lunes, 27 de julio de 2020

OBISPO Y ORO - De la bajeza a la bajura, hay un abismo

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman

Un reducido grupo de toreros (apenas una veintena) se fue el pasado viernes a Toledo a mostrar su indignación a la ministra Yolanda Díaz.  La de Trabajo. Era algo así como el coletazo de las manifestaciones organizadas en Madrid frente a su ministerio durante los últimos días, en la que participaron representantes de todos los sectores taurinos, desde el “ayuda” de mozo de estoques más modesto a las figuras del toreo más representativas. Como, según documentos gráficos y sonoros, en Toledo hubo insultos, el coletazo ha traído cola. De seguido, han reaccionado algunos líderes de la ultraizquierda radical en apoyo a la señora Díaz, porque es intolerable el insulto y la amenaza verbal, incluso la violencia venial que pueda suponer la rotura del un espejo retrovisor del coche oficial de la  ministra.

El insulto procaz puede considerarse la expresión de una bajeza moral, por tanto, su condena debe parecer unívoca entre la gente de bien; pero permítanme hacer una pequeña disección de la expresión “bajeza moral”, porque hay casos y casos. Se puede ejercer la bajeza moral cuando, por ejemplo, se utiliza el dolor que causa la muerte de miles de compatriotas para echarle el muerto –con perdón—al adversario político y justificar los errores propios, como advirtió el alcalde de Madrid, Martínez Almeida al diputado socialista Simancas. O cuando se guerraciviliza cualquier discrepancia o encontronazo entre los de este lado y los del contrario; pero cuando la bajeza se deriva de la bajura de ánimo, cuando se baja a ras de suelo para palpar la espantosa realidad, cuando la desesperanza no te deja dormir y te mete en ese túnel de intensa negrura que encierra la certidumbre de un futuro catastrófico, las respuestas empiezan a rondar la senda de lo imprevisible.  Entonces aparece el recurso de la protesta de viva voz, con el insulto de mayor o menor grosor como inevitable compañero de viaje. El insulto, al fin y al cabo, es el arrebato verbal que provoca un estado de ánimo contrariado por algo y por alguien, o por ambas cosas a la vez, el venablo que se dispara contra el algo y el alguien que se hallan plenamente identificados.

¿Estoy justificando el insulto? En modo alguno. Estoy considerando las circunstancias que lo provocan. Los sectores taurinos españoles han utilizado todos los recursos legales que tenían a mano para encontrar lenitivos que paliaran la ruina inminente con que amenaza la pandemia del COVID-19. Concretamente, los toreros están reconocidos, por ley, como artistas desde hace treinta y cinco años; pero, en el caso de este gobierno –sobre todo en el sector comunista--  parece que la ley se la pasan por el forro. Se han cursado innumerables llamadas telefónicas, cruzado escritos con propuestas y contrapropuestas, se han mantenido reuniones con el ministro de Cultura, Rodriguez Uribes, que ha reconocido el derecho que les asiste a los toreros y subalternos para optar a las ayudas legales de que disfrutan otros sectores en idénticas circunstancias… y no hay manera de que quienes tienen la sartén por el mango, quienes gobiernan,  entren en razón. Al final de tantas idas y venidas, tantas manifestaciones en medios de comunicación, tantos paseos de acá para allá con eslóganes de exquisito contenido, el resultado --por desgracia me veo obligado  repetirlo--, vino a ser el esperado: al toro (de lidia), ni agua. De esta forma, más o menos, se ha manifestado la actual vicepresidenta de la Comunidad Valenciana, Mónica Oltra, al parecer ideológicamente sintonizada con la ministra Yolanda Díaz. Les importa un pimiento que al toro (de lidia) le estén echando de comer a diario los ganaderos de este país y que centenares de animales hayan ido directamente al infamante  matadero, alimentando también con ello la propia ruina del sector.

Así están las cosas, y creo que va a ser muy difícil vadear este rubicón con buenas palabras, con mensajes buenistas o con justificaciones de la izquierda más templada y asequible. “Es que han insultado y eso es inadmisible”, dicen. Escribo esto y me rio por dentro, pensando en los meses y meses –años—que la juez Alaya hubo de soportar al escuadrón “zurdo” que le aguardaba a la puerta del juzgado para llamarle de todo, menos bonita, solo por indagar el mayor y más escandaloso caso de corrupción de la historia de la democracia. Nadie salió resueltamente en su defensa, y menos el comando feminista.

En esta ocasión en cambio, los echeniques, monederos y compañeros “mártires” han clamado contra los agresores verbales  de Toledo. También se desmarcan arteramente del baranda de su grupo, que ha proclamado la “naturalización” del insulto para los políticos. Debía referirse solamente para “los otros”. Estos, “los suyos”, no saben o no quieren saber que los integrantes de este puñado de protestadores están caninos, a verlas venir, sin horizonte que les conforte, algunos con la nevera vacía y sin liquidez para ir a la compra. Es una situación desesperada. Nadie sabe lo que los individuos de la especie humana son capaces de hacer cuando está en juego su supervivencia. Esta vez, a Toledo han ido con una pancarta, aguardando a que la ministra Díaz saliera de un acto político de su incumbencia para manifestarle de forma gruesa, durante unos pocos minutos, lo insostenible de la situación que ella misma ha provocado, con su contumaz negación una ley que, por cierto, admite de facto  su colega de Cultura.

Jamás pensé que la situación de la Tauromaquia me llevaría a meterme en estos berenjenales políticos, y menos a reflexionar sobre la estratificación del insulto: de la bajeza a la bajura, hay un abismo. En él se hallan ahora mismo  miles de profesionales taurinos y sus familias. Y esto es muy, muy serio.

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