López Simón logra la puerta grande, pero las nuevas normas por el Covid-19 le roban la puerta grande con un buen lote del Vellosino |
ROSARIO
PÉREZ
@CharoABCToros
Diario ABC
de Madrid
«Se recuerda el uso obligatorio de las mascarillas,
sentarse en los puntos verdes de las localidades y no arrojar prendas al ruedo
en las vueltas al ruedo de los toreros. Tampoco se les podrá sacar a hombros».
Y así sucedió: la inaugural puerta grande del post-confinamiento fue a pie, sin
salida en volandas. Cuatro horas antes, en la habitación 249 del Palacio de los
Velada, Alberto López Simón se enfundaba por primera vez el vestido de luces
tras su última actuación en febrero en Valdemorillo. Todo eran primeras veces y
silencio, el silencio en el que se velan armas. Iván, su mozo de espadas, le
enfundaba la taleguilla y le apretaba los machos. «Hubo un momento en el que
creí que no se iba a dar ninguna corrida esta temporada. Estaba pesimista por
la situación del país, pero gracias a Dios se ha podido celebrar y para mí es
un momento especial», contaba el torero a escasas horas del festejo.
La vieja normalidad y los corrales
La vieja normalidad de la tauromaquia apareció
pronto en la nueva normalidad. Los líos de corrales de siempre, «las cosas de
los toros». Las de siempre. Ni más ni menos, con esas ganas de intentar
fastidiar desde dentro como si no bastasen los ataques de fuera. Pero el
festejo organizado por José Montes, el primero en atreverse a dar el paso, se
celebró, pese a los dimes y diretes y a que hubo que traer más toros –¡menuda
novedad!– y posponer el sorteo. «Es mucha responsabilidad dar esta primera
corrida –subrayó el empresario. Hay mucho trabajo detrás para desarrollar el
plan de autoprotección y es un orgullo haberla echado para delante, con todos
los trámites burocráticos necesarios». ¿Pérdidas? «Entendemos que sí, porque de
la noche a la mañana hubo que hacer un plan al pasar del 75 por ciento de aforo
a un 20, unas dos mil personas. Y en la corrida de Adolfo había mucha petición
de entradas». Pero la primera era la del Vellosino, con menor expectación y la
polémica servida. Buscamos por los pasillos de la plaza a la fuente ganadera,
Manuel. Así relató lo sucedido: «Había siete toros aprobados, pero de noche
hubo una pelea, uno se estropeó y otro blandeaba, por lo que se decidió traer
tres toros más. Son cosas que han pasado toda la vida, lo que ocurre es que el
reconomiento era a 24 horas y no a 48», explicó a ABC el ganadero del
Vellosino.
Las miradas estaban puestas en la divisa, y con
razón, después de alguna corrida absolutamente impresentable en otras plazas de
la vieja normalidad y con máximas figuras de por medio. Pero la nueva
normalidad en Ávila trajo una corrida del Vellosino con una presencia [con
matices, claro] que rara vez se habrá visto en esta plaza ni las figuras en
otras de mayor rango, según decían las palabras y los aplausos de veteranos
aficionados cuando algún ejemplar pisó la arena y en el arrastre de cinco.
«Viene con mucho peso y bien presentada, con un par de cinqueños. Los sobreros
también son nuestros», señaló el criador de bravo, aunque luego de casta
andaría justita, pero sí «sirvió» con un fondo de nobleza en general. Hubo
toros. Ese es el milagro después de una devastadora realidad, de la sequía y la
dureza de un tiempo en el que se paró el reloj de muchos. Demasiado lo perdido:
la vida misma.
El primer paseíllo
«Queremos toros y se agradece que se den, a ver si
se animan las figuras», dijo un aficionado del Espinar tras pasar por taquilla
y lamentar que se hubiesen «agotado» las entradas para jubilados, cinco euros
más baratas que la general de 30. Y un ambiente extraño, con metro y media de
distancia entre espectador y espectador. «Oiga, al punto verde», advirtió una
acomodadora a un joven del tendido para que se separase de su compañero. «¡Pero
si compartimos habitación en el hotel!», respondió mosqueado. «Son las normas
de la Junta (de Castilla y León)», dijo la acomodadora, en una especie de
funciones de «policía» por una tarde, perdón, noche. Nocturna la primera
corrida del «intraCovid», aunque a las nueve aún se pintaban las rayas. A las
nueve y pico se regó la plaza y, con unos siete minutos de retraso, arrancó el
paseíllo. Cosa rara en el espectáculo de la puntualidad por bandera. Y la
rojigualda lucía en muchas de las mascarillas de la afición.
Con la banda de música separada según las normas y
roto el paseíllo con la terna desmonterada, el Himno Nacional trepó hasta el
cielo en homenaje a las víctimas del coronavirus. Había un silencio atípico,
maestrante, de misa de domingo... Hasta que un espectador pegado a la
barandilla gritó un «¡viva España!»
De las más de ocho mil localidades del coso, solo
podían cubrirse dos mil. Media entrada se registró. El cartel no era de
campanillas para ser el primero, pero ¿dónde están los que mandan?
La opinión del aficionado
Un conocido aficionado, escritor de toros también,
Domingo Delgado de la Cámara, lo resumía así a la entrada: «Es necesario que
esto eche a andar y estoy esperanzado con esta primera corrida. Hay que hacer
un llamamiento al sector para que esto pueda ser viable, porque las
circunstancias no son las de antes. Para salvar la Fiesta y que sea viable,
todos tienen que hacer concesiones si quieren que haya futuro». Abonado de Las
Ventas, sin noticias de carteles, señaló: «Ahí todos tienen que poner de su
parte, también las administraciones. Por ejemplo, este año no debería haber
canon de plaza. Con las exigencias de hasta ahora, entiendo que es difícil dar
festejos. Quiero que los haya, pero sin apuntillar a nadie. Todo el mundo tiene
que hacer un esfuerzo: la patronal, que la veo dormida y vaga; las
administraciones públicas, las figuras del toreo, que desde luego no van a
poder mantener los cachés que hasta ahora han tenido, y también las cuadrillas.
Los únicos que no tienen que hacer un esfuerzo son los ganaderos, que bastante
tienen encima».
Familia de almohadilleros
A unos metros, los hermanos sevillanos Tello
habían colocado su puesto de almohadillas –a cinco y dos euros– y llaveros de
hierros ganaderos y la Virgen del Rocío –a un euro–. Poco vendieron, ni para
gasolina. «Esto es una ruina, en los recortes solo nos compraron siete. Hemos
perdido Sevilla, Jerez, Córdoba, Granada...», dice Antonio, que habla comos los
toreros. «Moralmente, estamos hundidos. Lo peor es la cabeza, que lo ve todo
negro. Son muchos días sin trabajar. Hay que vivir trabajando. Yo podría ir a
la mar o el campo, pero con 60 años que cumplo en agosto no tengo edad de ir a
coger papas», añade Juan Carlos, toda una vida a la vera del arte y la torería.
«Mi padre fue el chófer de Paquirri, su compadre, de Lola Flores, Caracol, Álvaro
Domecq, Jaime Ostos, Diego Puerta, Paco Camino... Hasta Julio Iglesias quiso
llevárselo a Miami». Ahora depositan su confianza en la corrida del 6 de agosto
en El Puerto: «Esa plaza es muy buena para nosotros». Tampoco hizo negocio
Tamara, vendedora de pulseras hechas en Talavera, que buscaba clientes en la
terraza «El Diario», un bar en el que la cosa va viento en popa y no se quejan,
según Félix, su dueño.
A punto de sonar las campanadas de las nueve, el
torero Esaú Fernández y la ganadera de Castillejo de Huebra asistían
ilusionados a la vuelta de la Fiesta. Del «aquí estamos para torear» al «aquí
estamos para lidiar». En cambio, Carlos Zúñiga padre era partidario de que el
motor arranque cuando la pandemia pase: «La gente tiene miedo».
Distancia pese a dormir en el mismo
colchón
Y la gente cumplió las normas, aunque no
entendieran que «si dormimos en el mismo colchón tengamos que ver la corrida
separados». Incongruencias por este extraño y letal virus, el que ha cambiado
el clavel por el gel hidroalcohólico y los abrazos por roces en el codo. Pocas
manos se estrecharon. Y las mascarillas ocultaban el rostro, aunque no esos
ojos que hablan solos. Alegría y temor en la mirada al mismo tiempo, con la
ilusión como vencedora entre alguna calada y calada de habano. Menos de las
habituales. «Oiga, póngase usted la mascarilla», recriminaron a una señora.
«Tendré derecho a beber, o solo van a poder beber los jóvenes en los bares»,
replicó ella.
Y otra vez el silencio. Un toro, el primero
después de tantos meses después, pisaba un ruedo. «Colombino» se llamaba,
número 151, negro bociblanco, de 522 kilos. Y para Finito de Córdoba, de
riguroso luto, fueron los primeros oles. Hay negros y azabaches que solo pueden
permitirse toreros con ese arte, como el que parió de la media docena de
verónicas aprovechando el buen son del vellosino, que tomó una aceptable vara.
¡Vale!, decía el Fino. No andada sobrado de fuerzas el toro, que perdió las
manos en el prólogo genuflexo. Relajado, siguió por la derecha. Por el izquierdo
se quedaba más corto, con feo estilo, y el matador desistió pronto para
provechar el mejor pitón derecho, con calidad. Regresó a la mano zurda y dejó
una trincherilla con su sello. Caló la última tanda diestra, con sentimiento y
su profundidad, logrando los mayores ecos. Costaba cuadrar a «Colombino» y
pinchó. Pinchazo y estocada corta caída. Aplausos al toro y saludos del
matador.
Mascarillas obligatorias
Palmas cuando salió el colorado segundo, con sus
583 kilos a cuestas, al que Calita, de azul y oro, recibió con verónicas
intercaladas con el capote a la espalda, algo embarullado pero a por todas
desde el inicio. Derribó este «Paticorto III», que brindó al público que se
concentraba en la sombra entre el vacío del sol. Con pases cambiados principió
el mexicano, con ganas siempre pero sin terminar de coger el aire al animal. Se
tiró a matar y enterró una estocada delanterita. Tuvo que descabellar. Aplausos
al toro y silencio para el torero.
Entre toro y toro, por si hubiese despistados,
seguían recordando el uso obligado de mascarillas, sentarse en las localidades
con puntos verdes de un tendido a modo de semáforo y cumplir las normas.
López Simón, de canela y oro y con un crespón
negro, oyó «andas» y «oles» en el recibo al tercero, «Tinajero». En
banderillas, rojiblancas como su equipo, no faltó la guasa desde el tendido
alto: «Esto no es un gallo». López Simón, sin hacer caso a «los buitres que
montan pollos por los gallos» –la perla es de Federico Arnás–, siguió a lo
suyo, que es torear. Brindó emocionado al cielo en memoria de los fallecidos
por el Covid-19, entre ellos, dos de sus tíos, la tía Pili y el tío Enrique. La
pandemia ha golpeado también con dureza a la familia del toro. De rodillas se
postró López Simón en el prólogo, conduciendo bien la buena embestida, con
parte del público en pie. La quietud brotó en los derechazos, con otro toro que
servía y de noble fondo, aunque por el izquierdo se quedaba más corto. El
torero de Barajas, fiel a su estilo, acabó en las distancias más cercanas. Un
circular inverso, el de pecho, los pitones lamiendo la taleguilla... Un arrimón
de los suyos, tan lejano a los imposibles de los espectadores, con espaldina y
desplante. Y la plaza, «simonista», de Alberto, que Fernando andaba surfeando.
Despacito lo mató, con seguridad, aunque la estocada cayó con algo de travesía.
Oreja con petición de la segunda. Primer trofeo de la nueva normalidad para
López Simón.
Llegados al ecuador del festejo, regaron de nuevo
el ruedo mientras algunos sacaban los bocatas. Había hambre de toros y de lo
demás, que eran cerca de las once. Otra vez Finito dejó algún apunte primoroso
con el capote, como una verónica y media. Se defendía el toro, muy justo de
raza, mientras Juan Serrano esbozaba naturales sueltos. Con ganas, lo intentó
por ambos lados entre pinceladas con gusto, algo que se tiene o no se tiene.
Cuando lo apretó más, en el epílogo, subió la intensidad. Pinchó (dos
pinchazos) y media caída, con el toro pirándose a chiqueros. Tuvo que
descabellar. Mientras aquello sucedía, unos aficionados hablaban de Pablo
Aguado: «Ese me ilusiona mucho», se oyó. «Pues yo prefiero a Morante. Te digo
yo que como ese no hay otro». Bienvenidas las tertulias taurinas en el tendido,
aunque sea con un metro de por medio. El arrastre a «Contador» fue entre
palmitas, con saludos de Finito.
Finito y los 40 euros
Se formó luego una bronca entre aficionados, con
el ambiente caldeado. «Los aficionados no pintamos», decía uno entre calada y
calada. «Si no te gusta, te vas», chilló otro. De repente, aquello parecía una
discusión en tarde de clavel con billetes de por medio desde el callejón a la
barrera. «Que he pagado 40 euros por esto». Y Finito le entregó esa cantidad al
señor. La nueva normalidad: si no queda satisfecho, el torero le devuelve el
dinero. Una aficionada se precipitó hasta la barrera indignada con el aficionado
que se quejaba, cogió los 40 euros y se los devolvió al torero. «Si a usted no
le gusta esto, se va», le espetó Gema, la «Lola Flores» del tendido, como la
bautizaron por su «desparpajo, salero y temperamento». «El hombre le ha dicho a
Finito de Córdoba que malamente todo y que le devolviera sus 40 euros de la
entrada. Y Finito se los ha dado. Y yo se los he quitado de la pechera. Si no
le gusta esto, que se vaya de aquí. Por eso, yo le he quitado los 40 euros y se
los he devuelto a Finito, que no los quería. Pero al final los ha cogido. Me
parece una falta de respeto lo que ha hecho ese aficionado. Soy de Almorox y
muy torera, mañana (por hoy) no me pierdo a mi amigo Octavio Chacón». No hubo
un «si me queréis, irse», si no un «si me queréis, quedarse».
Y mientras la gente andaba más pendiente del
tendido que del ruedo, con la policía de por medio y un aficionado con patillas
y puro clamando «quién defiende a la afición», apareció el quinto, que Calita
brindó a Montes. Tirando de la embestida y abusando de la voz, trató de alargar
el viaje de «Español III», con más exigencias, en un muletazo con forzados
aires pero con entrega. De nuevo lo cazó a la primera, de estocada algo caída,
y paseó un trofeo en su regreso a los ruedos españoles.
Puerta grande sin salida a hombros
Herrado con el número 34 estaba el último, algo
bizco. López Simón galleó por chicuelinas y por el mismo palo quitó en los
medios. El vellosino metió la cara de maravilla el toro en un momento de la
lidia mientras Mambrú y Jesús Arrugas dejaban buenos pares a «Banderillero». La
plaza, en pie. El matador brindó al público y comenzó por alto en una moneda de
un euro. La ligazón siguiente prendió la llama. Concedió distancias y el toro,
algo bastote, acudió con son. Como en la vieja normalidad, el madrileño se
desprendió de las zapatillas y afianzó sus raíces al ruedo, con conexión con el
respetable. Acudía el del Vellosino, el mejor, y Alberto ligaba las series. Un
majestuoso pase de pecho sobresalió hasta abrochar en las distancias cortas. Estocada
y aviso. Por la presidencia, asomó un pañuelo, mientras solicitaban con fuerza
la segunda oreja. «¡Otra, otra!», pedían. Pero el usía se puso duro ahora y con
el dedo dijo que solo una. «¡Fuera, fuera!», López Simón tenía ya la puerta
grande, pero la pandemia se la robó y se tuvo que marchar a pie con el triunfo
conquistado. El gran triunfo fue la vuelta de las corridas a España.
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