El TC de Colombia ha puesto fin a
la solidaridad y a la corresponsabilidad histórica y legal entre los humanos,
pues ha dado valor de ley a un pensamiento de unos humanos a costa de quienes
pensamos de forma distinta. Hoy soy un animal de escala inferior.
CARLOS RUIZ VILLASUSO
La sociedad ha admitido al “animalismo” como una nueva ética
de logros sociales. Es decir, se cree la sociedad que el animalismo es un
avance del ser humano, que mejora el bienestar social. Aceptaría esta
conclusión moral si la argumentación de este movimiento me diera pie a hacerlo.
Es decir, la aceptaría con la lógica matemática de 2+2 igual a 4, e incluso
aceptaría que esta suma fuera de 1,80 ó 2,14, teniendo en cuenta que las
coherencias morales jamás son matemáticas. Pero no puedo admitir una lógica
moral que diga que 2 más 2 sea el número pi. Explico.
Animalista, en definición de ellos mismos, es la persona que
toma partido prioritario por la defensa, protección, respeto y bienestar de la
especie animal. Para actuar y tomar partido en esta lucha, los animalistas
(ellos) basan su posicionamiento en una clasificación diferenciadora entre
“animal humano” y “animal no humano”. Una diferencia gramatical que ellos
desean que se convierta en una diferencia legal. Para lograr que “animal
humano” y “animal no humano” tengan los mismos derechos. Supongamos que admito
esta clasificación, incluso desde el punto de vista jurídico y concedo los mismos
derechos a los animales humanos que a los animales no humanos.
Siendo la prioridad del animalismo la lucha por el bienestar
animal, como animal que dicen que soy, exijo también al animalismo que me
incluya en la prioridad de su lucha. Siendo considerado como animal humano por
ellos, exijo para mi bienestar la misma prioridad en la lucha por mi bienestar.
Pido, en coherencia, honestidad y lógica del animalismo, igualdad de trato.
Pero es evidente que no lo voy a lograr, porque el animalismo ha dejado bien
claro que su lucha prioritaria y exclusiva no es el animal, sino exclusivamente
el “animal no humano”. Es decir, que la coherencia ideológica del animalismo,
aceptando todos y cada uno de sus discursos, da un resultado patético, inmora l
y falso. 2 más 2 le da como resultado el número pi.
No estoy tratando con una argucia semántica. En absoluto.
Porque no voy a argumentar a continuación algo que, siendo cierto, puede ser
tomado como una demagogia. No le pido al animalismo que entre en la batalla
cristiana del amor al prójimo, ni en la batalla solidaria de ayudar al de al
lado, ni en actuar para lograr la erradicación del hambre o la guerra o la
injusticia para el ser humano en el mundo. No le voy a pedir eso porque sé que
no es su prioridad. Los animalistas dicen que esa tarea también es buena, pero
no es su prioridad. No les compete. La prioridad no es para con los animales,
sino exclusivamente para con los animales no humanos.
Pero lo que no voy a permitir es la coerción e imposición de
la que el animalismo está haciendo gala. Como animal que ellos me conceden ser,
les exijo dos cuestiones. Una, que si yo, como animal humano, he de prescindir
lo que XXI siglos de humanismo me ha dotado como animal antropológicamente
superior (lo hago), no sitúe al animal no humano por encima del animal humano.
Le exijo que no cambie el podio de la supremacía antropológica de un animal por
otro, sopena de una espúrea, obscena y falsaria ideología basada en un buen
trato al animal. Porque, como animal reconocido por ellos, me excluye de su
pelea por el bienestar.
Yo les cedo el fin de las religiones del mundo, el fin de
los sistemas políticos, el fin del Derecho…, de todo lo que el ser humano ha
logrado como ser antropológicamente superior. Les concedo que hasta los tribunales
constitucionales hayan pervertido el orden natural de la civilización humana.
Pero les exijo que luchen por mi libertad, mis derechos, mis afectos, mis
tradiciones y mis rituales. Y si no lo hace, si un tribunal constitucional como
el de Colombia dice que he de pactar el retroceso de mis derechos logrados en
siglos de evolución, resulta que se está perpetrando un radical cambio de
liderazgo antropológico urgido por una minoría de “animales humanos” llamados
“animalistas”, a favor de los animales no humanos. El TC de Colombia ha puesto
fin a la solidaridad y a la corresponsabilidad histórica y legal entre los
seres humanos, pues ha dado valor de ley a un pensamiento de unos humanos a
costa de quienes pensamos de forma distinta. Hoy, gracias al TC de Colombia,
soy un animal de escala inferior. / Redacción APLAUSOS
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