El colombiano lució al ejemplar
más enrazado e importante de la descastada corrida, lo toreó con poso al
natural y perdió una oreja de ley con el descabello.
Luis Bolívar |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Foto: EFE
El cielo pintaba cárdeno como los toros de José Escolar,
tormentoso como la gresca tabernaria tuitera. La posverdad del torismo pretende
imponer una realidad inexistente. Ojalá fuera otra. Como la de «Chupetero»
a última hora. Tan generosamente mostrado por Luis Bolívar, tan lucido, tan
enseñado a la parroquia y, ojo, tan bien toreado en su izquierda. El poso en
ella de la madurez. Y el peso de la importante embestida aun sin terminar de
descolgar. Pero hasta entonces pasó el tiempo yermo de sucesos, estéril de
casta y otras cosas.
El toro de Escolar que partía plaza traía el trapío ausente.
Terciado, bajo y un punto gachito. La vara de medir de veterinarios y
presidentes parece diferente en esta semana. La semana del toro-toro. El tipo y
tal es el argumento. La seriedad por dentro del correoso escolar en el capote
de Rafaelillo. En las recias verónicas un decena de repeticiones pegajosas. Sin
sacárselo de encima. Como en los doblones del prólogo de faena. No menos de
diez tampoco. Reponía de tal modo que no se salía de los vuelos. Así en la siguiente
serie de derechazos. Mientras duró la codicia. Que paró en seco. Del frenazo,
una mirada dura. Y un desarme. Las miradas crecerían según se agriaba. Según se
desentendía del engaño. La sorda lucha de Rafael no hallaba el eco. Cuando le
propuso la izquierda, el toro se venció por ese pitón. Como ya había cortado en
banderillas. Una última intentona diestra complicada y a matar. Un calvario de
pinchazos precedió a la buena estocada definitiva.
Un zancudo y estrecho albaserrada provocó algunas protestas.
Sólo algunas. Degolladito de papada y despegado del piso no decía nada. Su
limitado poder no añadía a su bondadosa humillación. Más bien restaba. Una
algarada provocó la presidencia al cambiar el tercio sólo con tres banderillas
en lo alto. La paz la puso Fernando Robleño con suave trato. Le dejaba meter la
cara para guiarlo con mimo. Hasta donde su fuerza daba. Perdió pie Robleño
después de una triada de notables naturales, y el toro se quedó prendado
afortunadamente de la muleta. Remontó el torero el trance y una laguna con una
ronda en redondo de loable trazo. Y luego extendió la faena por demás. Antes de
perfilarse, oyó el aviso. La travesía suelta de la estocada acarreó el uso del
descabello. Y FR terminó por saludar una ovación a la voluntad.
La pobre nota de la corrida en el caballo no la subió el
tercero, que se durmió en el peto. Tampoco elevó la presentación. Ni la dosis
de la casta añorada. Luis Bolívar se puso pronto por el pitón izquierdo. Por
allí al menos viajaba con inocuo recorrido. Una colada en los inicios por el
derecho provocó la renuncia. De uno en uno, el colombiano sacó naturales.
Perdiendo pasos, muy abierto y a la altura del toro. Que no humillaba.
Desencelándose cada vez más. Cobró LB una estocada desprendida. Y el silencio
mantuvo su losa.
Del mal bajío no se desentendió Rafaelillo en su última
tarde isidril. Ni una rendija de luz le ofreció el cuarto -subió desde entonces
el listón de presentación- con su volumen a cuestas. Volumen vacío de cualquier
opción de lucimiento. Tan frenado y sin darse de verdad ni una sola vez. La
pelea del matador murciano contra su destino no halló más frutos que los
amargos.
Robleño le buscó las vueltas con tesón, ahínco y oficio al
hondo quinto de fino hocico. Que desbarató el refrán. Arrancadas mironas,
rectas, por dentro, defensivas, abruptas. Todas por el palillo. No volvió la
cara el madrileño.
A última hora la plaza despertó con «Chupetero».
El toro más asaltillado de la corrida de Escolar. Un tío. Luis Bolívar lo toreó
a la verónica con empaque y amplio vuelo. Y lo lució en el caballo. Félix
Majada hizo mejor la suerte de varas de lo que picó. Un clamor que mantuvieron
Miguel Martín y Fernando Sánchez con los palos. Bolívar sintió pronto el aliento
desapacible, por el derecho y por arriba, de «Chupetero».
Que por el izquierdo regaló las más intensas embestidas de la tarde. Que las
regalase es un decir. Porque Bolívar lo interpretó perfecto desde la
colocación. Atalonado y macizo. Los naturales de LB fluían con peso, cintura y
pecho. Madrid jaleaba al torero de Colombia. Que trazaba la curvatura del
toreo. En ella, el toro de Escolar imantaba la raza de todo el sexteto junto.
Sin acabar de descolgar, aminoró el empuje. Ya más gastado. Presentía el hombre
el premio a las cosas bien hechas. Al poso de su madurez. Y se tiró a matar
como si le fuera la vida en ello. Un salto precipitó la estocada. Como si el
matador volase sin muleta con toda la fe puesta en su corazón. La espada se
enterró hasta los gavilanes pero sin muerte. El verduguillo arruinó la
presagiada oreja de ley.
La ovación en el arrastre para el toro que vino a salvar el
honor de la divisa se sintió con fuerza. No tanto para Luis Bolívar. Que estuvo
generosísimo para enseñar las virtudes -y tapar los defectos- de «Chupetero»
al gentío. Que al final, de algún modo, lo condenó con su tibieza en la
despedida. Olvidadizo de su izquierda a carta cabal.
ESCOLAR | Rafaelillo, Robleño y Bolívar
Toros de José Escolar, de
menos a más en presentación; más fuerte en la segunda mitad; de pobre casta en
conjunto; bondadoso el 2º; enrazado el 6º, de buen juego por el izquierdo sin
terminar de humillar.
Rafaelillo, de nazareno y oro. Tres pinchazos y
estocada (silencio). En el cuarto, pinchazo, estocada rinconera tendida y
descabello (silencio).
Fernando Robleño, de sangre de toro y azabache. Estocada
delantera, atravesada y suelta y dos descabellos. Aviso (saludos). En el
quinto, estocada delantera, perpendicular y caída y cuatro descabellos
(silencio).
Luis Bolívar, de negro y oro. Estocada caída (silencio).
En el sexto, gran estocada y cuatro descabellos. Aviso (palmas de despedida).
Monumental de las Ventas. Martes, 5 de junio de 2018. Vigésima novena
de feria.
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