JAVIER LÓPEZ
El rejoneador Diego Ventura protagonizó un gran triunfo en el primer festejo de
la especialidad de la Feria de San Isidro, celebrado hoy en Las Ventas, al
cortar tres orejas y abrir así por undécima vez en su carrera la Puerta Grande
de la Monumental madrileña.
Hay rejoneadores llamados a marcar una
época por su innata maestría a la hora de ejecutar todas y cada una de la
suertes, por su claridad de ideas, su innegable afición y, por supuesto, por
poseer una cuadra valiente y espectacular como pocas.
Diego
Ventura reúne todas y cada una esas premisas para
que sea considerado todo un número uno del rejoneo actual. Poco a poco está
relevando a otro maestro como Hermoso de
Mendoza, en cuyo tejado tiene ahora la pelota para no ser sobrepasado por
completo por este ciclón hispano-luso.
Un Ventura
que mostró las dos caras de su rejoneo. A su primero lo paró de manera
magistral y muy en corto con «Maletilla»,
para, a continuación, calentar los tendidos con templados galopes a dos pistas
sobre «Nazarí», llevando al animal
cosido a milímetros de la grupa, y en dos pares al quiebro citando de frente y
dejándose llegar una barbaridad al de Carmen Lorenzo.
El cénit de la faena llegó montando a «Milagro», yegua valiente y arrogante,
con la que pegó un quiebro casi parado, de mucho riesgo y emoción. Una rueda de
cortas "al violín" fue
perfecto corolario para que la plaza se convirtiera en manicomio. Por eso no se
entiende que, tras matar de forma eficiente, le concedieran una sola oreja,
premio, no obstante, de mucho peso después de una faena basada en los cánones
de la ortodoxia y sin ningún tipo de concesión.
Con el cuarto ya fue otra cosa. Tras un
inicio elegante montando a «Pegaso»,
con el que quebró también de maravilla, lo que realmente hizo que la gente se
entregara por completo fueron los "efectos
especiales". Con «Ordóñez»
cuarteó Ventura en dos pares también
de mucho riesgo ante un animal soso y parado; pero con las batidas de pitón a
pitón, las piruetas a la salida de los embroques, y, sobre todo, con los
consabidos mordiscos de «Morante», se
metió al público en el bolsillo. Esta vez al presidente no le quedó más remedio
que darle las dos orejas, quizás para compensar su exigencia anterior, pues
debe quedar claro que estuvo mucho mejor en su primera labor.
Otro nombre destacado en la tarde fue Mariano Rojo, que confirmó alternativa
con el mejor toro del envío, con el que estuvo correcto pero sin calentar lo
suficiente. Lo mejor, las banderillas al quiebro con «Mozart», clavando reunido y arriba. Pero el pinchazo previo al
rejón final restó enjundia a su labor.
Cortó una oreja del quinto por otra labor
entonada. Estuvo bien Rojo montando
nuevamente a «Mozart» en banderillas,
consiguiendo conectar más con un público entregado después de lo de Ventura. Esta vez agarró un rejón
fulminante y vio recompensada su tarde de confirmación de alternativa.
Leonardo
Hernández acudía a su cita con Madrid con el
contratiempo de no poder echar mano de su cuadra estrella, inmovilizada en
México por problemas burocráticos. Pero solventó la papeleta el joven jinete
intercalando algunos caballos veteranos que se dejó en España como «Amatista» y «Olé» con otros muy noveles, con los que, no obstante, sorprendió y
gustó.
Perdió premio en las dos faenas por sus
fallos en la suerte suprema, pues con ambos toros estuvo muy bien Leonardo, con un estilo sobrio y
elegante, brillando sobremanera con los cambios por los adentro de «Amatista» y los quiebros de «Olé» en su primero; y con un par a dos
manos y una rueda de cortas "al
violín" sobre «Navegante» en
el sexto. Pero hay que matar bien. / EFE
FICHA DEL FESTEJO
Toros de Carmen
Lorenzo, reglamentariamente despuntados y de juego variado. El mejor, el
primero; "se dejó" también el segundo; el resto, mansurrones, sosos y
parados.
Diego Ventura: rejón contrario (oreja
con petición de la segunda); y rejón (dos orejas).
Mariano Rojo, que confirmaba
alternativa: pinchazo y rejón caído (ovación); y rejón (oreja).
Leonardo
Hernández: rejón trasero y descabello (silencio); y pinchazo, rejón y
descabello (silencio).
La plaza se llenó en tarde espléndida.
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