El crítico taurino de EL MUNDO
recoge en 'Crónicas Volcánicas' algunos de los mejores textos de su carrera,
libro que se presenta el lunes en el Club Matador. Un 'vademécum' para entender
mejor la Fiesta.
MANUEL LLORENTE
Diario EL MUNDO de Madrid
Zabala de la Serna saluda al mejor frutero de la calle Ayala
y a Manolo, un amigo del rey emérito, antes de sentarse encima de toriles, en
uno de esos tronos estrechos de granito desde donde ve encajonado la corrida de
turno.
Allí llega el crítico taurino de EL MUNDO una hora antes de
que suenen los clarines. Y como es hombre de manías, ha venido a Las Ventas en
moto y siempre por la misma ruta, pertrechado de 25 bolígrafos, dos rotuladores
de colores estridentes y la blackberry. Se sienta, mira el cielo otra vez, las
banderas de la plaza por si hay viento y apunta en un bloc de anillas los
nombres de los toros y su peso. «Aún me pongo nervioso cada tarde», comenta.
Zabala de la Serna empieza a tomar notas con las crónicas de
Corrochano en la memoria. «Me tiene subyugado, aunque el primer espejo que tuve
como referencia fue el de mi padre, su honestidad e independencia, el haber
sido un regenerador de la crítica en los 60. Hay una pulsión freudiana de matar
al padre y superarlo me ha pesado mucho. Él tenía un estilo de ver el toreo,
una escritura castiza y costumbrista. A mitad de camino emprendí la búsqueda de
otro estilo. La diferencia está, creo, en esa pulsión, esa sangre torera que me
viene por mi madre, la genealogía de Victoriano de la Serna».
- ¿Se sufre escribiendo?
- He sufrido mucho, sí. Como Morante toreando. He mantenido
niveles de autoexigencia que han rayado la obsesión, una búsqueda de perfección
quizá absurda. Igual que no existe la faena soñada tampoco la crónica perfecta.
Zabala de la Serna ha titulado Crónicas Volcánicas
(unomasuno editores) una antología de sus textos que abarca crónicas,
entrevistas y perfiles ilustrados por Robert Ryan y con prólogo y presentación
de Luis María Anson y Antonio Lucas, respectivamente.
El libro está dedicado a su madre y a portagayola nos
encontramos un haiku a Curro Romero. No falta detalle.
Lleva Zabala de la Serna tres relámpagos grabados en la
sien: las faenas de Chenel en los 80, cómo le cautivó César Rincón en los 90 y
la reaparición de José Tomás en 2008 («el 5 de junio», precisa). Le pido tres nombres
propios: «Hay toreros que entran por la razón, como Ponce y El Juli, y otros
que te tocan la fibra, como Morante y José Tomás».
- ¿Y cronistas?
«Además de Corrochano, Clarito, que pocos saben que fue
ministro de Comunicaciones de la II República. Y Barquerito; le tengo una
admiración tremenda, por su equilibrio y su mesura, la forma de ver y describir
el toro... Lo más difícil es ver el toro, hay que haber visto muchos. Yo he
aprendido de los profesionales, escuchando a los toreros y ganaderos, paseando
con José Luis Lozano y Emilio Muñoz.. He procurado ser orejero, una esponja,
pero también soy consciente de lo que no sé».
En este volumen de tomo y lomo también hablan lo suyo los
maestros a través de las entrevistas que hizo, como Ángel Teruel («La difícil
facilidad es lo más difícil que puede haber en cualquier arte»), Curro Romero
(«Se torea con todo. Desde la uña del dedo gordo del pie hasta el pelo»),
Morante («quien debería juzgar al torero es el toro»)...
Pero el primer texto como tal del libro es la reconstrucción
que Zabala de la Serna realizó sobre aquella cornada gravísima que paró al
mundo. Impresiona leerlo ahora: «El padre de José Tomás caminaba sobre los
regueros de sangre de su hijo por el callejón de la Monumental de
Aguascalientes; sobre los charcos reflejaba sus augurios más negros: 'No llega,
no llega a la enfermería'».
Y a continuación, crónicas donde surgen aquí y allá Juan
Mora, Miguel Ángel Perera, Fandiño, Ferrera, El Juli, Roca Rey, Manzanares... Y
El ganadero del siglo, tal y como el crítico tituló el 3 de octubre de 2017 en
este periódico. «Victorino se erigió como el guardián de la casta y la
integridad del toro. El ganadero del pueblo, el más cotizado, el más mediático,
el más querido...».
En estos días de urgencia se exige que según dobla el sexto
tengamos que saber lo que ha ocurrido durante toda la corrida, le digo, y ahí
salta Zabala de la Serna: «Las prisas en internet son malísimas, hemos ganado
en inmediatez pero no en poso ni en calidad». Y del presente al pasado.
El crítico repasa el libro, lo hojea. «Publicar las crónicas
es un ejercicio de aceptación de uno mismo, del pasado. La benevolencia que hay
que aplicar a los demás empieza por uno mismo. Leídas hoy, no sé si me joden
más las crónicas cursis que las ácidas, pero estoy orgulloso del libro».
- ¿Y cuando no pasa
nada en la plaza?
- Los días más difíciles de contar es cuando pasa de todo,
estar a la altura de las grandes faenas. Destruir una corrida está a mano de
cualquiera. Lo difícil es el elogio, saber adjetivar.
- ¿Y no hay miedo a
repetirse?
- Claro que lo tengo, el día que me repita quizá tendré que
irme a casa. Tampoco ayuda que el escalafón haya envejecido. Ponce lleva 28
años de alternativa, El Juli y Morante, 20...Y toca el turno de los males de la
Fiesta: «El sector ha sido incapaz de vertebrar y adaptarse al siglo XXI y
afrontar la fracción que existe con la sociedad. No hemos hecho una tortuga
romana frente al lobby animalista tan organizado y financiado».
- ¿Y el futuro?
- El pasado siempre ha sido de oro y el futuro parece de
niebla. El mundo taurino vive y se recrea en la nostalgia. Y siempre se ha
negado la figura del momento. A Manolete le veían perfilero, que había impuesto
un toro chico....
Zabala de la Serna lleva a la plaza prismáticos para
apreciar si la estocada está en la cruz o quedó caída y a mano toma notas que
luego hilvana en la blackberry. Con sol, viento o lluvia. Ahora San Isidro,
luego Pamplona, Santander, Bilbao... Y así.
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