Un
dato desolador: no se celebran en 2020 las ocho corridas del abono de Pamplona,
acontecimiento sin parangón posible y uno de los tres jalones mayores del año
taurino.
LA DEL 7 DE
julio venía siendo la más peculiar de las ocho corridas del calendario fijo
de San Fermín. Es la única que preside el alcalde de Pamplona –una alcaldesa
entre 1999 y 2011-, que delega la presidencia de las otras siete en concejales
de distinto signo político y se somete la tarde del día 7 a una especie de
refrendo plebiscitario de fórmula taurina tradicional: al hacer su aparición en
el palco, las opiniones, ruidosísimas, se dividen clamorosamente. No es
sencillo calibrar el sentido del plebiscito, que, a plaza llena y sin figurar
en el programa oficial de fiestas, no deja de ser uno de sus más singulares
espectáculos. El más breve, ni siquiera un minuto, pero no el menos
trascendental. Un supino ejemplo de la teatralización de la política. Con
protagonismo de los coros.
El cohete del mediodía del día 6, vulgo,
chupinazo, lanzado desde el balcón central del Ayuntamiento después del ritual
litúrgico del “Pamploneses, pamplonesas, ¡viva San Fermín!, más su versión en
euskera, y los subrayados de una masa inmensa pero no deforme que a pie de
calle lleva esperando ese momento desde el día primero de enero; los sones de la melodiosa Biribilqueta de
Gainza en el zaguán del ayuntamiento en versión sinfónica de una banda tan
afinada como La Pamplonesa con el aditamento del grupo municipal de
txistularis; la inmediata irrupción en la plaza Consistorial de la banda
uniformada de gaiteros que rompe el fuego con los inimitables agudos del
“¡Ánimo, pues!” y da paso al popurrí de músicas festivas del repertorio popular
del maestro Turrillas, y a los primeros desfiles por las calles del casco
viejo, y al descorche del cava en cascada, que aquí es incontenible alegría
tumultuosa. El pañuelo rojo, anudado justo entonces al cuello, es la única
pieza imprescindible del atuendo sanferminero y la que más cabalmente
representa la idea del no ser nadie más que nadie durante una memorable tregua
de ocho días y medio. Todos esos son los jalones que señalan el comienzo de las
fiestas.
Pero los toros arrancan el día siguiente y a
distintas horas: el primero de los ocho encierros de las ocho de la mañana, el
primero de los ocho ceremoniosos apartados de la una, el paseo de las mulillas
desde el Consistorio a la plaza de toros y el desfile casi de gala de las peñas
de mozos poco después de las cinco y, en fin, a las seis y media de la tarde se
levanta el telón: primer acto, el plebiscito. Y, luego, la corrida, que suele
ser telonera –sin nombres de relumbrón, una ganadería siempre notable pero no
de las más célebres- y por norma resulta como espectáculo la más intensa de las
ocho del programa porque es la que festeja el rencuentro de un cónclave de casi
veinte mil almas en las gradas de un edificio magnífico, una plaza de toros
monumental, que, pieza pionera de las
construcciones de hormigón armado en España, es la más fiel versión ucrónica de
los circos, teatros y coliseos romanos.
La suspensión de los sanfermines fue anunciada en
marzo por el Ayuntamiento solo una semana después de la primera declaración del
estado de alarma en el territorio nacional y cuando se confirmaron los datos de
la pandemia de la covit-19. Se anunciaron casi simultáneamente las suspensiones
de las ferias taurinas de Valencia, Castellón y Sevilla, y, a renglón seguido,
Madrid. La Casa de Misericordia de Pamplona, propietaria de la plaza de toros y
gestora del armazón taurino de San Fermín, hizo a finales de marzo anuncio
oficial de la suspensión. Las ocho corridas de abono estaban apalabradas desde
el pasado otoño. Repetían siete de los ocho hierros de los carteles de 2019 y
solo iba a ser novedad, tras una temporada de ausencia, el de Fuente Ymbro.
Es probable que la de Fuente Ymbro estuviera
pensada para la tarde de la apertura. Una ganadería que garantiza movilidad y
seriedad, trapío y agresividad. La Casa de Misericordia no había llegado a
formalizar contactos con el escalafón de matadores de toros. Se daba por
descontada la presencia de Antonio Ferrera, El Juli, Diego Urdiales, Sebastián
Castella, Miguel Ángel Perera, Cayetano y Pablo Aguado. Y, junto a ellos, dos
nombres punto y aparte: Roca Rey, proclamado ídolo de Pamplona desde su estreno
en los sanfermines de 2016, y Rafaelillo, herido de mucha gravedad en la corrida
de Miura del pasado año.
Roca Rey, resentido de una seria lesión en el
hombro sufrida en Madrid en mayo de 2019, no pudo cumplir el segundo de sus dos
compromisos de los últimos sanfermines. Y se supone que esta vez, tras un año
de convalecencias, sí iba a ser. En una fecha como esta del 7 de julio, hace
solo un año, toreó bien de verdad uno de los toreros más singulares y puros del
gremio: Emilio de Justo, que con seguridad habría sido de la partida este año.
El llamado año de los no sanfermines precisamente.
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