Pepe Moral saluda la única
ovación con el mejor toro de una tarde decepcionante.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Foto: EFE
Miura traía clavada la espina de Madrid. La corrida de San
Isidro 2017 fue un fiasco sonoro. Cambiado el orden de su presencia -¡ay, la
presencia!-, la cita del 3 de junio ya no era cierre de feria y se antojaba de
vital importancia. Como para Rafaelillo, Pepe Moral y Román por distintos
motivos. Al reclamo de la legendaria divisa centenaria se dio un lleno
asombroso en Las Ventas.
Si el primero de la tarde no lleva el hierro de Zahariche,
arde Troya. Tan enjuto y escurrido. Una tabla de planchar con dos pitones. Y
ninguna intención de embestir. Ni de humillar. Todo frenado sobre las manos
desde que lo paró Rafaelillo con el capote. La cara por la esclavina. Y las
ideas afiladas. Cobró lo suyo sin emplearse en el caballo. Hasta cuatro
encuentros de falsete. Pepe Moral se atrevió con un quite por chicuelinas. El miura
se dolió en banderillas y siguió doliéndose de su presunta condición de toro
bravo. La muleta de Rafael Rubio peleaba además con el viento. Expuesto por el
pitón más claro (sic), el izquierdo. Medios viajes al paso entre derrotes como
toda respuesta. Infumable incluso para jugársela. El poder, en el cuello. Soltó
el último taponazo cuando atacaba el matador murciano con la espada. Un leñazo
casi a topacarnero. Durísimo el choque. En el suelo escapó el hombre de la
bestia de puro milagro. La taleguilla rota y el gesto desencajado. El acero
enterrado hacía guardia. Un calvario para descabellar con la muerte tapada.
Una seria cabeza coronaba la interminable longitud cárdena
del miura de Pepe Moral. El formidable pescuezo de la casa usado esta vez para
humillar. Una apariencia más aparente al menos. Y una nobleza notable. En el
caballo dormida. La fuerza precisa. Moral brindó a la parroquia. Y se dobló
toreramente con el toro. El empaque de aquellos doblones continuó en su
derecha. De modo prometedor. Perdiendo pasos, hilvanaba los muletazos. Pero la
faena se perdió en su tramo central. Como el Guadiana. Eolo enredaba y tal.
Reflotó de nuevo al final. Por uno y otro pitón el zapatillazo. Largo el trazo,
abriendo la buena embestida en los naturales. Buenos naturales, por cierto. El
dibujo por encima del embroque. El pecho vistiendo el hueco. Qué hermosos
fueron todos los obligados a lo ancho de la obra. El estoque no sumó. Y la
ovación sonó a premio de consolación. Compartida con el arrastre del miureño.
La miurada regresó a sus registros agalgados y flacos sin, a
lo peor, haber salido de ellos. Cardenito claro el tercero. No es casual el
diminutivo. Ni por delante ni por detrás el trapío. Un estrellón contra las
tablas en la frontera de los tendidos "6" y "7" frenó las
protestas. Tampoco tantas. Es más: el accidente de las maderas partidas se
aplaudió con atronadora potencia. Como un suceso. La potencia precisamente no
habitaba aquella movilidad pronta y ágil. Muy viva. Iturralde agarró en lo alto
los puyazos. Por arriba fijaba su cara el toro. Que venía y no se iba del
palillo de Román. Los vuelos enredados como su flequillo con el aire. La
fluidez cerebral cada vez más cortocircuitada. Reponía la embestida sin
posibilidad de gobierno. Saltaba por el izquierdo como si fuese a pisar minas.
El epílogo de faena con las tres cartas tiradas. Sin fe alguna los pinchazos.
Saliéndose de la suerte.
Rafaelillo libró un farol de rodillas como salutación al
cuarto. Que lucía la culata de un pollo flaco. Sin remate ninguno. Ni tipo ni
gaitas. Sin tracción trasera. No tiró nunca hacia delante. Pues la bravura
jamás alumbró una arrancada. No abandonaba nunca la jurisdicción del torero.
Imposible otro toreo que no fuese el defensivo. Y lo más grave es que entre
tanto deslucimiento las complicaciones no se apreciaban arriba.
Más o menos lo mismo sucedió con el huesudo quinto. Gaitazos
y más gaitazos desabridos en la muleta de Pepe Moral. La brevedad se impuso.
El último recuperaba la seriedad que no trajo Miura a
Madrid. Miura contra su leyenda. Saltó al callejón con facilidad equina. No
hubo males mayores porque el abordaje fue en los terrenos del "7", la
zona menos poblada entre barreras. Chocolate picó a ley. Fuerte el toro. Hacía
por humillar pero sus arrancadas carecían de entrega. Y de final. Ásperas y
broncas. Román convirtió tripas en corazón. Un esfuerzo por tragar. Y tragó lo
suyo. Como despedida de sus tres tardes isidriles: deberían entregar carnets de
apoderamiento.
La ingrata corrida no se cayó como en 2017. Ya ves. O el
miedo a las caídas llevó a mover en exceso la agalgada corrida, o en Zahariche
va a quedar este año la partida de pienso como remanente. Si hay algo que las
22.000 almas que concurrieron ayer a Las Ventas daban por infalible era la
presentación. Y la presentación falló con estrépito. Otra vez. No hay perdón.
La espina de Miura siguió clavada en Madrid.
MIURA | Rafaelillo, Pepe Moral y Román
Toros de Miura, mal
presentados salvo el 2º, que destacó por su nobleza, y el bronco 6º; conjunto
sin poder y a la defensiva, complicado.
Rafaelillo, de azul pavo y oro. Estocada atravesada
que hace guardia y 11 descabellos. Aviso (silencio). En el cuarto, pinchazo
hondo y dos descabellos (silencio).
Pepe Moral, de negro y plata. Pinchazo, estocada
pasada y cuatro descabellos. Aviso (saludos). En el quinto, pinchazo y estocada
caída (silencio).
Román, de rioja y oro. Cuatro pinchazos, estocada atravesada y dos
descabellos. Aviso (silencio). En el sexto, estocada baja y descabello
(palmas).
Monumental de las Ventas. Domingo, 3 de junio de 2018. Vigésima séptima. Lleno (22.000 espectadores).
Monumental de las Ventas. Domingo, 3 de junio de 2018. Vigésima séptima. Lleno (22.000 espectadores).
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