martes, 14 de febrero de 2017

OBISPO Y ORO: Balañá, se acojona

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman

Conste que el verbo acojonar está aceptado y perfectamente definido por la RAE, como indicio de manifiesta cobardía.

Abro con este párrafo, no para justificar la posible malsonancia del título que se recoge arriba con superiores caracteres, sino porque considero es el que mejor encaja en la drástica decisión adoptada por Pedro Balañá Mombrú (o por el Grup Balañá, en consenso) de no dar festejos taurinos, ni como promotor ni como arrendador, en la Plaza Monumental de Barcelona, propiedad del clan familiar. Drástica, pero no sorprendente. Estos últimos balañás hace ya varias décadas que no están por la labor de jugarse ni una pela en organizar corridas de toros, y me consta que tampoco dan muchas facilidades –al contrario, les pegan una larga cambiada– a los arrendatarios que les proponen utilizar el bellísimo y emblemático edificio para lo que fue construido –El primitivo Sport–, dar festejos taurinos, y que, por cierto, el pasado año se hizo centenario con el nombre rotundo de Monumental.

Conozco a Balañá –al último, por el momento, Balañá taurino– desde finales de los ochenta. Compartimos callejón durante toda una feria de Jerez, y he de confesar que me produjo una excelente impresión. Culto, prudente, educado y listo. Un Balañá digno de aquél don Pedro de puro a medio quemar en la comisura de los labios, que se hizo el amo del cotarro taurino desde la década anterior a la guerra civil, cuando se aferró a los mandos de la preciosa joya de la arquitectura taurina (medio mudéjar, medio bizantina) y puso a Barcelona en la órbita más elevada del mundo de los toros, por la enorme cantidad de festejos que programaba (también regentaba la Plaza de Las Arenas) y por la calidad e ingeniosa confección de los carteles.

Soy consciente de que la invocación al pasado no es más que un inocuo ejercicio que despierta la melancolía; pero es que el cambiazo de la postura empresarial taurina entre el abuelo, el padre, en parte, y el nieto adquiere el carácter de abismal. Nadie le pide a Peter (Pedrito era el padre, don Pedro el abuelo), que se codee con los toreros, figuras consagradas o en ciernes, ni que se los lleve a comer a Casa Leopoldo, ni que reedite aquella pizarra cutre y negruzca que se paseaba por el ruedo a mediados de los 50 cuando un joven novillero de Huelva disfrutaba de uno de sus clamorosos triunfos, con la siguiente inscripción pintada con tiza: El jueves, Chamaco y dos más. 

Claro que los tiempos han cambiado ¡y de qué forma! Tenemos allá arriba, según se mira el mapa de España a la derecha, una parcela de su demarcación geográfica que es un auténtico polvorín, un arsenal explosivo que quiere dinamitar todo aquello que huela a españolidad, con la consiguiente inmolación de más de la mitad de la población, que está orgullosa tanto de sus raíces como de su integración en una Nación llamada España. ¡Qué tristeza de situación! ¡Cómo me apena el rabotazo que le han dado a la fiesta de los toros, por el hecho de considerarla –cosa evidente– una de las señas de identidad de España para con el mundo! ¡Qué bestialidad, santo cielo!

En esta tesitura, con la sentencia del más alto Tribunal del país, anulando la prohibición de los toros en Cataluña y, por tanto, dejando las manos libres para celebrar festejos taurinos en la Monumental de Barcelona, principalmente, algunos se las prometían muy felices. Modestamente, aquí el firmante ya expreso en su momento un cauteloso escepticismo: Se busca valiente para organizar festejos taurinos en la Monumental de Barcelona, escribí en su momento.

No hay valientes que valgan. No hay nadie que pueda organizar nada si no tiene dónde. No hay, por tanto, empresario taurino que organice una corrida de toros en Barcelona, sencillamente, porque la plaza está cerrada por su propietario. No la alquila, y punto. Nadie le puede obligar.

Pero como estamos en eso del ejercicio recordativo, permítanme que desempolve unas declaraciones del amo de la Plaza, el citado Pedro Balañá Mombrú, cuando en diciembre del 2009 se temía que el Parlament sacara adelante –como así fue—una ILP para prohibir los toros en la Comunidad catalana: Lamento que pueda llegar a prohibirse una de las tradiciones con más arraigo en Barcelona y en Cataluña. Y más adelante: Es una limitación a la libertad de las personas que mantienen y sienten esta tradición”… ¿Qué les parece?

Pues bien, la Federación de Entidades Taurinas de Cataluña (FETC) ha revelado que en una reunión mantenida por sus representantes el pasado día 1 de este mes de febrero con el señor Balañá para recabar consentimiento y facilitar las negociaciones para abrir de nuevo el escenario a los toros, el empresario les manifestó que no había nada que hacer. Nanay del Paraguay. La plaza no se abre para festejos taurinos.

En un brillante artículo que publica el diario ABC, mi querido amigo y compañero Ángel González Abad explica que el empresario aduce razones de orden político, jurídico y social para justificar la negativa. Un eufemismo que esconde la palmaria realidad: Balañá se acojona ante las presiones que recibe de las Autoridades municipales, comunitarias y quizá del campo judicial, que pueden redundar en el grave deterioro de su emporio empresarial, entre el que destacan los cines y teatros de Barcelona. En estas condiciones, a nadie se le puede obligar a ser un héroe.

Quién sabe quién presiona más. Quién sabe hasta dónde pueden llegar las amenazas con sordina. Esta gente (los políticos y gentes influyentes de la sociedad catalana) está de espaldas a la legalidad y se sienten cómodos con la impunidad, porque creen que su desafío independentista es un toro que nadie se atreve a coger por los cuernos. Van de chulitos.

Lo cierto es que tampoco el Gobierno de la nación (España, por supuesto) obliga a los políticos que toman decisiones en esta Comunidad a respetar la Ley, a acatarla, a cumplirla y por tanto a apoyar, proteger y potenciar el bien cultural que representa la Tauromaquia. Porque si así fuera, seguro que Balañá no estaría levitando en el rincón más oscuro de su escondite, alegando sotto voce que ya vendrán tiempos mejores.

Vuelvo a la melancolía y evoco a mi querido y extrañado amigo Luis María Gibert, el hombre que tomó por el mango la sartén abrasante de la lucha contra el imperio de la sinrazón en su Barcelona querida y logró con la contrarréplica de su ILP taurina lo que parecía imposible: dale la vuelta a la tortilla de una absurda imposición. Parece que le estoy viendo haciéndose una foto en el estrado del Congreso de los Diputados, para guardar recuerdo de su histórico triunfo parlamentario.

Lamentablemente, no puede ver ahora el acojonamiento de Balañá y el desmadre que gobierna en las instituciones de Cataluña. Esto tiene difícil solución. No nos engañemos.

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