FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Un reducido grupo de toreros (apenas una veintena)
se fue el pasado viernes a Toledo a mostrar su indignación a la ministra
Yolanda Díaz. La de Trabajo. Era algo
así como el coletazo de las manifestaciones organizadas en Madrid frente a su
ministerio durante los últimos días, en la que participaron representantes de
todos los sectores taurinos, desde el “ayuda” de mozo de estoques más modesto a
las figuras del toreo más representativas. Como, según documentos gráficos y
sonoros, en Toledo hubo insultos, el coletazo ha traído cola. De seguido, han
reaccionado algunos líderes de la ultraizquierda radical en apoyo a la señora
Díaz, porque es intolerable el insulto y la amenaza verbal, incluso la
violencia venial que pueda suponer la rotura del un espejo retrovisor del coche
oficial de la ministra.
El insulto procaz puede considerarse la expresión
de una bajeza moral, por tanto, su condena debe parecer unívoca entre la gente
de bien; pero permítanme hacer una pequeña disección de la expresión “bajeza
moral”, porque hay casos y casos. Se puede ejercer la bajeza moral cuando, por
ejemplo, se utiliza el dolor que causa la muerte de miles de compatriotas para
echarle el muerto –con perdón—al adversario político y justificar los errores
propios, como advirtió el alcalde de Madrid, Martínez Almeida al diputado
socialista Simancas. O cuando se guerraciviliza cualquier discrepancia o
encontronazo entre los de este lado y los del contrario; pero cuando la bajeza
se deriva de la bajura de ánimo, cuando se baja a ras de suelo para palpar la
espantosa realidad, cuando la desesperanza no te deja dormir y te mete en ese
túnel de intensa negrura que encierra la certidumbre de un futuro catastrófico,
las respuestas empiezan a rondar la senda de lo imprevisible. Entonces aparece el recurso de la protesta de
viva voz, con el insulto de mayor o menor grosor como inevitable compañero de
viaje. El insulto, al fin y al cabo, es el arrebato verbal que provoca un
estado de ánimo contrariado por algo y por alguien, o por ambas cosas a la vez,
el venablo que se dispara contra el algo y el alguien que se hallan plenamente
identificados.
¿Estoy justificando el insulto? En modo alguno.
Estoy considerando las circunstancias que lo provocan. Los sectores taurinos
españoles han utilizado todos los recursos legales que tenían a mano para
encontrar lenitivos que paliaran la ruina inminente con que amenaza la pandemia
del COVID-19. Concretamente, los toreros están reconocidos, por ley, como
artistas desde hace treinta y cinco años; pero, en el caso de este gobierno
–sobre todo en el sector comunista--
parece que la ley se la pasan por el forro. Se han cursado innumerables
llamadas telefónicas, cruzado escritos con propuestas y contrapropuestas, se
han mantenido reuniones con el ministro de Cultura, Rodriguez Uribes, que ha
reconocido el derecho que les asiste a los toreros y subalternos para optar a
las ayudas legales de que disfrutan otros sectores en idénticas circunstancias…
y no hay manera de que quienes tienen la sartén por el mango, quienes
gobiernan, entren en razón. Al final de
tantas idas y venidas, tantas manifestaciones en medios de comunicación, tantos
paseos de acá para allá con eslóganes de exquisito contenido, el resultado
--por desgracia me veo obligado
repetirlo--, vino a ser el esperado: al toro (de lidia), ni agua. De
esta forma, más o menos, se ha manifestado la actual vicepresidenta de la
Comunidad Valenciana, Mónica Oltra, al parecer ideológicamente sintonizada con
la ministra Yolanda Díaz. Les importa un pimiento que al toro (de lidia) le
estén echando de comer a diario los ganaderos de este país y que centenares de
animales hayan ido directamente al infamante
matadero, alimentando también con ello la propia ruina del sector.
Así están las cosas, y creo que va a ser muy
difícil vadear este rubicón con buenas palabras, con mensajes buenistas o con
justificaciones de la izquierda más templada y asequible. “Es que han insultado
y eso es inadmisible”, dicen. Escribo esto y me rio por dentro, pensando en los
meses y meses –años—que la juez Alaya hubo de soportar al escuadrón “zurdo” que
le aguardaba a la puerta del juzgado para llamarle de todo, menos bonita, solo
por indagar el mayor y más escandaloso caso de corrupción de la historia de la
democracia. Nadie salió resueltamente en su defensa, y menos el comando
feminista.
En esta ocasión en cambio, los echeniques,
monederos y compañeros “mártires” han clamado contra los agresores
verbales de Toledo. También se desmarcan
arteramente del baranda de su grupo, que ha proclamado la “naturalización” del
insulto para los políticos. Debía referirse solamente para “los otros”. Estos,
“los suyos”, no saben o no quieren saber que los integrantes de este puñado de
protestadores están caninos, a verlas venir, sin horizonte que les conforte,
algunos con la nevera vacía y sin liquidez para ir a la compra. Es una
situación desesperada. Nadie sabe lo que los individuos de la especie humana
son capaces de hacer cuando está en juego su supervivencia. Esta vez, a Toledo
han ido con una pancarta, aguardando a que la ministra Díaz saliera de un acto
político de su incumbencia para manifestarle de forma gruesa, durante unos
pocos minutos, lo insostenible de la situación que ella misma ha provocado, con
su contumaz negación una ley que, por cierto, admite de facto su colega de Cultura.
Jamás pensé que la situación de la Tauromaquia me
llevaría a meterme en estos berenjenales políticos, y menos a reflexionar sobre
la estratificación del insulto: de la bajeza a la bajura, hay un abismo. En él
se hallan ahora mismo miles de
profesionales taurinos y sus familias. Y esto es muy, muy serio.
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