lunes, 20 de febrero de 2017

OBISPO Y ORO - La Bienal de Ronda

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman

Vengo de la Bienal. La de Ronda. La que se cuece a fuego lento durante dos largos años para invitar a la reflexión acerca de las concausas que se precipitan sobre la Tauromaquia, tanto dentro como fuera de ella, y para mostrar –poner en valor, se dice ahora— las grandezas y también algunas miserias que siempre tuvo por compañeras de viaje.

Fui a Ronda para vivirla por dentro. A la Bienal y a la propia ciudad. La ciudad soñada, como reza el slogan publicitario que trata de venderla al mundo exterior, agitando el señuelo misterioso que envuelve a toda cosa onírica, inconsútil e inmaterial para la especie humana, con la intención de traer a este fabuloso enclave geográfico a las gentes del común que ignoran –o que conocen, pero quieren repetir– su carga histórica, la leyenda que se aprieta en su rocosa orografía, el eco romántico de sus calles y la inaprensible presencia de sus toreros legendarios.

Quienes se encargan de organizar la Bienal son dos tipos magníficos, rondeños macizos, indestructibles e inasequibles al desaliento, expertos en las artes marciales de esquivar los jeribeques, pretextos o desatenciones de quienes son solicitados para colaborar en la filantrópica misión de expandir la riqueza de nuestra Tauromaquia, mostrando un cuadro de variado cromatismo al que se le pone el mejor marco que imaginarse pueda: Ronda. Los rondeños son Martín Vivas, presidente de una Asociación sin ánimo de lucro llamada Tauromundo, y Gabriel Fernández Rey, presidente de la Real Maestraza de Caballería de Sevilla, de acreditada cabalidad durante su ya larga trayectoria, que se suma a la causa como director de la Bienal. Ambos (Gabriel, primero, Martín, después) recabaron mi colaboración desinteresada y allá que me fui, a rondar a Ronda, arrimando el hombro en el fondo y la forma que ellos establecieron.

Esta Bienal, que alcanza ya su tercera edición, ha reunido a más de un centenar de aficionados, llegados de diversas partes de España y de fuera de ella. Una entrañable congregación taurina que he tenido la dicha de compartir, escuchando el encendido alegato de Bernadette Vernoud, una política francesa (socialista, por cierto) qu1qe llamó la atención a los de su clase acerca de la poquísima atención que se le presta a la fiesta de los toros en el Parlamento Europeo, y de la ética y estética que deben emplearse para garantizar la pervivencia del hecho histórico-cultural que representa la Tauromaquia, dando –una vez más—ejemplo de lo pronto que desenvainan la espada y lo bien que la manejan para defender lo suyo los aficionados taurinos del vecino país.

Los encuentros coloquiales con los toreros José Antonio Campuzano y Espartaco, manejados con su proverbial soltura y acreditado oficio por Carlos Crivell, así como la documentada exposición que hizo de los festejos populares José Luis Rodríguez, y la mesa-debate que reunió a jóvenes entusiastas alistados en asociaciones taurinas y de aficionados prácticos, en la que ofició de mantenedora la también joven y hábil periodista Lorena Muñoz, tuvieron un alto grado de interés.

Se echó en falta la no comparecencia de Cayetano –¿un Ordóñez le puede pegar un queo a Ronda?– en el tentadero celebrado en Reservatauro, pero nos compensó el toreo limpio y estoico de Roca Rey ¡Qué delicia de guiso campero y qué placentero el entorno de encinas y chaparros, a cuyo cobijo se oía hablar de toros por doquier! Lo mismo que en la cena benéfica, en la que entregaron galardones a grandes figuras del toreo de a pie y a caballo, como Espartaco, Manzanares, Roca Rey y Lea Vicens. Bellas e intensas jornadas, estas dos primeras. Y todas ellas, como las restantes, conducidas magistralmente por mi querido compañero Emilio Trigo, bien arropado por Verónica Jiménez Fortes y Elena Salamanca, a más de otro importante comando de colaboradores –todos ellos de última hornada—que, literalmente, lo bordaron.

Tengo que confesar que me emocionaron las recreaciones de Pedro Romero, Carmen la de Ronda, el mayoral de la Maestranza rondeña y Ernest Hemingway ¡Qué feliz ocurrencia ataviar a una serie de actores y actrices con los ropajes de cada época y sacarlos a escena para que cuenten sin tapujos su vida y milagros, recitando e interpretando un magnífico guión!

Como colofón, se presentó de sopetón en el salón de actos del antiguo convento de Santo Domingo el torero Morante de la Puebla, para asistir a la conferencia de clausura que tuve el honor de pronunciar, pero fue obligado –puro periodismo—por los presentadores del acto a pronunciar unas palabras. ¿Unas? Armó la tremolina. Fue un monólogo largo, intenso, cargado de expresividad y de inspirada reflexión. Morante habla como torea.

Hago esta pequeña reseña de unos actos en los que tuve la fortuna de intervenir en la parcela que me fue asignada no para hacer noticia de mi mismidad –sería pueril y vacuo ejercicio–, sino porque me pide el cuerpo resaltar la filantrópica labor de dos llaneros solitarios que se pasan dos años pidiendo favores a profesionales del mundo del toro y dineros a las administraciones públicas para montar el estaribel que nos deja a todos con la boca abierta. Queridos Gabi y Martín, lo vuestro merece el ole más rotundo y el más espontáneo de los sombrerazos.

Qué buenos, qué ingeniosos y qué abnegados son estos tíos de la Bienal de Tauromaquia de Ronda. Hay que volver.

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