PACO AGUADO
Este 25 de mayo se cumplen cincuenta años de la alternativa
de Manuel Benítez "El Cordobés", un mito de la España del desarrollismo
de los sesenta que ha sobrevivido al tiempo dentro y fuera de los ruedos.
Hace cincuenta años que el viejo coso de Los Tejares de
Córdoba (sur de España), ante cuyas tapias había pasado tres lustros antes el
cortejo fúnebre de Manolete, desbordaba expectación para ver cómo Antonio Bienvenida, paradigma del
clasicismo, doctoraba en tauromaquia a un revolucionario que ya para entonces
se había convertido en uno de los personajes más populares del país.
Manuel Benítez Pérez,
el último de cinco hermanos y nacido dos meses antes del estallido de la Guerra
Civil española (1936-1939), buscó en el toreo la solución a su heredada
miseria. Su mecenas fue Rafael Sánchez "El Pipo", que había sido
amigo íntimo de Manolete y quien dio a El Cordobés no sólo su apodo
definitivo sino también la oportunidad por la que se había hartado de hacer "auto-stop" con su hatillo de maletilla.
Apenas en un año, gracias a sus buenas relaciones y a su
inteligente manejo de la publicidad, El Pipo consiguió lanzar
fulgurantemente a la fama a ese melenudo que, sin pretenderlo, simbolizaba
socialmente todo aquello que pretendía el incipiente desarrollismo económico. Tan
hábil fue El Pipo que, apoyándose en una de las habituales campañas
benéficas de Carmen Polo, consiguió
en pleno invierno instalar una plaza portátil dentro del palacio de El Pardo para que El Cordobés torease ante
los ojos del mismísimo general Franco.
Aquel golpe de efecto significó su empujón definitivo hacia una desbordante
fama, contra la agria opinión de los aficionados y los críticos taurinos más
puristas.
"¿Se trata de un chalado o de un inconsciente?", se
preguntó un famoso periodista cuando le vio torear como novillero en ese mismo
coso cordobés donde se doctoró. Pero aquel arrojado mozo, al borde ya de la
treintena, estaba entrando de forma imparable en el imaginario de una España
ávida de alegrías. Habitual de las páginas de los periódicos por sus triunfos y
sus acciones publicitarias, aquel icono útil del franquismo llamado Manuel Benítez se había consagrado como
figura ya antes de esa alternativa, protagonizando incluso dos películas de
gran éxito en taquilla.
La primera, "Aprendiendo a morir", de Pedro Lazaga, aumentó más si cabe su
tremenda popularidad al narrar su vida a miles de españoles que se
identificaron con su desesperada huida de la pobreza. La segunda, "Chantaje
a un torero", de Rafael Gil,
escenificaba una historia de ficción que aprovechó tanto su fama como sus más
que estimables dotes de actor. Y se estrenó en Córdoba la misma mañana del día
de su salto al escalafón de matadores.
Cuatro orejas y un rabo le cortó El Cordobés a los dos
primeros cuatreños de su carrera, de la ganadería de Samuel Flores, con los
que inició una nueva etapa en la que, ya sin El Pipo, saltó los
límites del mundo del toro y de la propia España. Infalible en el éxito en los
ruedos, sobre la base de un gran valor y de una prodigiosa mano izquierda, y
con una arrolladora personalidad que le permitía excentricidades como el "salto de la rana", Benítez supo aprovechar sobradamente
esa gigantesca popularidad.
La fiesta de los toros, sumida hasta entonces en uno de los
baches de sus eternos dientes de sierra, remontó hasta niveles insospechados. Y
el culpable, que paralizaba el país cuando se televisaban sus corridas, copaba
también las portadas de las revistas internacionales.
Pero la verdadera dimensión de su fama la dio el hecho de
que los escritores Lapierre y Collins aprovecharan años después su
historia para escribir uno de sus "best-sellers":
"...O
llevarás luto por mí". Greñudo como Los Beatles e irreverente como los rebeldes parisinos del 68, esta
especie Mick Jagger ibérico
representó en España, como torero y como personaje público, los aires de cambio
que ya soplaban en el mundo y que tardaban en atravesar los Pirineos.
Y si triunfó en todas las plazas, incluidas las más duras
-cortó un rabo en Sevilla y salió ocho veces a hombros en Madrid-, también se
hizo amigo de los Kennedy y pilotó
su propia avioneta, tan afín a su personalidad como el gusto por el jamón de
pata negra y sus sonoras carcajadas.
Retirado o en activo, El
Cordobés ha ido alimentando año tras año su aura de mito irrepetible hasta
bien entrado el siglo XXI, cuando también ha sido capaz de volver a vestirse de
luces. Cincuenta años después de su alternativa, y con algún hijo que ha
seguido sus pasos en el toreo, Manuel
Benítez apenas aparece ya en público. Septuagenario, pero todavía ágil y de
humor incombustible, ocupa su tiempo en administrar su fortuna y en cuidar de
sus explotaciones agrícolas. / EFE
No hay comentarios:
Publicar un comentario