre del toro con el zortziko de Aldalur –en versión
enriquecida este año-, la petición de vuelta habría prosperado. Macías hizo un
supino esfuerzo para no dejarse desbordar, probó su oficio para desplazar al
toro cuando lo sintió demasiado potente o pegajoso y se sirvió de una muleta de
generosas proporciones para aquilatar las embestidas más empastadas, que fueron
muchas.
Escribano, amigo de espaciar las faenas en pausas gratuitas
entre tandas y paseos enojosísimos, no terminó de romperse con el gran pitón
izquierdo del segundo de corrida: faena de más a menos, pues ganaron en calidad
y ritmo las dos primeras tandas con la zurda que las otras que les siguieron
sin particular hilván. Tardó en encontrar al toro la igualada –propio de faenas
largas- y salió de la reunión de la primera estocada –un pinchazo arriba-
feamente revolcado pero ileso. También Macías sobrevivió sin duelo a dos
volteretas tremendas. La faena de Escribano al quinto, toro al ataque siempre-
fue de más voluntad que acierto, de más sitio que entrega. Dos vueltas al
pasodoble y un solo de trompeta que calentó el ambiente más que nada. Y, en
fin, un sexto toro que pareció de otra película, hizo cosas de reparado de la
vista pero fue mirón. Dos horas y media largas de festejo. La gente no quería
ya más nada.
Postdata para los
íntimos.- Ha salido el sol.
FICHA DEL FESTEJO
Sábado, 1 de agosto de 2015. Azpeitia. 2ª de feria. Soleado, templado.
Tres cuartos de plaza. Dos horas y cuarenta minutos de función.
Seis toros de Ana Romero.
Juan Bautista, silencio tras un aviso y oreja tras un
aviso. Manuel Escribano, ovación
tras un aviso y saludos tras un aviso. Arturo
Macías, palmas tras dos avisos y silencio.
Un buen puyazo de Paco María
al primero. Brega notable de Rafael
González.
No hay comentarios:
Publicar un comentario