lunes, 20 de mayo de 2013

ASÍ VIO OBISPO Y ORO A CÉSAR VALENCIA: Las novilladas no motivan

César Valencia

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN

Al público de Madrid, al abonado y al que se pasa por taquilla, las novilladas no le motivan. No sé por qué. No, ciertamente, a todo el público, porque la parroquia fiel no se pierde una, aunque no sea más que por aquello de que, en su ausencia, se puedan cometer algunas tropelías en el ruedo y ese público de aluvión, zangolotino y ponoli que suele pescar al vuelo unos boletos de regalía vaya y cometa el desafuero de pedir –y hasta lograr conceder—orejas a troche y moche, como ocurría antaño. Téngase en cuenta que fue un novillero, José Roger, Valencia I –tío del actual Victoriano—, el afortunado mortal que paseó ¡el primer rabo! concedido a un matador en la plaza de la Corte (la de la carretera de Aragón), en el año 18. Tamaña “barbaridad” no se contempla ni remotamente en estos tiempos, porque es metafísicamente imposible; pero no por ello han de bajar la guardia los miembros del comando alabardero encargado (¿?) de la vigilancia pretoriana desde el tendido, no sea que se abra alguna Puerta Grande de esas de medio pelo, es decir, de las de oreja ramplona y oreja de peña taurina, que todo pudiera ocurrir. De momento, había un Valencia en el cartel. ¡Ojo al dato y oído al parche!

Sea como fuere, el caso es que en la duodécima de abono se dejó mucho granito al descubierto. ¿No interesan los jóvenes valores? Pues mal asunto, porque si le damos la espalda a la cantera, o la dinamitamos con exigencias desmesuradas (que es peor) la cosa pinta de negro, de cara al futuro.

Vayamos con la novillada. Los “núñez” de Nazario Ibáñez se parecieron poco entre sí, desde el precioso burraquito fino de cabos y de estampa que abrió el festejo hasta el basto grandón, aleonado, enmorrillado y acucharado de cuerna (un toro) que lo cerró. Todos sin excepción mansearon, pero con matices, porque mansos, mansos, lo que se dice mansos, solo lo fueron el quinto y el susodicho sexto; ahora bien, también los mansos embisten y demandan adecuada lidia, incluso pueden ofrecer al triunfo en bandeja a sus matadores. Así, por ejemplo, el lote de Álvaro Sanlúcar ofreció dos versiones bien opuestas: el primero, flojo y descastado, anduvo por allí merodeando en derredor del torero y sus utensilios de torear, permitiendo atisbar el buen sentido del arte del toreo que tiene este joven sanluqueño, a quien, supongo aleccionará Diego Robles por los arenales de Bajo de Guía; y el cuarto, un torito ya, negro salpicado, caribello y abierto de palas, ofreció galopadas que el novillero aprovechó en una faena de muleta de aguante y sometimiento, cuando desde el cielo caía otra vez “la mundial”, pero sin granizo. Dos desarmes por bajar demasiado la mano, deslucieron un trasteo meritorio y prometedor.

Los dos novillos de Gonzalo Caballero también ofrecieron láminas y comportamientos desiguales: correcto de presentación, abanto y corretón el segundo, pero con aprovechable dinamismo en sus embates;  altón, “montado”, ensillado y mansurrón el quinto, aunque sus embestidas (oleadas, más bien), acabaron por atemperarse en la faena de muleta. Caballero, que no perdió ocasión de lucirse con el capote en saludos y quites, realizó dos faenas de enorme entrega, superando el peligro añadido del ventarrón que se desató durante su primera faena, en la que ligó cuatro tandas en redondo con la derecha y una de naturales enfrontilado con el novillo, de mucho aguante y notable ligazón, y repitió quietud y avaricia de espacios ante el quinto, obsesionado con el hilván de los muletazos, a pesar de la escasa fijeza del “nazario” en cuestión. En ambos cerró el trasteo con apretadas manoletinas y bernadinas, pero se mostró precipitado y fallón con la espada. Saludó dos cariñosas ovaciones, pero no debe creer que, de haber acertado con los aceros, hubiera abierto la puerta grande de Madrid. ¡Ja!, para eso están los miembros de la guardia pretoriana de Las Ventas, con sus alabardas listas para aplacar euforias excesivas.

El venezolano César Valencia se topó con un novillo, el tercero, que coceó al peto en varas y jamás humilló, desarrollando genio, y, para colmo llegó a la faena de muleta cuando arreciaba el vendaval. El sexto parecía no tener parentesco alguno con la estirpe que acredita la ganadería a la que pertenece. Si nos dicen que estaba encastado en “atanasio-lisardo”, “torrestrella” o similar, lo creemos a pies juntillas. De Núñez, poquito, y, además se aculó en tablas, midió al muchacho en cada cite y le rebuscó a la salida de los muletazos cuando César se lo llevó a las afueras. Una prenda, vamos. Pésima suerte la de este torerito de dinastía (los Valencia venezolanos), que entra a matar de manera tan heterodoxa como eficaz.

Salimos de la novillada asoleados, remojados, venteados y pelín apergaminados. Hechos un cromo, vamos.

FICHA DEL FESTEJO
Madrid, plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro, 12ª de abono.
Ganadería: Nazario Ibáñez. Novillada de dispareja presencia y generalizada mansedumbre en distinto grado, descastado y anodino el primero, mansurrón y con movilidad el segundo, con genio y sin entregarse el tercero, encastado y manejable el cuarto (el mejor), manso sin fijeza el  quinto y manso también, pero cortando el viaje y con peligro el sexto (el peor).
Espadas: Álvaro Sanlúcar (de purísima y oro), estocada caída (Silencio), estocada yéndose y atravesada (Silencio); Gonzalo Caballero (de celeste y oro), pinchazo, entera trasera y tendida y descabello (Aviso y saludos), pinchazo feo y media ladeada (Saludos) y César Valencia (de gris perla y azabache), estocada tendida hábil (Silencio) y estocada eficaz (Silencio).
Entrada: dos tercios.
Cuadrillas: Ángel y José Otero saludaron en banderillas.
Incidencias: tarde soleada hasta el cuarto novillo, durante cuya lidia descargó una fuerte tormenta. Sopló con fuerza el viento, aunque después de la tormenta  amainó. Al término del paseillo se guardó un minuto de silencio en memoria de Pepe Luis Vázquez, fallecido ayer.

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