Paco Ureña se quedó a las puertas
de cortar una oreja con el mejor toro. Firme y meritísimo Emilio de Justo con
el lote más complicado de una decepcionante corrida.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Foto: EFE
El regreso de Su Majestad el Rey Felipe VI a Las Ventas daba
lustre y esplendor a la Corrida de la Prensa y a la Tauromaquia. O viceversa.
El Rey de todos los españoles -de los taurinos también, que no son pocos-
volvía a los toros. A un lado, en la barrera del «9», el secretario de Estado
de Comunicación del nuevo Gobierno socialista de España, Miguel Ángel Oliver,
disipaba sombras e inyectaba tranquilidad con su sola presencia; al otro, la
presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, Victoria Prego, saludaba
exultante por la recuperación de la salud del centenario festejo de los
periodistas.
En las dos últimas temporadas, Simón Casas le ha devuelto la
categoría perdida. Que la propia APM se había dejado ir. Los victorinos y su A
coronada -tan ligada la Prensa a su leyenda con aquel indulto de Velador en el
82- colocaron el ansiado «no hay billetes». Como en los viejos tiempos. Tan
lejanos...
Con una ovación aclamó Madrid al Rey. Y con otra a Paco
Ureña, que forzó la máquina reaparecer. Una lesión vertebral lo había apartado
de su penúltimo compromiso isidril. Las palmas sonaron tibias para Manuel
Escribano. Que marchó a portagayola. Pasó el victorino de largo con toda su
enjuta alzada. En la cabeza, la cuerna veleta; en la culata, el poder ausente.
Escribano fijó su escasa fijeza en el «2», le cambió los terrenos y bregó con
él hasta los medios. Mal picado su triste celo. No humilló entonces ni nunca.
Las solvencia del matador sevillano con las banderillas dio paso a una faena
estéril: el toro embestía por el palillo con desgana. Sin empuje. Con la mirada
ida. La espada cayó de la cruz.
El toro de Paco Ureña traía aires de victorino antiguo en la
expresión. Que coronaba su eterna anatomía. Lo desarmó del capote con las manos
por delante. De lejos se arrancó en el caballo. Paco así lo quiso. Generoso.
Más que el empleo en el caballo. Cumplimentó el lorquino a Don Felipe. Como
Escribano. Sólo que después de brindar al público. Un lío. Humillaba el
albaserrada. Noblecito y despacio. Como sin gas y pacífico. El torero se lo
sacó del tercio con doblones suaves. Y lo templó en su derecha en una tanda
corta y otra muy larga. Sin soltarlo ni quitarle la muleta de la cara. El toro
tampoco se iba de ella. La rueda acabó con Ureña sin poder vaciar el de pecho.
Encajado en la tabla del cuello el apuro. Dos rondas de lentos y largos
naturales ligados todavía subieron más la temperatura de los oles. La banda
sonora de la faena. Que ya estaba hecha. Y por eso se fue a por la espada. Pero
no se sabe por qué planteó el hombre una última tanda. Por la diestra y sin la
ayuda. Con el fondo contado ya gastado entero. Y se enredó. La colocación del
acero no correspondió a la rectitud del volapié. Y además asomaba. El
verduguillo demoró la muerte. Adiós a la oreja que acarició antes del final.
Bajo como ningún otro anterior era el tercero. Cárdeno
claro. Bonito y serio a la par. Lo lidió con orden Emilio de Justo. El
victorino se cobijó en el caballo. Descolgó siempre. Y siempre por dentro. De
Justo tragó mucho más de lo que el personal percibió. Porque además, en el
último tramo de cada muletazo, el toro tiraba del freno. Y lanzaba un derrote.
La faena se desarrolló trabada. Más limpia de mitad en adelante. Nunca fácil.
Y, sin embargo, extensa. Un esfuerzo sordo rematado con una estocada muy
trasera. Y varios descabellos.
De milagro escapó Manuel Escribano, de nuevo en toriles
postrado. Aguantó el parón del hechurado cuarto. Y su revuelta. Si no es por la
fuerza de sus piernas, no se va íntegro a casa. Las verónicas fueron poderosas.
Como el manejo de los palos. El par al quiebro que nace del estribo apenas se
valoró. Ni nada. La sosería del victorino descafeinado jamás rompió. Aislado
quedó el trepidante prólogo por cambiados.
Un tío se hacía el quinto. Con su cabeza totémica. Paco
Ureña lo paró muy cerrado en tablas. Y, como el victorino apretó y le arrebató
el capote, no hubo otra que tomar el olivo. Caminó mucho el victorino en los
tercios previos. Y sorprendió con el regalo de un manojo de embestidas de
calidad por el derecho en los albores de faena. Cuando Ureña corrió la mano
prometiendo el paraíso. Pero el toro se fue durmiendo al paso. Apagándose como
una vela sin oxígeno. El pulso del murciano lo esperó y lo estiró en otra
tanda. Que concluyó en desarme y fue todo. Por el izquierdo ni humilló ni se
dio. Nunca jamás. Otra vez por los blandos la estocada.
El tipo del último en cuesta arriba no venía preñado tampoco
de la casta añorada. Falto de humillación y agarrado al piso. Sobrado de
complicaciones. Pensándoselo todo dos veces. Emilio de Justo derrochó firmeza.
Muy bragado. Por todo lo que aguantó y más. Pisando tierra de fuego. Imagen
reforzada la suya. Un estoconazo puso punto final a 34 tardes de toros.
Victorino anduvo otra vez muy lejos de su leyenda. Y de aquellos apoteósicos
cierres isidriles. Vaya año.
MARTIN / ESCRIBANO, UREÑA, DE JUSTO
Toros de Victorino Martín,
serios en sus distintas hechuras; muy pobres de casta y fondo; no humilló el
deslucido 1º; descolgado y noble el 2º de contada duración; complicado y por
dentro el 3º, que derrotaba sin irse; soso y desrazado el 4º; se apagó el 5º;
difícil el 6º.
Manuel Escribano, de gris plomo y oro. Estocada baja
(silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada (silencio).
Paco Ureña, de verde oliva y oro. Estocada baja que
hace guardia y dos descabellos. Aviso (saludos). En el quinto, estocada baja y
descabello. Aviso (silencio).
Emilio de Justo, de corinto y oro. Estocada muy trasera y
seis descabellos. Aviso (silencio). En el sexto, estoconazo (saludos).
Monumental de las Ventas. Domingo, 10 de junio de 2018. Trigésima
cuarta y última de feria. Corrida de la Prensa. Lleno de «no hay billetes».
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