Así
lo relata el banderillero
Como
no iban a tener ganas de hacer una unión si les pasaban cosas terribles,
afirmaba el destacado banderillero Román “Chato” Guzmán
ADIEL
ARMANDO BOLIO
Especial para
VUELTA AL RUEDO
Es indudable que el escabroso camino que tuvieron
que salvar los subalternos los años previos a 1933 fue más que difícil, pero
gracias al pundonor y la fidelidad a los ideales de Román “Chato” Guzmán y
Saturnino Bolio “Barana” fue que lograron el gran sueño de agruparse para
adquirir respecto. Por ello, aquí continuamos con el relato histórico del
célebre “Chato”.
¡SUFRIERON DE VERDAD, PERO LO LOGRABAN!
“Seguía corriendo el tiempo y seguíamos trabajando
con ahínco y con enorme fe, tanto, que comenzamos a pagar cuotas que nos
permitieron por fin tener un local propio y ese fue una oficinita en la calle
de San Juan de Letrán, en el edificio ‘Rul’, donde estuviera la sala
cinematográfica Cinelandia.
Poco tiempo duramos ahí, porqué encontramos otro
mejor en la calle de Gante # 21, despacho siete. Los gastos eran mayores y nos
atrevimos a afrontarlos, con la seguridad que da el tener una meta y un buen
deseo como era el de agruparnos los subalternos. Recibíamos cuotas y alguna
ayuda del matador Alberto Balderas.
Y como no íbamos a tener ganas de hacer una unión
si nos pasaban cosas terribles, como una vez que fuimos a torear a Huetamo,
Michoacán, Edmundo Zepeda y yo. Tres corridas trabajamos y cuando en la última
le cobramos al matador los 40 pesos convenidos por tres actuaciones, se puso
muy valiente y nos dijo: ‘No les voy a pagar porque no me da la gana y
lárguense’.
Y claro que nos largamos, pero a ver al presidente
municipal para quejarnos y éste lo obligó a que nos pagara, aunque por la tarde
fue a buscarnos a la casa donde estábamos para insultarnos y amenazarnos con
una puntilla. Pero la señora de la casa que se dio cuenta, llamó a la policía y
se lo llevaron a la cárcel. Ese torero se llamaba Pedro de la Rosa. Tuvimos
tristes experiencias como la de Papantla, Veracruz, cuando fuimos a torear otra
vez Edmundo Zepeda y yo, a donde para llegar había que trotar a caballo
atravesando la sierra, pues no había todavía carretera. En la última corrida de
las dos que toreamos, cayó herido uno de nuestros compañeros y como no teníamos
suficiente dinero para permanecer ni un día más, alquilamos un caballo y así la
emprendimos para México, durando tres días la travesía, con sólo una botella de
agua oxigenada, otra de yodo, un paquete de algodón y otro de gasa, un lápiz con
el que introducíamos esa gasa según nosotros para canalizar la herida y una
navaja. Las curaciones las hacíamos cuando era necesario y encontrábamos un
árbol bajo cuya sombra actuábamos los ‘doctores’.
En cuanto llegamos a México, fuimos con el doctor Francisco
Ortega, quien nos hizo el grandísimo favor de curar al colega herido, cosa que
solía hacer siempre con un gesto generoso inolvidable, pues fue el doctor
Ortega un benefactor de los toreros que caían heridos, a los que atendía desde
que llegaban a sus manos, hasta que quedaban sanos y jamás pretendió cobrar un
solo centavo como honorarios. ¡Dios lo tenga en la gloria!”.
Dicha carta del “Chato” Guzmán en la que explicaba
todo esto a su amigo el doctor Alfonso Gaona, en esta parte, como en otras que
se irán conociendo, toma tinte de dramatismo digno de ser conocido.
Decía el “Chato”: “En esa época así trataban
muchos matadores a los subalternos. Al ver tales cosas tan dolorosas como
humillantes, crecía, amigo Alfonso, mi idea ya obsesionante de hacer una unión
de subalternos. Casi pedí limosna muchas veces para ayudar a compañeros y
curarlos, y si por una parte me preocupaba cuando alguno de nosotros necesitara
de ayuda económica y moral, por otra seguía trabajando sin descanso en lo de la
agrupación de picadores y banderilleros, a sabiendas de que era tarea difícil
y, tan difícil, como que había el precedente de otros intentos de hacer el
sindicato por toreros subalternos que también humanamente habían sentido el
dolor de lo que acontecía en la profesión. Y sabía de los fracasos de esos
toreros y sabiéndolo, yo mantenía mi fe en Dios para algún día ver realizado mi
propósito.
Ahora que han pasado los años y los subalternos
estamos dentro de una Unión que significa garantía a los derechos de cada uno,
pienso y aquilato lo que pasaron aquellos de mi época para ser toreros. Aparte
de la afición y el valor para estar delante del toro, había que tener un temple
y una hombría a toda prueba para soportar tanta tragedia, tanta humillación y
tanta indiferencia para el picador y el banderillero por parte de toreros y
empresarios.
Te juro amigo Alfonso, que hubo un momento en mi
vida de torero, de la etapa difícil a que me vengo refiriendo, que estuve a
punto de dejar la profesión. Hoy le doy gracias a Dios que me mantuvo la
afición y la paciencia para aguantar todo aquello.
Fue entonces en Morelia donde definitivamente
empezamos la lucha para formar nuestra unión. El día aquel fue el 2 de
noviembre de 1932, ‘Día de Muertos’ en que simbólicamente ‘matamos’ la esclavitud
que padecíamos los subalternos. Es una historia de horas que vale la pena
contarla, porque estando ya a punto de fundar el sindicato, padecimos todavía
una vejación y arbitrariedad más, ‘Barana’ y un servidor”, pero antes de
referir la historia de esas 24 horas del 2 de noviembre de 1932, el gran
banderillero refiere esto: “Nuestras pláticas con ‘Barana’ no habían dejado de
celebrarse y siempre que teníamos días sin torear, nos juntábamos para planear
y afinar esos planes. En ese lapso entre los días que precedieron al 2 de
noviembre de 1932, tuvimos dos experiencias más sobre arbitrariedades y penas a
causa de un compañero herido y de abuso de un matador.
El compañero Eugenio Cuevas cayó gravemente herido
en Veracruz, sufriendo aparte de una cornada muy seria, la fractura de la
pierna izquierda. Otra vez pasamos el calvario del traslado de Cuevas a México
para refugiarnos en el altruismo del doctor Francisco Ortega, quien lo curó, y
como siempre, no cobró un solo centavo.
Pasamos el trago amargo del herido y sufrimos el
abuso de un matador en Mérida. Fuimos a torear a aquella ciudad y al llegar,
‘Barana’ y yo nos dimos cuenta de la presencia de varias personas cargando
cámaras fotográficas, a lo cual no dimos mayor importancia, puesto que nos parecieron
turistas.
No fue así lo que pensamos de aquella gente armada
de tantas cámaras, pues al otro día se presentó ante nosotros el apoderado de
David Liceaga –que de ese matador se trata- el cual nos dijo con mucha
autoridad que nos vistiéramos de toreros porque se iban a filmar escenas para
una película de tema taurino y debíamos estar en la plaza para tal fin”... (Continuará).
DATO
El doctor Francisco Ortega era quien les hacía el grandísimo
favor de curar a los heridos, lo que solía hacer siempre con un gesto generoso
inolvidable
Pie.
Román “Chato” Guzmán fue muy claro en sus relatos / ADARBO
No hay comentarios:
Publicar un comentario