Se
cumple este jueves el aniversario de la muerte del diestro segoviano en la
plaza de Teruel
ÁNGEL
GONZÁLEZ ABAD
Diario ABC
de Madrid
El «torico» luce estos días de fiestas sin fiesta
un crespón negro en su pañuelo al cuello. Los turolenses quieren recordar a los
que no están, a los que se han ido. Pero el popular «torico» lleva ya cuatro
años de luto, desde que un joven torero cayó mortalmente herido sobre la arena
de su plaza de toros. El 9 de julio de 2016 la ciudad hervía en fiestas, se
acababa de repetir el rito de colocar el pañuelo a la popular figura que
preside desde su columna la vida de Teruel, el comienzo de las fiestas de la
Vaquilla del Ángel.
En un instante todo se apagó. Fue como un hachazo,
una puñalada que congeló a los miles de aficionados que presenciaban la segunda
corrida de feria. Víctor Barrio llegó con toda su carga de ilusiones, buscaba
un triunfo que le permitiera escalar algún peldaño en su lucha por la gloria.
Sobre la arena cayó el torero, nunca se levantó el hombre. Desde aquella tarde
de un calor que helaba los cuerpos, el coso turolense sigue de luto. Junto a la
puerta grande, una placa mantiene vivo el recuerdo. «Al torero Víctor Barrio,
que elevó su alma al cielo». Es el homenaje perenne que la ciudad ha querido
que perdure.
La tragedia
Apenas pasaban unos minutos de las ocho de la
tarde y la muerte apareció como un rayo maldito. Atrás quedaba ya la habitación
del hotel en donde el joven de 29 años veló sus últimas armas. Lejos sus
anhelos por ser torero, su debut en una modesta novillada en un pueblo de
Toledo, el triunfo en su presentación en Madrid, que le abrió tantas
esperanzas.
Y la alternativa en la mismísima plaza de Las
Ventas un luminoso Domingo de Resurrección, y la lucha, la búsqueda de
contratos. La corrida de Teruel era la tercera de aquella temporada.
Valdemorillo y Madrid, y el ansia por demostrar que su valor y su buen concepto
del toreo debían tener una recompensa.
A las doce del mediodía de aquel 9 de julio, una
bolita de papel, el destino, le unió a un toro de la ganadería de Los Maños,
«Lorenzo» de nombre. Víctor le estaba cuajando una buena faena. Un segundo, la
suerte, la mala suerte, el destino. Un derrote, una ráfaga de viento.... y en
el suelo... Cuando las cuadrillas intentaban incorporarlo para llevarlo a la
enfermería, su cabeza descolgada conmocionó la plaza. Era la muerte.
«Teruel de crespones negros, España entera te
llora...»
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