Grave cornada la que recibió el diestro vasco Iván Fandiño, quien cortaría una oreja “a sangre y fuego”. Foto: EFE |
FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
Voy a proponerles una quimera: de todas las marcas que
muestra la geografía anatómica del toro, dejemos las que sirven de control al
ganadero para identificar la reata (el número del costillar), el garabato que
indica la asociación ganadera a la que pertenece (anagrama en el cuadril) y el
dígito que valida su edad reglamentaria (número en la paletilla). Ni una señal
más de las que se plantifican a quemazón a los becerros en los herraderos.
Efectivamente, quitemos el hierro. El toro anónimo, podríamos decir. Se
anuncian “seis hermosos toros” en el
cartel, pero se oculta el marbete de la ganadería. Que adivinen. ¡Eso es un fraude!, bramarán algunos.
Tranquilícense, hombres de Dios; sería solamente un juego, un test de
capacitación taurina para evaluar conocimientos y aptitudes en lo que a la
morfología y el carácter del toro de lidia se refiere, una asomada a la
imaginación, a sabiendas de que se abre la espita de lo irrealizable. Lo dicho,
una quimera. Pero no me digan que no sería bonito, sorprendente, ilustrativo y
aleccionador.
Llega a ponerse en práctica esta prueba virtual e imposible,
y ayer en Las Ventas se les ve el plumero a más de cuatro. Imagínense que sale
un toro burraco, alunarao y botinero, serio, enmorrillado, bien armado, se pega
un volantín y se descogorcia del porrazo, pero aún así acude dos veces al
caballo de picar y aprieta en banderillas sacando fuerzas de no se sabe dónde
(de su casta brava ¿de dónde va a ser?), aunque las secuelas del tantarantán le
hagan descuadrarse a la salida de los muletazos e hinque varias veces los
pitones en el suelo, de tanto humillar; después otro toro negro, hondo,
aleonado, con dos leños por pitones, cuello de astracán y testuz rizada, que
toma dos largos puyazos empujando de firme y se arranca en la muleta queriéndose
comer a todo lo que se mueve, codicioso, encastadísimo, temperamental, poniendo
un punto emocional en cada embestida; después, otro macizo de carnes, serio,
que derriba con estrépito al caballo de picar (como, dicen, hacían los toros de
antes de la guerra del 36) y provoca un
gran revuelo en el primer tercio, aunque le pegan fortísimo en dos varas; a
continuación otro más feote ¡y se llama
Bonito!), pero muy largo y enterizo, ligeramente veleto y cornivuelto, o
sea, muy “condeso” (en tipo “condelacorte”),
que se repucha en la segunda vara, aunque llega a la muleta con galope alegre,
largo viaje desbordante de bravura y haciendo “el avión” con los pitones; y, en
fin, dos toros que cierran la corrida con menos codicia que los anteriores,
pero uno de ellos, el sexto, de imponente trapío que no quiso comerse a nadie.
¿Se lo han imaginado? Pues ahora díganme a quien pertenecen los ejemplares de
bóvidos astados integrantes de este lote tan cuajado –¿quitamos el quinto?— y
tan encastado, en distintos grados. Díganmelo, por favor. Díganmelo las huestes
que se han enrolado gratuitamente en el banderín del “torismo”. Como no abren el pico, por miedo a desbarrar, se lo diré
yo: a Juan Pedro Domecq. ¡Por
éstas!
Hecha la digresión onírica, volvamos a la cruda realidad.
La más cruda de todas llegó en el segundo toro, el
temperamental, el tren que daba miedo verlo embestir a capotes y muletas, el
que llegó y le dijo a Fandiño: “torerito,
muéstrame el carné de matador, que como no lo tengas o se te haya olvidado, te
vas a enterar”. Y fue el orduñés y se lo mostró nada más hacerse
presente en el ruedo, con un fajo de espléndidas verónicas, agavilladas con una media de postín. Después, el toro acudió con veloz galope a
por los banderilleros, Jarocho y Jesús Arruga, que no se arrugaron y dejaron los palos arriba.
Insiste el toro: “Fandiño, que no me he fijado bien en lo del carné. ¿lo sigues
teniendo?” Toma carné, torito. Y
llega lo más emocionante, lo más verdadero y auténtico de la tarde y de la
feria: Iván Fandiño se lo pasa por
la faja con insultante impavidez en varios estatuarios, en un “desdén” apretado, y en una trinchera
enorme. Y vuelve el toro, desatado de furia en pos de la muleta, desde largo,
repartiendo mandobles con la abundante testa y revolviéndose bajo los flecos de
la muleta. Una serie con la derecha, otra, y otra, y naturales extraordinarios
de temple, mando, dominio… y un par de lo que hay que tener para imponerse ante
la torrentera de embestidas. Esto es la Fiesta, señores: e-mo-ción. Fandiño y el toro la derramaron para
regalar. Entró a matar y pinchó en todo lo alto, pero acto seguido colocó una
estocada por el hoyo de las agujas, volcándose sobre el morrillo, tanto, tanto,
que el toro le metió el pitón hasta la pala y le atravesó el muslo. Se lo
llevaron a la enfermería. Sus peones pasearon la oreja del encastadísimo toro
en medio de una cerrada ovación. Por mí, le hubiera dado las dos; pero como no
se las dieron, déjenme que le envíe un recado al gran torero convaleciente:
Cúrate pronto, Iván, y ¡viva la
madre que te parió!
El resto de la corrida se pierde entre los afanes de El
Cid por recuperar las cotas que alcanzó, precisamente, en esta plaza.
Por la cogida de Fandiño se enfrentó
a tres toros, dos de corto recorrido (primero y
último) con los que se mostró afanoso y con buen oficio, y uno
excelente, el cuarto, bravo, con templanza y recorrido. Toro de escandalera, en
otro tiempo. Manuel se empleó a
fondo citando de lejos, luciendo al toro, y se hartó de torear en redondo sobre
la derecha, con series de muletazos de correcto trazo y buen porte, bajando el
tono al natural. ¿Qué ocurrió para que
después de la estocada mortal el público solo le premiara con una ovación?
El busilis de la cuestión está en la cota. Algunas ya son difíciles de superar.
De Daniel Luque,
poco que contar. Su primer toro se quedaba cortito y reponía terreno a la
salida de los pases y el quinto, fue el menos toro de la corrida y el menos
encastado. Hostigado por una minoría del público, Luque se comportó como el resto del personal en el tendido:
resignado e indolente.
Fue la tarde en la que Iván
Fandiño enseñó su carné, plastificado en oro, de figura del toreo. Y en una
corrida de Juan Pedro Domecq, con trapío, brava y encastada. ¡Por estas!
FICHA DEL FESTEJO
Madrid, plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro, Corrida de la Prensa,
fuera de abono.
Ganadería: Toros de
Parladé. Corrida de notable trapío, encastados los cuatro primeros toros,
sobresaliendo por su temperamento y emotividad el segundo y por su bravura,
nobleza y recorrido, el cuarto. Lastimado el primero por voltearse de forma
accidental, fue a menos; el tercero, bravo, pero muy sangrado en varas, fue
acortando el recorrido; quinto y sexto con menos codicia que los anteriores,
pero sin plantear excesivos problemas a sus matadores.
Espadas: Manuel Jesús “El
Cid” (de verde oliva y oro), estocada (Silencio), estocada tendida
(Ovación), pinchazo y estocada en el que estoqueó por cogida de Fandiño (Silencio); Iván Fandiño (de azul noche y oro),
pinchazo y gran estocada (oreja en el único que mató) y Daniel Luque (de azul noche y oro), estocada sin puntilla
(Silencio) y media y descabello (Silencio).
Entrada: Casi lleno.
Cuadrillas: Boni
destacó en la brega y Alcalareño
saludó en banderillas, donde también sobresalieron Jarocho y Arruga.
Incidencias: tarde soleada con ráfagas de viento. Asistió al
festejo la Infanta Elena.
En la enfermería fue operado Iván
Fandiño de una cornada de 25 cm. en el muslo derecho que destroza músculo
cuádriceps, contusiona vasos femorales y rompe los colaterales. Pronóstico:
grave.
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