La celebración del
ciclo taurino de San Cristóbal dejó numerosas interrogantes
sobre el futuro de la tauromaquia venezolana,
por las más variadas razones. Algunos comentaristas apuntan hacia la responsabilidad del empresario y
no faltan quienes, con toda intención,
ocultan el papel y la injerencia
legal que compete
al gobierno del municipio, de manera directa y a través de la autoridad taurina. Han
surgido comentarios parcializados e interesados. Por ejemplo, se oculta el consabido cálculo de la asistencia, pírrica, para destacar un desigual balance artístico
en el festejo dominical.
La feria puede
calificarse como no exitosa, de un
modo global, con causas
que tienen que ver con el manejo de las divisas en el pasado,
pero que no sirven sino para ver
una parte del problema, aunque ese financiamiento oficial fue importante para
mantener las ferias y, por supuesto, para
beneficios de unos cuantos.
Ahora ese no es el único
problema o la solitaria causa de los males. Venimos arrastrando una
decadencia paulatina, de años, de, al
menos, dos décadas. Acaso no han
contabilizado la desaparición de treinta
ferias andinas que gozaban de alguna
estabilidad, como por ejemplo Michelena, Lobatera, Colón, La Fría,
Capacho, Delicias, Santa Ana, El
Piñal, San Antonio, Ureña, etc.,
del Táchira; La Azulita,
Tucaní, Caño Zancudo, Bailadores (con recinto fijo), Chiguará (con
recinto fijo), Ejido, Lagunillas, Jají, Canaguá, etc, del Estado
Mérida; Valera, Trujillo, Escuque, de Trujillo.
Eran fuente nutricia de las ferias grandes porque iban calentando el ambiente y generaban nuevos aficionados.
Por supuesto, quedan aún en agenda las debilitadas ferias de Táriba, La Grita, Rubio y El Vigía,
no solo inestables sino también sometidas a las presiones locales.
De otro lado, y eso lo
advertimos varias veces cuando
convocábamos a la unidad y a la interacción de todos los aficionados, lo que llamamos en su
momento el asociacionismo taurino, se
requería poner en desarrollo nuevas ideas, estrategias y planes para defender la fiesta
frente a las amenazas y asumir
programas de siembra de
afición en el sector joven, apoyar la
comunicación social y agregarle
amigos en todos los sectores.
Los llamados sirvieron
en mucho porque pudimos celebrar encuentros y congresos que le dieron
rango a la tauromaquia como
expresión cultural de una minoría social, proyectando una imagen distinta y
global, más allá del redondel. Ahora,
cuando asistimos a la fase
final de la fiesta brava (no diría
que al entierro), cosa que no me
complace sino que me entristece,
no han salido las voces entusiastas,
sino las pesimistas y críticas,
a señalar males, sin mostrar caminos.
Es necesario que los andinos dispongan de reuniones, coloquios o conversatorios para
buscar ideas nuevas y posibles rutas de salvación
de la tauromaquia, como gran espectáculo de multitudes, porque, a
decir verdad, seguirán los festejos con menor valor y baja concurrencia, decayendo cada día, mostrando nuestra pobreza
y nuestra escasa razón.
Las grandes
ferias vienen desapareciendo,
no es cíclico pero debemos revertir estas tendencias con integración y
solidaridad plenas, sin egoísmos,
sin resentimientos, con amplitud,
queriendo que la economía siga
teniendo en nuestra costosa afición
taurina uno de sus elementos
importantes.
No podemos sentarnos a esperar que sea
el gobierno nacional, o algunos estadales, como parte del turismo, los nuevos
empresarios feriales, para regocijo
de pequeños grupos y para mantener sin razón de
peso una tauromaquia no sentida
ni consentida, sino un pretexto derivado de motivaciones de
escaso valor.
Como viejo aficionado,
aquí me tienen a sus órdenes, si consideran que puedo ser útil, a los mejores y más nobles fines.
Nelson Hernández Ramírez
Presidente Fundador – Fundación Cultural Girón
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