jueves, 23 de mayo de 2013

FERIA DE SAN ISIDRO – DECIMOQUINTO FESTEJO DE ABONO: En un rincón del alma


Morante de la Puebla
FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
Fotos: EFE

Señalaba el reloj cuarto para las diez de la noche y daba grima ver las caras de los aficionados (y aficionadas) a la salida de la plaza de Las Ventas. Se podía apreciar en ellas un rictus taciturno, entre el desencanto y la resignación, entre lo inaprensible y lo depresivo. Qué caritas, Dios. Eran las de una faz indefinible, fiel reflejo de aquella convicción que es refractaria al desengaño. Si la cara es el espejo del alma, ¿cómo estarían las almas de las gentes que llenaron ayer los graderíos de la Monumental de Madrid? Y si el alma es la sustancia espiritual de los humanos, ¿qué imagen nos devuelve el espejo? El propio aforismo tiene la respuesta: la de un espejismo, esto es, la de una enconada negativa a aceptar la realidad. Pero, amigos, la realidad es tozuda, implacable, de irrefutable nitidez. Ni siquiera el alma, por inmortal que sea, la puede soslayar.

Y es que las más de veintidós mil almas que ocuparon sus asientos en la plaza, se resistían a aceptar que la corrida de mayor expectación de abono de San Isidro había sido un peñazo. Tanto boato, tanto pronóstico –“el día huele a torero”, tuiteó mismamente por la mañana el arriba firmante–, tanta cábala, tanta ilusión… para luego recibir semejante trancazo ahí, donde más duele, en el tuétano de la ilusión. Cuéntase que los AVE Madrid-Sevilla, pasando por Córdoba, venían atestados de morantistas, muy crecidos ante la escasa tropa de finitistas cordobeses que se incorporaban en su andén, de nuevo encandilados con la reaparición del ídolo. Se asegura, también, que ayer las calles de Madrid registraron un notable incremento de vehículos de tracción mecánica, problema añadido para ese ejército de agentes encargados de dar fluidez al tráfico urbano: el llamado Cuerpo de Movilidad.

Movilidad, precisamente, fue lo que se negaron a ofrecer los toros de Borja Domecq, marcados a fuego con los dos hierros de su casa ganadera. Ni Jandilla ni Vegahermosa merecieron compartir un cartel de semejante expectación. No estuvieron, ni de lejos, a la altura del acontecimiento. Se dejaron el fuelle que insufla la fortaleza y la respuesta agresiva que proporciona la casta brava en las tierras de Mérida y Llerena, provincia de Badajoz. ¡Qué corrida más descastada, más floja, más desesperante, más impropia de una feria y una plaza de esta categoría! De las que sirven migas de pan –pitas, pitas—al gallinero contestatario, para cargarlo de razón. Si el día anterior resaltamos la muy encastada y muy seria corrida de Toros de Parladé, en esta ocasión habremos de sacar la estaca y darle en toda la cresta a la hermana de sangre que se lidió con el doble marchamo de sus hierros. Aquella, la cara; ésta la cruz. La cruz de Domecq. ¡Jesús, qué cruz! Las cosas, como son.

Morante de la Puebla, en su primero
El público que abarrotaba los tendidos tenía los ojos llenos de Morante, y Morante los suyos llenos de ansia por triunfar a lo grande en Madrid, se lo puedo asegurar. Por esta razón, salió raudo a ofrecer el capote al segundo toro, de Jandilla, de nombre “Aceituna”, y mira por donde la aceituna va y se machaca sin ton ni son, en un escorzo, mostrando una evidente descoordinación, lo cual no impidió que el de la Puebla dibujara un par de verónicas de primoroso trazo por el pitón izquierdo. Primer contratiempo: toro al corral. Segundo mal fario: el sobrero de Carmen Segovia, apretado de carnes, macizo y armónico de cuerna, sale al ruedo con la vaina del pitón derecho a medio descolgar. Trifulca en el tendido, que continúa cuando el astado renquea de atrás y va perdiendo octanaje su carburante. No carbura, vamos. Morante trata de conducirlo por la derecha, sin obligarle, pero Morante no está ahí para estas cosas, sino para torear con la cintura rota y sus telas toreras viajando por los abajos. Sometiendo, no sosteniendo. Peor aún lo del quinto, de Vegahermosa, un toro sin ápice de casta brava, tontorrón de los que a veces se lo hacen (el tonto) y te pegan un cate al menor descuido. Dos naturales al ralenti… pero pura mecánica, sin alma. Y Morante, sin alma, no se encuentra a sí mismo, de la misma manera que nosotros tampoco lo reconocemos a él.

Finito de Córdoba
Finito de Córdoba salió impecablemente vestido, de gris perla con un delicado y recargado bordado en plata. Muy bello y muy fino, el terno del Fino. Finura, también, en tal  cual muletazo al primero de la corrida, un toro de abundante cuerna acucharada que embistió rebrincado y calamocheante, claudicando de cuando en vez, pero mostrando un puntito de nobleza. En ese ambiente de irrespeto hacia el torero que cada tarde se manifiesta en esta plaza, anotamos a Juan Serrano una serie notable al natural, dentro de una faena de kilométrica dimensión, por lo que fue avisado antes de montar la espada. Y finura y hondura en las verónicas de saludo al cuarto, un burraco serio y rematado de carnes al que Morante, en el turno de quites, le pintó una media verónica para enmarcar. Ahí quedó todo. El toro se aculó en tablas y se negó a cualquier beligerancia con el torero. Puro bochorno para el ganadero.

Miguel Ángel Perera
Lo único destacable de la decepcionante corrida ocurrió en el tercer toro, el único “jandilla” bravo del lote enviado por Borja Domecq. Bravo, pero con las fuerzas al filo del despeñadero, por lo cual Miguel Ángel Perera hubo de plantearle distancia (“sitio”, que se dice en la jerga) y correr la mano sin agobios, ni para uno ni para otro. Armisticio total. Dentro de la muy elaborada faena, resaltar algunos muletazos en redondo con la derecha y una serie de naturales largos, hondos y templados. Y las apretadas bernadinas del final. Si no pincha, corta oreja, pero se decidió, e hizo bien, a dar la vuelta al ruedo, un premio que siempre fue muy apreciado en Madrid y que, últimamente, rechazaban, por sistema, los antisistema de rigor (y del rigor).

De la lidia del último (el más serio de la corrida) no queda más recuerdo que los valerosos arponazos de Joselito Gutiérrez y la decisión de Perera, antes de que el toro entregara la cuchara y se agarrara al piso, desesperadamente.

Con el arrastre del marmolillo de Jandilla sonó el toque de retreta para el personal civil que llenaba la plaza y el callejón de la misma, copado hasta las troneras. Caras largas. Miradas perdidas. Almas rotas. Y el desencanto, refugiado en su rincón. En un rincón del alma. (Donde tengo la pena).

FICHA DEL FESTEJO
Madrid, plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro. 15ª de abono.
Ganaderías: Jandilla (2º, 3º y 6º) y Vegahermosa (1º, 4º y 5º). Toros correctos de  presentación, en general, pero todos flojos y descastados, algunos, protestados por su deficiente juego, en especial cuarto y quinto absolutamente rajado uno y mansueto e inservible el otro. El segundo, de Jandilla, se quedó descoordinado en el primer capotazo y fue devuelto, sustituido por otro de Carmen Segovia, que apareció en el ruedo con la vaina de un pitón desprendida y provocó fuertes protestas, también débil de atrás,  berreón y bajo de casta. De todos ellos, el único que embistió con un punto de nobleza y fortaleza,  fue el tercero, de Jandilla.
Espadas: Finito de Córdoba (de gris perla y plata), estocada caída (Aviso y silencio), dos pinchazos y cinco descabellos  (Silencio); Morante de la Puebla (de obispo y oro), pinchazo hondo y estocada casi entera caída (Silencio), dos pinchazos, otro hondo y descabello (Algunos pitos) y Miguel Ángel Perera (de sangre de toro y oro), pinchazo y media (Leve petición y vuelta), estocada desprendida (Silencio).
Entrada: Lleno de No Hay Billetes.
Cuadrillas: Destacó en la brega y saludó en banderillas Joselito Gutiérrez, donde también brillaron Juan Sierra y Guillermo Barbero.
Incidencias: Tarde soleada con viento a la hora del comienzo de la corrida.

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