Rivera corta una polémica oreja
de laxo criterio por una templada faena con la clase mansita del tercero. La
corrida de Victoriano del Río apuntó calidad pero se desfondó de bravura.
Incredulidad por parte de Cayetano Rivera Ordoñez, ante las protestas de gran parte de los aficionados en plaza. |
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Como un hombre entero de cuerpo molido, cruzó Sebastián
Castella el ruedo de Madrid. En los andares, el precio camuflado de la paliza;
en el ánimo, el vuelo preciado de la Puerta Grande. Y en el talón, la cicatriz
doliente. Encabezaba el penúltimo cartel cotizado y codiciado de San Isidro. A
su verá, José María Manzanares y Cayetano. No saludó la tibia ovación de
reconocimiento de la plaza atestada a su épica gloria. Ni un gesto en su
marmórea expresión de estatua.
Un toro de proporciones exactas y hermosa armonía inauguró
la corrida de Victoriano del Río. El trapío perfecto. Su contadísimo poder no
acompañaba. Su fondo tampoco. Castella lanceó fácil a la verónica. Y quitó por
volátiles chicuelinas justo después de los precisos puyazos de José Doblado. En
el capote de Vitoli ya soltaba la cara "Epicentro". De pura
impotencia. Su acusado centro de gravedad hacía estragos. Sin viajar hacia
adelante. No hubo causa para la faena de Castella. Que concluyó al hilo de las
tablas. Donde se amorcilló el cinqueño tras dos pinchazos y media estocada.
También traía los cinco años cumplidos el siguiente. Y otras
hechuras. Bajo como un zapato y de amplia cara. Un punto acarnerado. Y manso.
Muy manso. Tan suelto, que de caballo a caballo hubo que picarlo. Apretó hacia
los adentros en banderillas. Marcadísima la querencia. Y el inminente futuro.
Manzanares se lo sacó a los medios para alejarle de las tentaciones. En las
tres microseries inconclusas de derechazos, el toro enterró los pitones en la
arena siempre en el tercero de ellos. El torero le cogió más el pulso a su
hueca humillación en otra triada. Sería la última antes de rajarse y huir sin
remisión a los terrenos del "4".
Allí cerrado, en paralelo a la madera, murió de media estocada.
Con el hierro de Toros de Cortés apareció el toro de
Cayetano. Tocado arriba de pitones, enmorrillado y levantado del piso. O esa
imagen daba su agalgada anatomía. Pasó por el caballo con pobre nota. Como con
los palos. Encelado hacia la barrera con los peones. Cuajó Iván García un gran
par como reseña más destacada hasta entonces. Cayetano Rivera brindó al gentío.
Y sentado en el estribo y dos manos abrió un torero prólogo. Que en pie emanó
finura y muñeca. Entre las rayas, dio el pupilo de Cortés su mansita clase en
la templada derecha de Rivera. Un cambio de mano y el de pecho elevaron el
diapasón. No le convino al toro la apertura de terrenos. Fuera no quería del
mismo modo. Así que, de la cal hacía adentro, CR volvió a entenderse con el
buen pitón. Que por el izquierdo la embestida se desentendía. Desde la
colocación enfrontilada, las caricias de acompañamiento. También a pies juntos.
Coreado todo con una exaltación exacerbada. No tanto como la estocada. Un
espadazo con su peculiar estilo. Tan convencido salió Cayetano de la muerte
pronta que le perdió la cara mirando al tendido. Un susto. Tardó en echarse por
la trayectoria algo tendida. Y cuando lo hizo afloraron los pañuelos en una
marea creciente y sorprendente. Cedió el palco, y la oreja desató un vocerío de
lógicas protestas. El torero se creció desafiante en la polémica y se tomó su
tiempo para recoger el trofeo y abrazar al alguacilillo. Como si la tormenta
fuera a arreciar. La bronca dividió los tendidos. Mayoritariamente seducidos.
Laxo Madrid.
“Duermevelas” portaba las suyas con descaro. Su cuerpo
castaño no se hacía el más bello, pero sí su calidad. Sebastián Castella se
clavó en un pase pendular sobre la misma boca de riego. Y atacó con (demasiada)
fibra: perdió el toro las manos. Cuando fluyó su diestra, los muletazos
surgieron con caro trazo. Asentado el francés en sus pies descalzos, otra
colocación a la habitual, ofreciendo el pecho. De las mismas forma bordó una
extraordinaria serie de naturales. Que seguían el camino de aquel inmenso
cambio que abrochó la ronda diestra: la embestida, entonces y ahora, planeó.
Las felices promesas se vinieron abajo cuando enganchó la muleta. Como el toro.
O viceversa: el toro enganchó la muleta porque ya se había venido abajo.
Resolvió SC con un molinete zurdo, acortó las distancias y extendió el tiempo.
Que echó en falta cuando sonaron dos avisos.
El alirado quinto lucían cuello formidable. Zancudo, no
alto, y estrecho de sienes. Apuntó un son cualitativo que no sostuvo su frágil
fondo. En lo que duró, Manzanares lo toreó sin apretarlo ni apretarse.
Exponiendo el tranco del toro entre series. Cuando presentó la izquierda, ya no
había motivos. Un espadazo con el sello de la casa cerró su última tarde
isidril.
Cayetano marchó a portagayola con el redondo sexto. Otro
cinqueño. De líneas para embestir. En su bodega sin embargo no vivía la bravura
ni la duración. Anuncio cosas que no acabaron. Ese fue el sino de la corrida de
Victoriano del Río. Galleó por chicuelinas Rivera. Y dibujó un quite de Ronda
con sincronizado vuelo. De rodillas la obertura de faena. Tan serio y
concentrado en su compromiso. El toro se rajó. El matador agarró otro
estoconazo. Asomaron pañuelos que ahora no se cimentaron. ¡Uy! La Puerta Grande tembló. Así estamos.
VICTORIANO DEL RÍO | Castella, Manzanares y Cayetano
Toros de Victoriano del Río
y uno de Toros de Cortés (el 3º),
tres cinqueños (1º, 2º y 6º), de diferentes y buenas hechuras en su seriedad;
apuntaron calidad pero se desfondaron de bravura, mansitos.
Sebastián Castella, de rioja y oro. Dos pinchazos y media
estocada. Aviso (silencio). En el cuarto, pinchazo y media estocada. Dos avisos
(saludos).
José María Manzanares, de sangre de toro y oro. Media estocada
(silencio). En el quinto, estocada (silencio).
Cayetano, de tabaco y oro. Estocada algo tendida
(oreja). En el sexto, estocada (saludos).
Monumental de las Ventas. Viernes, 1 de junio de 2018. Vigesimoquinta de
feria. Lleno de «no hay billetes».
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