El veterano extremeño roza el
triunfo con el importante pitón izquierdo de un exigente toro de Alcurrucén;
Ginés Marín corta una tibia oreja con el de más clase.
Ginés Marín, la unica oreja de la Beneficencia del 2018 |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Foto: EFE
Las Ventas sintió la presencia del Rey Don Juan Carlos en el
corazón. La ovación unánime y cerrada trepó por los tendidos hasta el Palco
Real. Al son del Himno de España, la plaza en pie. La emoción sentimental se
transmutó en una emoción bárbara. La que descerrajó como un tiro un manso
encastado de Alcurrucén.
Muy serio, entipado y hondo. Frenado en el capote de Antonio
Ferrera y asustadizo, se emplazó. Y en cuanto vio al picador que asomaba por el
portón de cuadrillas, atacó. Se rebotó en el peto y se escupió. Como también en
el otro caballo que con inteligencia lidiadora movió Ferrera a los terrenos del
"6". No había modo. Un nuevo intento en la mismísima querencia. Y ahí
derribó. En el impás del caos momentáneo, el toro atropelló a Montoliu. Que se
cruzó sin sacarle los brazos ni sacárselo de encima. Puso orden AF con un quite
poderosísimo, en posición de brega, abrochado con una hermosa media verónica.
Palpitaba la inquietud del misterio en el ambiente.
Antonio Ferrera en territorio del "2" tanteó
brevemente la diestra y ofreció la izquierda. El toro se estiró con una fuerza
asombrosa. Tanto como la humillación. Los naturales causaron el temblor de la
sorpresa. Como el modo de perseguir la muleta. Exigía el alcurrucén una
enormidad. La tela arrastras. Que no siempre fue. Había que estar ahí con ese
torrente. Y Ferrera estaba. Valiente la apuesta. No total. La embestida por el
derecho no descolgaba igual ni del mismo modo. El cambio de mano conectó de
nuevo. Y el veterano extremeño propuso su zurda otra vez. Natural el encaje del
torero, a los vuelos; «Barberón» se
entregaba más por abajo aún. Ya en chiqueros la faena. De pronto, el recuerdo
de otras obras magistrales en esos terrenos: Capea o Domínguez como autores. No
surgía esa sensación. Loable lo de Antonio. Pero el toro, en su pitón
izquierdo, en su sorpresa, en lo no presentido, llevaba una gloria tremenda. La
estocada atravesada y suelta no provocó la muerte, sino dos avisos por la
demora del descabello. Y la posibilidad de la oreja se evaporó.
Esa que cayó para Ginés Marín. La que portaba un toro de
divinas hechuras en su templada calidad. Ginés lo toreó a la verónica con la
varita que le ha dado Dios con el capote. Y todavía mejor en el quite, entre los
puyazos soberanos del padre. Guillermo Marín picó como los grandes del
castoreño. Antonio Ferrera se enroscó la embestida soberbia por chicuelinas.
Directamente desde el peto. El toro hacía el avión. Ginés cumplimentó al Rey
como sus compañeros y paisanos. Era la corrida de la Beneficencia como podía
ser la de Extremadura. Y floreó un prólogo de faena con el reverso de la
muleta. El pase de las flores como coda. Toreó bonito y fácil con su derecha. Y
con mayor expresión al natural. Que nace de una colocación semienfrontilada.
Más pura. Cuando el toro anunció que carecería de final. «Gastadito»
el fondo. Pero qué veinte muletazos tuvo su clase. Apuró la joven promesa por
apretadas bernadinas. Un pinchazo antes de la estocada no enfrió la plaza. Y el
presidente asomó su pañuelo con cierta desgana y tibia pereza. Esa que
contagiaba el trofeo.
No había sucedido nada con la nobleza apagada del bajo
tercero. Qué armonía de hechuras traía la corrida de Alcurrucén. Miguel Ángel
Perera lo trató con templada esterilidad en lo que duró. Apenas nada.
Un trago amargo fue el colorado cuarto. Duro de pelar.
Topaba por el palillo, con agresividad, agarrado al piso. El sordo esfuerzo de
Antonio Ferrera acabó mal con el acero. Y se arrastró el garbanzo negro.
Es difícil una brega o lidia más embarullada que la que se
le hizo al quinto. Una pintura. Llegó a parecer un barrabás sin serlo. Se vio
cuando Perera agarró la muleta. Suave por alto. A su humillada bondad le
faltaban finales. Bravura para sostenerla hasta el último tramo. Aunque por
momentos MAP, desde su firmeza, le dio el ritmo del que carecía. Mas todo
átono. Muy plano. Quizá tedioso. Que fue a menos según perdía el celo. Y
abandonaba los muletazos a su bola. Otro aviso sonó -tras la estocada
atravesada- con el descabello. Y así a lo tonto sumaban cinco en la tarde.
El último de Alcurrucén rompía por arriba la linda
presentación. Tampoco nada estridente. Motor más que estilo en el toro.
Transmisión y más movilidad que entrega. Ginés jugó con las inercias. Fibra en
el aire ligero. Un guirigay en los tendidos revoltosos por la abierta
colocación. La embestida también se soltaba. Otra vez el calado mayor en su
izquierda. Para sentir entreabierta la Puerta Grande, la cosa se quedó corta.
ALCURRUCÉN | Ferrera, Perera y Ginés Marín
Monumental de las Ventas. Miércoles, 6 de junio de 2018. Trigésima de
feria. Corrida de Beneficencia. Lleno.
Toros de Alcurrucén,
hechurados y en tipo por su armonía, serios; manso encastado el 1, de
importante pitón izquierdo; con clase pero de contado final el 3; malo el 4;
noble y desfondado el 2; sin ritmo y a menos el celo del manejable 5; de más
movilidad que entrega el 6.
Antonio Ferrera, de sangre de toro y oro. Estocada atravesada
y dos descabellos. Dos avisos (saludos). En el cuarto, dos pinchazos, estocada
baja y cuatro descabellos. Aviso (silencio).
Miguel Ángel Perera, de gris perla y oro. Metisaca, estocada
pasada y rinconera y cinco descabellos. Aviso (silencio). En el quinto,
estocada atravesada y cuatro descabellos. Aviso (silencio).
Ginés Marín, de azul pavo y oro. Pinchazo y estocada
(oreja). En el sexto, pinchazo y estocada (silencio).
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