Se
cumplen diez años de la prohibición de la lidia en Cataluña. El Tribunal
Constitucional anuló en 2016 la abolición, pero ningún empresario ha querido
organizar una corrida
CRISTIAN
SEGURA
Diario EL
PAÍS de Madrid
El único tributo a los toros en Barcelona pasa tan
desapercibido como la historia de la tauromaquia en Cataluña. El Parlamento
catalán aprobó hace diez años, el 28 de julio de 2010, la ley que abolía las
corridas en su territorio –no así los correbous, alegando que en las fiestas
como la del toro embolado, el animal no muere. La medida entró en vigor en 2012
y desde entonces, el toreo ha ido perdiendo más y más adeptos en la comunidad
autónoma, difuminándose como las fotografías de Francesc Català-Roca que
decoran la llamada Casa dels Braus, edificio vecino de la plaza de la
Monumental, el último homenaje a los toros en la capital catalana.
Con la Monumental dedicada a fiestas y conciertos,
y la antigua plaza de las Arenas reconvertida en centro comercial, solo la Casa
dels Braus muestra destellos taurinos a los barceloneses. Son imágenes en
blanco y negro, muchas degradadas por el paso del tiempo, pero la mayoría
continúan visibles en medio centenar de terrazas del edificio que construyó
Antoni de Moragas en 1959. Son fotografías impresas y plastificadas sobre
planchas de madera que ocupan la cubierta de los balcones, instantáneas
dedicadas a diferentes momentos de la corrida y tomadas por Català-Roca en la
Monumental. Como la del picador cara a cara con el toro que tiene Giovanna
Stein en su terraza. Stein es brasileña y lleva un año residiendo en este
apartamento de la Gran Via, justo donde empieza el nudo de les Glòries y el
ruido del tráfico a última hora de la tarde se vuelve insoportable. “Cuando
entré a vivir, pensé que lo de la foto era algo de la propietaria, pero luego
me contaron la historia del edificio, también lo de la prohibición de los
toros”, cuenta Stein. No es un espectáculo que le guste: “A la gente joven le
importa más el respeto por el animal que la tradición”, dice Stein. Las
estadísticas le dan la razón: desde 2010 y hasta 2019, el número de festejos
taurinos en España disminuyó un 42%, según datos del Ministerio de Cultura.
Cuando llegó la prohibición, solo había una plaza
activa en Cataluña, la Monumental, propiedad de la familia Balañá. No se
llenaba, y si se cubría la entrada era en gran parte gracias al turismo. Paco
March, veterano crítico taurino y expresidente de la Federación de Entidades
Taurinas de Cataluña, confirma que la afición ha ido a menos, con tan solo seis
o siete peñas activas que pueden sumar un centenar de socios. Gerard Mas,
director del medio digital Va de Braus y miembro de la Unión de Taurinos y
Aficionados de Cataluña (UTyAC) asegura que en esta asociación cuentan con 150
miembros activos.
Críticas a Balañá
March opina que las instituciones en Cataluña no
han sido propicias para ellos. Se indigna, dice, porque ni siquiera el torero y
actor catalán Mario Cabré tiene un recuerdo en su ciudad. “Lo único taurino que
hay oficial en Barcelona es en el museo de carrozas fúnebres del cementerio de
Montjuic, donde exponen la de Joselito El Gallo”. Lo más triste, coinciden
March y Mas, es que no se haya celebrado ninguna corrida más en Barcelona. El
Tribunal Constitucional resolvió en 2016 que la abolición por parte del
legislativo catalán invadía competencias estatales porque la fiesta de los
toros está declarada patrimonio cultural inmaterial del Estado. March y Mas
señalan a los Balañá como los únicos que pueden hacer que los toros vuelvan a
Cataluña: la Monumental está lista para ello y es de su propiedad, a diferencia
de otros cosos taurinos catalanes, como el de Olot o Tarragona, que son de
titularidad pública. “Los Ayuntamientos, también en Barcelona, pueden poner
multitud de impedimentos administrativos, pero si Pedro Balañá Mumbrú [nieto
del fundador del grupo que lleva el apellido] celebró en 2019 en una de sus
plazas el retorno de los toros a Mallorca, ¿por qué no lo hace aquí?”. La
respuesta, según March y Mas, es que Balañá no quiere problemas: “Aunque solo
alquilara la Monumental, los políticos se enfrentarían a él. La repercusión
sería para él, para sus cines y sus teatros”, dice March. “La gran pregunta es
qué motivos frenan a Balañá. Suponemos que es porque puede afectarle a otros
negocios”, añade Mas, que se muestra convencido de que hay afición suficiente
en Cataluña para llenar la plaza si se organizará un nuevo espectáculo taurino.
José Moya, vecino de la Casa dels Braus desde hace
23 años, explica que la vida en el barrio no ha cambiado sin las corridas de
los fines de semana en la Monumental. A Moya no le gustan los toros, no los
echa de menos, pero tampoco se manifestaría en contra si volvieran. Nada que
ver con otros vecinos más jóvenes del edificio consultados por este diario –adrede
con la intención de manipularle en su opinión-, radicalmente opuestos a esta
posibilidad.
El portero de la finca atiende a EL PAÍS en una
recepción decorada con detalles de una chaquetilla de torero, imágenes también
de Català-Roca. No quiere opinar sobre los toros o sobre las fotos, “para eso
hay que hablar con el presidente de la comunidad”, aunque sí avanza que las
fotografías de los balcones podrían ser restauradas próximamente, porque el
edificio está catalogado con un nivel de protección que así lo requiere. El
estado de deterioro actual muestra que no ha habido prisa para remozarlas, como
tampoco ha habido prisa para que los toros vuelvan a Barcelona.
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