El
Pasmo de Triana pudo vestir su postrer traje de luces en una olvidada corrida
patriótica celebrada en el viejo coso de Los Tejares de la ciudad de los
califas
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
@ardelmoral
Diario CORREO
DE ANDALUCÍA
El 18 de julio de 1936 cambió de arriba abajo la
historia de España. También la del toreo. El fragor de la contienda, a pesar de
permanecer lejos de las calles de Sevilla, interrumpió la actividad normal de
la plaza de la Maestranza que ya no reabriría sus puertas para un festejo mayor
hasta el tardío 18 de octubre. Fue aquella célebre corrida patriótica que tenía
que haberse celebrado el día del Pilar –o de la Raza- pero acabó aplazándose
seis jornadas por las inclemencias meteorológicas. La atmósfera del evento, que
se había organizado como homenaje al Ejército Nacional, retrataba fielmente la
llegada de un nuevo tiempo.
El decorado humano había cambiado sustancialmente
en apenas tres meses. Hasta las tablas de la barrera fueron repintadas en rojo
y gualda para reforzar el espíritu patriótico de un acontecimiento taurino que
reunió en el mismo cartel a los rejoneadores Antonio Cañero y Pepe García
Carranza ‘El Algabeño’ además de los diestros Juan Belmonte, Manolo Bienvenida,
Domingo Ortega, Víctor de la Serna y Venturita. También hubo sitio para el
novillero Diego de los Reyes y, cómo no, para el infortunado Pascual Márquez,
que tenía revolucionado el cotarro taurino sevillano en aquel tiempo incierto.
Los de a pie se repartieron ocho orejas y cuatro
rabos, incluyendo el que se llevó Belmonte en aquella tarde que, a tenor de los
últimos datos barajados, quizá no fue la última en la que actuó vestido de
luces... En cualquier caso, la imagen más significativa de aquel evento la
trazó Manolo Bienvenida pintanto un ¡Viva España! en su muleta que se fundía
con el fondo de la plaza engalanada y las tablas bicolores.
Queipo de Llano asistió a aquella corrida que
contó con la asesoría de toreros retirados de la talla de Antonio Fuentes,
Machaquito, Emilio el Bomba o Algabeño padre. Su hijo Pepe también había tomado
la alternativa de matador pero actuó aquella tarde crepuscular a caballo. Y a
caballo encontró la muerte dos meses después oficiando de mensajero a las órdenes
del propio Queipo en el frente de Lopera. El torero, consumado jinete, formaba
parte de aquella pintoresca unidad de caballería -la policía montada- formada
por garrochistas, señoritos y vaqueros de la Baja Andalucía en la que también
sirvió el propio Cañero, que sí era militar de profesión. José García Carranza
fue alcanzado por las balas. Trasladado a la Cruz Roja de Córdoba no pudo
sobrevivir a las gravísimas heridas. Pero la vida seguía... un festival a
beneficio de la cabalgata del Ateneo cerró aquella extraña temporada el 13 de
diciembre. Aún quedaban dos largos años de guerra...
La última etapa profesional de un genio
Pero hay que volver a Córdoba y a la figura de
Belmonte que, pese a su evidente decadencia, era el astro indiscutible de aquel
festejo coral de exaltación patriótica celebrado el 18 de octubre de 1936 en la
plaza de la Maestranza. El llamado ‘Pasmo de Triana’ había reaparecido en 1934
en maridaje profesional con Eduardo Pagés. El célebre empresario catalán se
había apoyado en el aura del genio para levantar una exclusiva en la que ya
pesaba más lo comercial que lo taurino. El tiempo de Belmonte, seguramente, ya
había pasado tal y como evidencian las imágenes cinematográficas que se
conservan de aquella vuelta.
Las cosas no se podían estirar más: en 1935
cumplió su última temporada formal y en 1936, antes de estallar la contienda
civil, se le podía dar por retirado. De hecho, Daniel Tapia en su ‘Historia del
Toreo’ señala que Belmonte toreó el 22 de septiembre de 1935 en la flamante
plaza de Las Ventas “cortando las orejas de sus dos enemigos, y pudiendo
considerarse esta corrida como la de su definitiva retirada de los ruedos”. Ya
sabemos que no fue así pero, hasta ahora, ningún biógrafo había marcado la
fecha exacta de la despedida del llamado ‘Pasmo de Triana’. Con los datos
disponibles el autor de estas líneas se aventuró a fijar ese 18 de octubre de
1936 como escenario de la última actuación de Belmonte vestido de luces, con 38
años cumplidos. Pero todo podría dar la vuelta...
¿Dónde se retiró Belmonte?
En aquel primer año de guerra, con el alzamiento
convertido en un conflicto abierto y España dividida en dos zonas, aún se
organizó otra corrida –¿o fue un festival?- de carácter patriótico en la plaza
de los Tejares de Córdoba que, como Sevilla, había quedado incluida en la
llamada Zona Nacional desde las primeras escaramuzas de la contienda. Aquel festejo,
organizado también a beneficio y homenaje del Ejército Nacional, se celebró
casi un mes después del de Sevilla, y con un cartel muy parecido, desempolvado
del valioso archivo de Luis Rufino Charlo, verdadero descubridor de estos datos
casi inéditos.
Dicho cartel anunciaba a Cañero y Algabeño a
caballo y a Juan Belmonte, Antonio Márquez, Pepe Amorós, Domingo Ortega, Laine
y Venturita como toreros a pie. Como en Sevilla, siguiendo un guión muy
parecido, también se buscaron los correspondientes asesores honorarios para la
ocasión, con la figura totémica de Rafael Guerra ‘Guerrita’ al frente y la
repetición de Antonio Fuentes, Machaquito, Bombita y Algabeño padre. A la
presidencia civil tampoco le faltó su militar de alta graduación, el
controvertido coronel Cascajo. Ojo: el festejo, organizado “a beneficio del
glorioso Ejército Nacional”, se anunciaba como corrida de toros y al efecto
–valga la redundancia- se reseñaban los ocho toros a lidiar y sus respectivos
ganaderos, con especial presencia del campo bravo cordobés. Se habían reseñado
sendos ejemplares de las vacadas de Félix Moreno, Conde de Antillón, Marqués de
Guadalest, Gamero Cívico, Indalecio García Mateo (señalando que antes lidiaba
como Rincón), Enriqueta de la Coba (sic), Herederos de Pedrajas y Antonio
Herruzo.
A pesar de todo hay que volver a formular la
pregunta ¿Fue festival o corrida de toros? Los datos eran confusos y hasta
contrapuestos hasta ahora. El recordado periodista José Luis de Córdoba,
privilegiado testigo de la historia taurina de la ciudad de los califas en el
siglo XX, recoge una relación de los festejos celebrados en el viejo coso de
Los Tejares en la pasada centuria en su libro ‘Córdoba en la historia del
toreo’. En esas páginas se hace eco del acontecimiento patriótico de aquel 15
de noviembre de 1936 al que –atención- incluye en la categoría de “festival”
señalando que se lidiaron nueve novillos de distintas ganaderías –y no ocho- y
añadiendo el nombre del entonces novillero Pascual Márquez a la nómina de
actuantes. ¿Se incluyó al bravo novillero de Villamanrique después de
imprimirse los carteles? Pues así fue...
Las dudas empiezan a despejarse atendiendo a un
revelador recorte de prensa, aportado también por Luis Rufino, y que
posiblemente fue publicado en la revista ‘Sol y Sombra’. Ese trocito de papel
indicaría que se trató de una corrida de toros, fijando de paso la fecha de la
definitiva retirada de Belmonte, vestido de luces para la ocasión. En un breve
firmado por J.M.R. y datado en Córdoba se aclara que “en efecto, Juan Belmonte
García actuó en esa ciudad el 15 de noviembre de 1936”. La nota está escrita a
modo de carta o contestación a una misiva anterior, posiblemente una carta al
director. “Si no mencionamos esta corrida en la ocasión que usted cita fue
porque creíamos que se trataba de un festival” prosigue el mencionado texto que
también hace referencia al festejo patriótico celebrado en Sevilla un mes antes
del que sí existe cumplida información y testimonios gráficos.
“Aquel año, y aparte esa actuación de Córdoba, no
sabemos que dicho Juan Belmonte tuviera otra que la de Sevilla el 18 de
octubre, en compañía de ocho diestros más entre matadores de toros, novilleros
y rejoneadores” prosigue el mismo recorte de prensa, que confirma la nómina de
actuantes aportada por José Luis de Córdoba afirmando que, efectivamente,
fueron nueve las reses lidiadas añadiendo a la lista del cartel oficial un
ejemplar de Joaquín Murube además de la presencia de Zurito en calidad de
sobresaliente de los montados.
La hemeroteca despeja dudas...
Sólo quedaba acudir a la hemeroteca para
corroborar los valiosos datos aportados por el investigador Luis Rufino... y
descubrir que el Diario de Córdoba, en su edición del 17 de noviembre de 1936,
recogía “el gran éxito económico y artístico” de la corrida patriótica
“organizada para engrosar la suscripción en favor del glorioso Ejército y
fuerzas auxiliares, que están liberando a España de la tiranía marxista”. Lo
dicho: No se trató de un festival sino de una corrida de toros en toda regla
aunque su fin fuera benéfico...
La crónica del evento, sumergida en la retórica de
la época, se deshace en los detalles de ambiente aunque resulta parca en el
desarrollo estrictamente taurino del festejo. Merece la pena rescatar algunas
curiosidades y singularidades que rodearon el evento. “En el centro del anillo
se había simulado un inmenso tapiz con el escudo de Córdoba, rodeado de un
círculo con los colores nacionales en los que se leía ‘Viva España’ y ‘Viva el
Ejército’ que había sido admirablemente confeccionado por artistas cordobeses
bajo la dirección del delegado de Bellas Artes don Enrique Romero de Torres”.
No faltaron otros detalles, como un desfile previo por el ruedo en el que
figuraron los Regulares de Ceuta y un coche de caballos con las presidentas
honorarias de la corrida, de rancios apellidos de la burguesía agraria de
Córdoba.
Dentro de los vericuetos de la lidia nos interesa
la que, a todas luces, podemos considerar ya la última actuación profesional de
Juan Belmonte, que había pasado desapercibida hasta ahora a todos sus
biógrafos. El cronista del Diario de Córdoba reseña aquella postrera lidia, con
un toro del marqués de Guadalest “berrendo, grandote y bien puesto de defensas”
al que el mítico diestro trianero paró “con tres verónicas magníficas, marca de
la casa, que remató con una media superior...” La crónica recoge escuetamente
otro quite por verónicas y después de advertir que el torero encontró “al bicho
muy agotado” señala que Belmonte “se limitó a dar unos pases muy buenos para un
pinchazo y media estocada en su sitio”. Una ovación y la consiguiente vuelta al
ruedo estaban cerrando, definitivamente, la vida profesional de uno de los toreros
más determinantes de la historia en esa olvidada tarde otoñal de 1936. Y fue en
Córdoba...
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