Jorge Muñoz Cepeda
El Heraldo /
Barranquilla, Colombia
Foto: EFE
Lo volvieron a hacer los animalistas, cuando ya parecía
imposible que se comportaran peor que las bestias que dicen defender –porque
bestias son los animales, a menos que ya hayan improvisado alguna palabra nueva
para ponerla al servicio de sus ‘noblezas’–.
Se difunde un video en el cual se aprecia a varios de los
protestantes antitaurinos agredir de múltiples maneras a las personas que
asistieron a la reapertura de la plaza de toros La Santamaría, de Bogotá.
Insultos, escupitajos y amenazas hicieron parte del repertorio de los
indignados envalentonados por su recién adquirida “autoridad moral”, que no es
otra cosa que una ficción ejercida con la violencia con la que suelen actuar,
sin excepción, todos los fanáticos.
Pero, lo más denigrante de las manifestaciones de aquel día
fueron las agresiones físicas: en las imágenes captadas por transeúntes
desprevenidos se ve a los energúmenos arremeter a los empujones contra la
humanidad (no contra la animalidad) de algunos de los aficionados a los toros,
muchos de ellos de la tercera edad. Uno de los empellones termina con la caída
al suelo de un anciano, en medio de los vítores de la caterva.
Escribí aquí mismo acerca de la alegría de los animalistas,
manifestada sin ningún pudor, cuando hace unos meses un torero español murió de
una cornada en una plaza de toros. La muerte humana se celebra. Los animales
pretenden ser humanizados. Se protesta con vehemencia cuando un perro es
atropellado en una carretera mientras que se guarda silencio ante las más
aberrantes condiciones en las que se hacinan miles de presos en las cloacas que
tenemos como cárceles. El mundo de cabeza y en cabeza de los ‘empoderados’ que
interpretan a su antojo la Constitución para satisfacer su apetito de poder, el
mismo del que renegaban cuando estaba lejos de sus posibilidades.
No soy aficionado a los toros, ya lo he dicho; tampoco soy
su detractor. No se trata este asunto de la protección de una especie que se
extinguirá si se prohíben definitivamente las corridas (los animales se crían
específicamente para ese propósito); tampoco se trata de defensa irreal de una
costumbre que cada día es más minoritaria. De lo que se trata en verdad es de
que podamos ser capaces de hacernos preguntas serias acerca de nuestras maneras
de ejercer el disenso, del arduo trabajo que debemos hacer para erradicar para
siempre de nuestras consciencias la tendencia a aplastar al otro, al diferente,
al que no quiere lo que queremos.
Ninguna causa, sin importar lo perfectos que creamos que nos
haga, justifica peores comportamientos que los que queremos contradecir. Los
animalistas que quieren acabar con las corridas de toros demuestran, día tras
día, que su superioridad ética es una mentira, una pantomima de quienes no
pueden quitarse de encima lo que realmente son, que lo somos todos en este país
de animales humanizados y de humanos asumidos como animales.
Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio
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