Pincha en sus dos novillos
Gonzalo Caballero
se dejó la Puerta Grande en la espada. De ahí su decepción, pues el acero se
llevó -o se dejó, mejor dicho- una más que probable oreja en cada novillo de la
tarde en Madrid. En novillero, con sus armas y con una fe inquebrantable gustó
con el exigente segundo y atacó con acierto ante el complicado quinto. Dos
ovaciones que le sabrán amargas.
Amargo será, también, el balance de Álvaro Sanlúcar. Casi inédito con su primero y lastrado por dos
absolutamente inoportunos desarmes en su faena al cuarto. Se abrieron
esperanzas con ese buen novillo a sabiendas del buen toreo del andaluz, pero la
faena se perdió desde ese doble parón. César
Valencia pechó con buena voluntad con el molesto viento y con el lote más
deslucido de una novillada variada de Nazario Ibáñez.
Plaza de toros de Las Ventas.
Decimosegunda de San Isidro. Alrdedor de tres cuartos. Novillos de Nazario
Ibáñez. Aplaudidos 2º y 4º. Álvaro
Sanlúcar, silencio y silencio; Gonzalo Caballero, ovación tras aviso y César
Valencia, silencio y silencio. Saludaron Ángel Otero en banderillas del tercero
y José Otero en el sexto.
El creyente y el Descreído
MIGUEL FERNÁNDEZ
San Isidro es una cuestión de fe. Del que la tiene, el
creyente, y del que la pierde, el descreído. De quien se agarra a la tarde con
la esperanza de algo positivo o de quien la sentencia al primer sintoma de
tedio. Hoy hubo un creyente, Gonzalo
Caballero, y unos cuantos descreídos, de esos que le pusieron la cruz a la
tarde en su condición de 'festejo menor'
o de los que no supieron darle tiempo al variado lote de Nazario Ibáñez. Tener fe
en lo de Núñez es saber que no rompe de salida, que pide paciencia y
confianza. Y que a veces rompe para bien. Esa paciencia, esa confianza y esa fe
las tuvo, todas para él, Gonzalo
Caballero, que rozó la Puerta Grande.
Caballero tiene
la virtud de una competitividad poco habitual. Un novillero que arrea y que
cree en sí mismo. Esa fe inquebrantable que demostró desde su debut con
caballos en Sevilla el pasado año. Todo ello se le ha visto hoy en Madrid, con
un lote bien diferente entre sí de Nazario Ibáñez. Un segundo que
embistió con poder, exigiendo y transmitiendo a la par. Y un quinto manso,
deslucido. Para perderle la fe. Otro... Pero Caballero no es novillero de venirse abajo. Gonzalo le planteó una faena de mucha composición, un punto
sorprendente por su planteamiento, pero efectiva. En sólo una tanda había
conseguido despertar del letargo al público, que vino tan a su aire como lo
hizo de salida este segundo de Nazario. Corrió bien la mano por
momentos Caballero, que acertó a
rematar con elegantes doblones camino de tablas. Y bernadinas de esas que te obligan a tener mucha fe en lo que haces.
Armó rápido la espada y pinchó feo.
Se hizo eterno el tercio de varas al quinto. De esos que
aprovecha un descreído para mirar su 'puerta
de toriles' y escaparse de la plaza. Por suerte hubo, al menos uno, que no
se aburrió. Cogió la muleta Caballero
y en cuanto vio cómo le arreaba el novillo, más le arreó él. Sin dejarle irse a
tablas entre muletazos, supo atacar; primero en el tercio, más en largo y luego
en tablas, más metido entre los pitones. La plaza creyó que era de premio. Y lo
era hasta que la espada dictó sentencia negativa. Ovación, a un tiempo
meritoria y amarga.
De Álvaro Sanlúcar
se sabe su buena condición torera. La dejó entrever en una lucida primera tanda
por el notable pitón derecho del cuarto, ejemplar salido al ruedo en plena
tromba de agua. Camino de algo grande surgió un enganchón para frenar en seco
ese buen inicio. Se repuso Sanlúcar,
siguió por ese pitón y tras dos buenos derechazos sufrió otro enganchón. Ahí
vino la sentencia a su faena. Descreído de sí mismo, el novillero ya no pudo
remontar. Se consumió su trasteo, como también se consumió, aunque sin opciones
para él, el de su primero, que llegó muy justo al último tercio tras fuerte
castigo en varas.
Creyó más en sí mismo César
Valencia en el sexto. Fue el peor novillo del encierro, por lo deslucido de
su juego y su tendencia a pararse y mirar en pleno viaje. Atacó el venezolano y
robó una serie de mérito. Debió ser más valorada, pero a esas alturas, la tarde
ya era pasto del desencanto. La historia de su primero, el que hizo tercero, se
la llevó el viento. Y su confianza, pues no llegó a estar a gusto Valencia, que pronto abrevió.
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