El matador extremeño corta dos
orejas al único toro (Garcigrande) que se prestó al lucimiento de los nueve que
saltaron al ruedo en su gesto en solitario.
CARLOS CRIVELL – Málaga
Diario ELMUNDO de Madrid
La corrida picassiana con la gesta de Talavante quedó en
gran parte frustrada de antemano por el cambio de algunos toros, entre ellos
uno de Adolfo Martín, que no llegó a dar el peso reglamentario. Quedaron uno de
La Quinta y cinco de encaste Domecq en distintas versiones. Sin embargo, los
exornos de la plaza del artista Loren y el propio ambiente a favor del torero
eran de máximo apoyo para una apoteosis.
Todo lo ocurrido en los tres primeros astados es la
demostración del estado de la cabaña brava. También es la expresión del estado
de la Fiesta. Fue un verdadero desastre en todos los sentidos, que ya en el
cuarto rayó en el absurdo. El equipo veterinario confundió, como tantas veces,
pitones con trapío. Y no es lo mismo. Tapados por cornamentas exuberantes,
muchos toros no estaban rematados, cuando sus hechuras cantaban que no iban a
embestir, como pasó con el de Jandilla, lidiado como tercero bis, o el de
Victoriano del Río, que no tenían ni trapío ni cuello.
La lidia fue pésima en todos los astados. Ninguno se puso en
suerte de forma correcta. Los picadores ofrecieron un concierto sobre cómo no
debe practicarse la suerte de varas.
El de Fuente Ymbro no tenía fuerzas. El de Victoriano fue un
manso. El de Jandilla fue bruto y descastado. En estos toros se reservó mucho
Alejandro Talavante. Se lució en algunos saludos con el capote, casi siempre a
la verónica, así como en un quite por gaoneras muy ceñido y ciertamente
emocionante.
Conforme avanzaba esta primera parte del festejo el torero
extremeño se fue desanimando. No era para menos. Se estrelló contra el inválido
y rebrincado de Fuente Ymbro. Pudo ligar algunas tandas por ambos pitones al de
Victoriano del Río, aunque la mansedumbre del toro le impidió armar una faena
conjuntada.
El tercero lidiado fue de Jandilla. Le duró muy poco. Se
quedó corto y pronto lo macheteó por bajo. En el ecuador de la corrida, la
plaza y el torero se encontraban en estado de depresión manifiesta.
El cuarto titular, de Daniel Ruiz, chico y todo cuernos, se
partió el izquierdo en una costalada. Salió uno de Lagunajanda que fue inválido
y también tomó el camino de los corrales. Se corrió el turno y salió el de
Garcigrande, anunciado como quinto, terciado y manso, pero que cambió la
corrida. Fue un acierto el detalle de correr el turno.
El toro de Garcigrande, manso, se dejó torear por un torero
que elevó su tono vital en una faena en la que su principal virtud fue creer en
el toro y ofrecerle la oportunidad de embestir por abajo. Las tandas en el
centro, siempre ligadas y muy poderosas, fueron hermosas. Las del pitón
izquierdo, muy estéticas, con sus arrucinas intercaladas. Acabó toreando
limpiamente de rodillas y mató de una estocada muy defectuosa. La plaza,
cansada del desastre vivido y agradecida, pidió las dos orejas. Se supone que
era el momento clave de una corrida tan complicada como la de un torero que se
enfrenta a seis toros. El quinto fue de La Quinta, muy justo de raza y mansón,
que embistió sin celo en una faena de buen tono por ambos pitones pero sin la
emoción que debe aportar el toro.
Cerró plaza el tercer sobrero, un cinqueño bien presentado
de Torreherberos. Se lo brindó a la plaza en agradecimiento al apoyo y a la
paciencia demostrada. Le dio derechazos suaves a un toro inválido que echó el
freno muy pronto. En las tablas lo exprimió con muletazos de uno en uno llenos de
voluntad. Así acabó el desastre picassiano.
Al margen de todo lo referido, de la mala elección del
ganado, de la lidia horrible que recibieron los astados, Talavante se vino
abajo en los primeros astados de su encerrona. No había enemigos delante para el
triunfo, cierto, pero tampoco se apreció el desparpajo conocido del extremeño,
su fantasía sorprendente y su capacidad de improvisación. Tampoco estuvo
brillante con la espada, que cuando entró lo hizo en sitios poco certeros.
Nueve ganaderías y un torero que se estrelló contra los elementos.
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