FERNANDO FERNÁNDEZ
ROMÁN
@FFernandezRoman
Vengo de la Bienal. La de Ronda. La que se cuece a fuego
lento durante dos largos años para invitar a la reflexión acerca de las
concausas que se precipitan sobre la Tauromaquia, tanto dentro como fuera de
ella, y para mostrar –poner en valor, se dice ahora— las grandezas y también
algunas miserias que siempre tuvo por compañeras de viaje.
Fui a Ronda para vivirla por dentro. A la Bienal y a la
propia ciudad. La ciudad soñada, como reza el slogan publicitario que trata de
venderla al mundo exterior, agitando el señuelo misterioso que envuelve a toda
cosa onírica, inconsútil e inmaterial para la especie humana, con la intención
de traer a este fabuloso enclave geográfico a las gentes del común que ignoran
–o que conocen, pero quieren repetir– su carga histórica, la leyenda que se
aprieta en su rocosa orografía, el eco romántico de sus calles y la
inaprensible presencia de sus toreros legendarios.
Quienes se encargan de organizar la Bienal son dos tipos
magníficos, rondeños macizos, indestructibles e inasequibles al desaliento,
expertos en las artes marciales de esquivar los jeribeques, pretextos o
desatenciones de quienes son solicitados para colaborar en la filantrópica
misión de expandir la riqueza de nuestra Tauromaquia, mostrando un cuadro de
variado cromatismo al que se le pone el mejor marco que imaginarse pueda:
Ronda. Los rondeños son Martín Vivas, presidente de una Asociación sin ánimo de
lucro llamada Tauromundo, y Gabriel Fernández Rey, presidente de la Real
Maestraza de Caballería de Sevilla, de acreditada cabalidad durante su ya larga
trayectoria, que se suma a la causa como director de la Bienal. Ambos (Gabriel,
primero, Martín, después) recabaron mi colaboración desinteresada y allá que me
fui, a rondar a Ronda, arrimando el hombro en el fondo y la forma que ellos
establecieron.
Esta Bienal, que alcanza ya su tercera edición, ha reunido a
más de un centenar de aficionados, llegados de diversas partes de España y de
fuera de ella. Una entrañable congregación taurina que he tenido la dicha de
compartir, escuchando el encendido alegato de Bernadette Vernoud, una política
francesa (socialista, por cierto) qu1qe llamó la atención a los de su clase
acerca de la poquísima atención que se le presta a la fiesta de los toros en el
Parlamento Europeo, y de la ética y estética que deben emplearse para
garantizar la pervivencia del hecho histórico-cultural que representa la
Tauromaquia, dando –una vez más—ejemplo de lo pronto que desenvainan la espada
y lo bien que la manejan para defender lo suyo los aficionados taurinos del
vecino país.
Los encuentros coloquiales con los toreros José Antonio
Campuzano y Espartaco, manejados con su proverbial soltura y acreditado oficio
por Carlos Crivell, así como la documentada exposición que hizo de los festejos
populares José Luis Rodríguez, y la mesa-debate que reunió a jóvenes
entusiastas alistados en asociaciones taurinas y de aficionados prácticos, en
la que ofició de mantenedora la también joven y hábil periodista Lorena Muñoz,
tuvieron un alto grado de interés.
Se echó en falta la no comparecencia de Cayetano –¿un
Ordóñez le puede pegar un queo a Ronda?– en el tentadero celebrado en
Reservatauro, pero nos compensó el toreo limpio y estoico de Roca Rey ¡Qué
delicia de guiso campero y qué placentero el entorno de encinas y chaparros, a
cuyo cobijo se oía hablar de toros por doquier! Lo mismo que en la cena
benéfica, en la que entregaron galardones a grandes figuras del toreo de a pie
y a caballo, como Espartaco, Manzanares, Roca Rey y Lea Vicens. Bellas e
intensas jornadas, estas dos primeras. Y todas ellas, como las restantes,
conducidas magistralmente por mi querido compañero Emilio Trigo, bien arropado
por Verónica Jiménez Fortes y Elena Salamanca, a más de otro importante comando
de colaboradores –todos ellos de última hornada—que, literalmente, lo bordaron.
Tengo que confesar que me emocionaron las recreaciones de
Pedro Romero, Carmen la de Ronda, el mayoral de la Maestranza rondeña y Ernest
Hemingway ¡Qué feliz ocurrencia ataviar a una serie de actores y actrices con los
ropajes de cada época y sacarlos a escena para que cuenten sin tapujos su vida
y milagros, recitando e interpretando un magnífico guión!
Como colofón, se presentó de sopetón en el salón de actos
del antiguo convento de Santo Domingo el torero Morante de la Puebla, para
asistir a la conferencia de clausura que tuve el honor de pronunciar, pero fue
obligado –puro periodismo—por los presentadores del acto a pronunciar unas
palabras. ¿Unas? Armó la tremolina. Fue un monólogo largo, intenso, cargado de
expresividad y de inspirada reflexión. Morante habla como torea.
Hago esta pequeña reseña de unos actos en los que tuve la
fortuna de intervenir en la parcela que me fue asignada no para hacer noticia
de mi mismidad –sería pueril y vacuo ejercicio–, sino porque me pide el cuerpo
resaltar la filantrópica labor de dos llaneros solitarios que se pasan dos años
pidiendo favores a profesionales del mundo del toro y dineros a las
administraciones públicas para montar el estaribel que nos deja a todos con la
boca abierta. Queridos Gabi y Martín, lo vuestro merece el ole más rotundo y el
más espontáneo de los sombrerazos.
Qué buenos, qué ingeniosos y qué abnegados son estos tíos de
la Bienal de Tauromaquia de Ronda. Hay que volver.
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