PACO AGUADO
El toreo necesita volver a salir de una vez a los medios. A
los de comunicación, digo, ese terreno donde, ahora más que nunca, se libran
las batallas de opinión, donde la secta animalista hace tiempo que nos comió el
terreno ante a una sociedad a la que sólo se le ofrece la versión del enemigo
en esta guerra forzada que amenaza como nunca el futuro del espectáculo.
Los taurinos llevamos ya demasiados años recluidos en un
gueto mediático, en un panorama endogámico de autoconsumo de información,
repitiéndonos tópicos y mentiras a nosotros mismos. Y de un tiempo a esta
parte, según se han ido poniendo de moda, usando también las redes sociales
como un patio de vecinas para encallecer absurdas guerras domésticas.
Y es así como una agresiva y despectiva entrevista a un
torero por parte de un tipejo con audiencia televisiva, conseguida a base de
ruegos y lametazos, nos llega a parecer todo un logro aunque acabe teniendo
exactamente el efecto contrario al deseado y suponga una puñalada más del
antitaurinismo al sangrante estamento del toreo.
Hace tiempo que los toreros sólo aparecen en los grandes
medios de masas como clínex de lo rosa, como anecdóticas parejas sentimentales
de señoras enjoyadas o como soporte de morbosas historias de desamor, y no como
lo que son realmente: artistas y protagonistas de un rito singular, héroes a la
antigua en una sociedad que los necesita como espejo.
Esa imagen paralela del torero como simple y vulgar objeto
de uso y negocio de la prensa del corazón no hace sino abundar en esa otra,
igual de perjudicial, con que los quiere presentar y describe el animalismo:
seres crueles y despiadados, “asesinos en serie” de animalitos, sicópatas al
servicio de un público de trastornados sedientos de sangre…
Y la cuestión es que una y otra cara de tan esperpéntico
espejo son las únicas que ofrecen esos medios cuando se acercan al toreo, en un
torticera manipulación que, probablemente sometidos a la presión publicitaria
del negocio de las mascotas, llevan a cabo, no nos engañemos, un cuerpo de
directores, editores, guionistas, presentadores y redactores entregados a la
causa.
Por eso el toreo debería también centrar sus esfuerzos –y en
eso la Fundación del Toro de Lidia tendría mucho qué hacer– para llevar a
horarios de “prime-time” excepciones como "Toro", el soberbio
documental de Alberto Esteban que emitió hace dos sábados el programa
"Tendido Cero", última trinchera que nos queda en la televisión
generalista española.
Porque no nos basta con que se emita para un público
convencido la larga lista de lógicos y convincentes argumentos en defensa de la
tauromaquia que se dan a lo largo de su hora de metraje, sino que debemos,
sobre todo, ofrecérselos al gran público, a varios millones de espectadores
indiferentes, no tanto para convencerlos sino para que, al menos, puedan
tenerlos como sensato contrapunto al bombardeo diario de difamaciones
animalistas.
Por eso va siendo hora también de que hablen los toreros, y
que sea de algo más que de bodas y de banquetes. Es el momento de que algunos
salgan del ostracismo y la mayoría deje de lado la cómoda y cansina salmodia de
respuestas vanas que les provocan las preguntas inanes de los periodistas del
ramo. Y que se expresen –el que pueda, claro– como lo hace Luis Francisco Esplá
en ese documental y en todas las entrevistas y charlas donde le reclaman.
Que hablen como saben hacerlo, como José Tomás cuando se
digna a aparecer, o como Alejandro Talavante hace dos domingos en "Jot
Down", la revista cultural del diario El País que publicó, en territorio
aparentemente enemigo, la elocuente e inquietante entrevista que le hizo este
invierno al extremeño en el mismo Nueva York, casi como una provocación.
Y que hablen con la sinceridad y la sencillez con que, entre
otros, lo vienen haciendo El Juli, Fortes o Padilla ante Cristina Sánchez en
ese programa, de tono amable –"Háblame bajito", se titula–, con que
los toros se han incrustado felizmente también en la parrilla nocturna de la
televisión autonómica, ya de por sí muy taurina, de Castilla-La Mancha.
En uno y otro lado, en el elitista papel de la cultura y no
en el vulgar cuché de lo rosa, en el documental inteligente y en el formato
televisivo para grandes audiencias, esos toreros han hecho, sin necesidad de
esforzarse, el mejor proselitismo posible que necesita la tauromaquia: el de
mostrarse tal como son, artistas con inquietudes, dudas y certezas, miedos y
alegrías, expresando su inteligente visión del mundo, de la vida y de la muerte
a través de la óptica realista, cruda y extrema del toreo.
Al margen del sota, caballo y rey de la entrevista
"especializada" y de la frivolidad de los ecos de sociedad, el toreo
necesita que hablen los toreros, los más honestamente capacitados para
defenderlo con pasión Y que su imagen real y su mensaje vuelvan a llegar a una
sociedad necesitada de referentes auténticos que sirvan de faro entre la
confusión interesada de lo virtual. Escuchando a algunos de ellos, muchos
personajes de falso prestigio mediático se quedan en nada.
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