Morante de la Puebla |
FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
Fotos: EFE
Señalaba el reloj cuarto para las diez de
la noche y daba grima ver las caras de los aficionados (y aficionadas) a la
salida de la plaza de Las Ventas. Se podía apreciar en ellas un rictus
taciturno, entre el desencanto y la resignación, entre lo inaprensible y lo
depresivo. Qué caritas, Dios. Eran las de una faz indefinible, fiel reflejo de
aquella convicción que es refractaria al desengaño. Si la cara es el espejo del
alma, ¿cómo estarían las almas de las
gentes que llenaron ayer los graderíos de la Monumental de Madrid? Y si el
alma es la sustancia espiritual de los humanos, ¿qué imagen nos devuelve el espejo? El propio aforismo tiene la
respuesta: la de un espejismo, esto es, la de una enconada negativa a aceptar
la realidad. Pero, amigos, la realidad es tozuda, implacable, de irrefutable
nitidez. Ni siquiera el alma, por inmortal que sea, la puede soslayar.
Y es que las más de veintidós mil almas
que ocuparon sus asientos en la plaza, se resistían a aceptar que la corrida de
mayor expectación de abono de San Isidro había sido un peñazo. Tanto boato,
tanto pronóstico –“el día huele a torero”,
tuiteó mismamente por la mañana el arriba firmante–, tanta cábala, tanta
ilusión… para luego recibir semejante trancazo ahí, donde más duele, en el
tuétano de la ilusión. Cuéntase que los AVE Madrid-Sevilla, pasando por
Córdoba, venían atestados de morantistas,
muy crecidos ante la escasa tropa de finitistas
cordobeses que se incorporaban en su andén, de nuevo encandilados con la
reaparición del ídolo. Se asegura, también, que ayer las calles de Madrid
registraron un notable incremento de vehículos de tracción mecánica, problema
añadido para ese ejército de agentes encargados de dar fluidez al tráfico
urbano: el llamado Cuerpo de Movilidad.
Movilidad, precisamente, fue lo que se
negaron a ofrecer los toros de Borja
Domecq, marcados a fuego con los dos hierros de su casa ganadera. Ni Jandilla
ni Vegahermosa
merecieron compartir un cartel de semejante expectación. No estuvieron, ni de
lejos, a la altura del acontecimiento. Se dejaron el fuelle que insufla la
fortaleza y la respuesta agresiva que proporciona la casta brava en las tierras
de Mérida y Llerena, provincia de Badajoz. ¡Qué
corrida más descastada, más floja, más desesperante, más impropia de una feria
y una plaza de esta categoría! De las que sirven migas de pan –pitas,
pitas—al gallinero contestatario, para cargarlo de razón. Si el día anterior
resaltamos la muy encastada y muy seria corrida de Toros de Parladé, en esta
ocasión habremos de sacar la estaca y darle en toda la cresta a la hermana de
sangre que se lidió con el doble marchamo de sus hierros. Aquella, la cara;
ésta la cruz. La cruz de Domecq. ¡Jesús, qué cruz! Las
cosas, como son.
Morante de la Puebla, en su primero |
El público que abarrotaba los tendidos
tenía los ojos llenos de Morante, y Morante los suyos llenos de ansia por
triunfar a lo grande en Madrid, se lo puedo asegurar. Por esta razón, salió
raudo a ofrecer el capote al segundo toro, de Jandilla, de nombre “Aceituna”, y mira por donde la aceituna
va y se machaca sin ton ni son, en un escorzo, mostrando una evidente
descoordinación, lo cual no impidió que el de la Puebla dibujara un par de verónicas de primoroso trazo por el
pitón izquierdo. Primer contratiempo: toro al corral. Segundo mal fario: el
sobrero de Carmen Segovia, apretado de carnes, macizo y armónico de
cuerna, sale al ruedo con la vaina del pitón derecho a medio descolgar.
Trifulca en el tendido, que continúa cuando el astado renquea de atrás y va
perdiendo octanaje su carburante. No carbura, vamos. Morante trata de conducirlo por la derecha, sin obligarle, pero Morante no está ahí para estas cosas,
sino para torear con la cintura rota y sus telas toreras viajando por los
abajos. Sometiendo, no sosteniendo. Peor aún lo del quinto, de Vegahermosa,
un toro sin ápice de casta brava, tontorrón de los que a veces se lo hacen (el
tonto) y te pegan un cate al menor descuido. Dos naturales al ralenti… pero pura mecánica, sin alma. Y Morante, sin alma, no se encuentra a sí
mismo, de la misma manera que nosotros tampoco lo reconocemos a él.
Finito de Córdoba |
Finito de Córdoba
salió impecablemente vestido, de gris perla con un delicado y recargado bordado
en plata. Muy bello y muy fino, el terno del Fino. Finura, también, en tal
cual muletazo al primero de la corrida, un toro de abundante cuerna
acucharada que embistió rebrincado y calamocheante, claudicando de cuando en
vez, pero mostrando un puntito de nobleza. En ese ambiente de irrespeto hacia
el torero que cada tarde se manifiesta en esta plaza, anotamos a Juan Serrano una serie notable al natural, dentro de una faena de
kilométrica dimensión, por lo que fue avisado antes de montar la espada. Y
finura y hondura en las verónicas de
saludo al cuarto, un burraco serio y
rematado de carnes al que Morante,
en el turno de quites, le pintó una media
verónica para enmarcar. Ahí quedó todo. El toro se aculó en tablas y se
negó a cualquier beligerancia con el torero. Puro bochorno para el ganadero.
Miguel Ángel Perera |
Lo único destacable de la decepcionante
corrida ocurrió en el tercer toro, el único “jandilla”
bravo del lote enviado por Borja Domecq.
Bravo, pero con las fuerzas al filo del despeñadero, por lo cual Miguel Ángel Perera hubo de plantearle
distancia (“sitio”, que se dice en la
jerga) y correr la mano sin agobios, ni para uno ni para otro. Armisticio
total. Dentro de la muy elaborada faena, resaltar algunos muletazos en redondo
con la derecha y una serie de naturales
largos, hondos y templados. Y las apretadas bernadinas
del final. Si no pincha, corta oreja, pero se decidió, e hizo bien, a dar la
vuelta al ruedo, un premio que siempre fue muy apreciado en Madrid y que,
últimamente, rechazaban, por sistema, los antisistema de rigor (y del rigor).
De la lidia del último (el más serio de
la corrida) no queda más recuerdo que los valerosos arponazos de Joselito Gutiérrez y la decisión de Perera, antes de que el toro entregara
la cuchara y se agarrara al piso, desesperadamente.
Con el arrastre del marmolillo de Jandilla
sonó el toque de retreta para el personal civil que llenaba la plaza y el callejón
de la misma, copado hasta las troneras. Caras largas. Miradas perdidas. Almas
rotas. Y el desencanto, refugiado en su rincón. En un rincón del alma. (Donde
tengo la pena).
FICHA DEL FESTEJO
Madrid, plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro.
15ª de abono.
Ganaderías: Jandilla (2º, 3º y 6º) y Vegahermosa (1º, 4º y 5º). Toros
correctos de presentación, en general,
pero todos flojos y descastados, algunos, protestados por su deficiente juego,
en especial cuarto y quinto absolutamente rajado uno y mansueto e inservible el
otro. El segundo, de Jandilla, se
quedó descoordinado en el primer capotazo y fue devuelto, sustituido por otro
de Carmen Segovia, que apareció en
el ruedo con la vaina de un pitón desprendida y provocó fuertes protestas,
también débil de atrás, berreón y bajo
de casta. De todos ellos, el único que embistió con un punto de nobleza y
fortaleza, fue el tercero, de Jandilla.
Espadas: Finito de Córdoba (de gris perla y
plata), estocada caída (Aviso y silencio), dos pinchazos y cinco
descabellos (Silencio); Morante de la Puebla (de obispo y oro),
pinchazo hondo y estocada casi entera caída (Silencio), dos pinchazos, otro
hondo y descabello (Algunos pitos) y Miguel
Ángel Perera (de sangre de toro y oro), pinchazo y media (Leve petición y
vuelta), estocada desprendida (Silencio).
Entrada: Lleno de
No Hay Billetes.
Cuadrillas: Destacó
en la brega y saludó en banderillas Joselito
Gutiérrez, donde también brillaron Juan
Sierra y Guillermo Barbero.
Incidencias: Tarde
soleada con viento a la hora del comienzo de la corrida.
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