El Faraón de Camas rememora los
mejores momentos de su carrera y analiza la situación actual de la Fiesta.
LORENA MUÑOZ
Diario ABC de Sevilla
Ha pasado medio siglo desde aquel 13 de junio de 1968 en el
que Curro Romero se encerró con seis toros en la Maestranza. Fue su segunda
Puerta del Príncipe y un nuevo hito en su carrera. Dos años antes había
protagonizado la mayor gesta taurina que se recuerda. El 19 de mayo de 1966
cortó ocho orejas a la corrida de Urquijo, el día de la Ascensión, a beneficio
de la Cruz Roja. Una marca que todavía no ha sido superada. Aquel día nació el
currismo.
Nos recibe en su casa, con la misma amabilidad y sencillez
de siempre. Es un privilegio hablar de toros con un mito del toreo. Antes de
entrar en materia, hay tiempo para preguntarle por el Real Betis Balompié y por
el tenista Rafael Nadal, dos pasiones de las que se confiesa fiel seguidor.
Vamos a hablar de toros y de un festejo que se celebró hace cinco décadas
- ¿Tiene vivos los
recuerdos?
«Es sorprendente, el tiempo es tremendo, parece que está
parado pero uno va andando, pasan los años y no es fácil recordar muchas cosas
después de cincuenta años. Sí tengo más presente el día de Urquijo porque me
encontré muy bien y muy dispuesto. Siempre digo que en el toreo y en el toro
hay que tener mucha suerte y ese día yo la tuve», sostiene.
Aquel día nació el currismo pero
asegura que «enganchó» a los buenos aficionados mucho antes.
«Había una tertulia en «el Sport», donde se juntaban muchos
ganaderos, aficionados y profesionales. Se hablaba mucho de mi debut de
novillero en el año 1957. Después de varios años de matador, decían que no
había estado como aquel día. Ahí empecé a darme a conocer entre los aficionados
de Sevilla».
Las tertulias de entonces eran lo que alimentaba la llama.
«El boca a boca era más auténtico, antes se hablaba mucho de toros, se discutía
y eso desapareció», lamenta Curro, que se sorprende de que todavía siga siendo
un ejemplo para muchos, de que siga siendo el torero de Sevilla, incluso para
quienes no lo han visto torear. «No lo termino de encajar, me pongo como loco
porque vienen chavales muy jóvenes que me piden hacerse fotografías conmigo y autógrafos
para sus padres y abuelos. Se entiende que ellos les han hablado de mí. Me lo
piden con ganas y se ponen muy contentos. Eso no es normal».
- No ha sido un
torero de números pero ahí están sus siete puertas grandes en Madrid y cinco en
Sevilla, más las que no quiso salir a pesar de cortar los trofeos. Lo revive
con cariño.
«Pienso muchas veces porque casi no me lo creo. Cuando me
embestía un toro, yo me daba y me sentía», asegura. De aquella tarde del 13 de
junio de 1968 recuerda el conjunto, el cariño del público. La salida a hombros
por la Puerta del Príncipe. El primer toro saltó al callejón. Curro, lo ha
borrado de su memoria. «No me acuerdo, son cosas que no me llaman mucho la
atención», asegura con una sonrisa.
Tampoco recuerda demasiado las orejas, pero sí que se las
daban con entrega. «He tenido fortuna de que fuera en Sevilla y en Madrid. Y he
tenido la suerte de nacer con esas cualidades que me hacían transmitir y
conectar con el público rápido. Para mí era maravilloso, no hay que estar ahí machando.
Rápidamente cuando embestía un toro se volcaban conmigo».
En ese aspecto ha cambiado mucho el toreo. «Hoy el toro
tiene menos movilidad y los toreros tardan más en ligar. Como no acaban de
calentar a la gente, de uno en uno es más difícil. Ellos siguen y se hacen
hasta pesados. El toro embiste menos por su casta y sus hechuras y se viene
abajo todo lo que se ha hecho al principio».
Y qué decir del toreo de capote. «Las verónicas al segundo,
que tomó un puyazo arrancándose de largo, levantaron un clamor de admiraciones
y promovieron acordes musicales», escribe en su crónica don Fabricio II.
- ¿Por qué hoy es tan
difícil ver torear bien con el capote?
«Es como si no le dieran interés a torear con el capote, que
yo creo que es una de las cosas más bonitas que hay cuando se torea bien. Sobre
todo cuando viene un toro de salida y lo templas y lo vas reduciendo si te
embiste. El interés con la muleta es más que con el capote, desisten… ¡Ellos
sabrán, yo no lo sé!».
Ahora las orejas se cortan con la muleta y es lo que cuenta
aunque el Faraón de Camas tiene su propia visión. «Cuando se torea con el
capote la gente ha salido toreando por la calle».
- ¿Se podría cortar
un trofeo solo con el toreo de capa?
«El toreo está muy encorsetado, hay un Reglamento y creo que
está mal. El toreo, como arte, es libre, debe ser más libre. Si un toro te
embiste y puedes pegarle 30 ó 40 lances o diez o doce medias verónicas y
quieres entrar a matar, ¿por qué no lo vas a hacer? Siempre lo he pensado. Una
vez se lo dije a Miquel Barceló y me dijo que lo hiciera, pero le dije que me
podían penalizar para no torear dos años en la provincia. Eso es más peligroso
que una multa», bromea, ya que no duda de que el toreo es un arte. «Sin duda, y
un arte grandioso. Cuando se hace el toreo como se requiere y como se merece un
toro bravo y con clase, hay que acariciarlo, estar medido con él. La cantidad
no tiene nada que ver con la calidad».
La crónica de Manuel Olmedo -con el pseudónimo de don
Fabricio II- termina diciendo de «Curro Romero, artista que posee entre sus
singulares dotes un gran poder de sugestión». El torero es consciente de la
fidelidad de sus partidarios. «En mi época nos seguían mucho. Había una afición
de una grandeza extraordinaria, de saber esperar y gozaban mucho. Ahora ha
desaparecido el aficionado bueno».
«Curro ha conseguido su propósito de rehabilitarse ante la
afición sevillana (…) ha vuelto a otorgarle su confianza jubilosamente»,
comenzaba la crónica del 13 de junio de 1968.
«Sevilla ha sabido esperar a los toreros siempre. A mí me
han pegado muchas broncas pero han ido al día siguiente a verme. Me dijeron que
era el torero que más irritaba a los públicos de España y yo me preguntaba si
no era peor aburrirlos», argumenta.
Era una figura del
toreo indiscutible.
- ¿Era antes más
fácil que ahora?
«Hay un toro muy grande, lo han sacado de tipo y hay menos
probabilidades de triunfo. Los empresarios románticos han desaparecido y no
todo es el dinero, el cuidar a la afición y darle los carteles que se merecen,
si no se lo dan, se ve la bajada de gente en las plazas. Tiene mucho peligro
porque el que se va no vuelve».
- ¿Qué ocurre con los
que empiezan?
«Ya se ha acabado el padrino famoso que se gastaba el dinero
para recuperarlo en el futuro. No se dan novilladas, cada vez menos y cuesta
mucho trabajo, tomar la alternativa sin tener el oficio bien aprendido, cuando
no se tiene la técnica, el triunfo está siempre más lejos».
- Si echa la vista
atrás, ¿volvería a ser torero?
«Yo siempre, aunque a lo mejor con estos toros… no sé yo».
Para Curro Romero, «con la altura que tienen y los cuellos
tan cortos, se paran y se acaba todo pronto. No se puede torear tan cerca
alrededor de los pitones. Las distancias son muy importantes». Hablamos de tres
conceptos fundamentales en el toreo: la distancia, la medida y el temple.
- ¿Sigue soñando con
torear?
«No, las cosas llegan y pasan y no hay que ser iluso. Pero
sí que me acuerdo algunas veces, ¿no me voy a acordar? Sí, pero corto rápido
porque a lo mejor me pongo a llorar», sonríe.
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